La estampa, algo romántica, del luthier que trabaja en su taller entre maderas elegidas y secretos del oficio, es todavía una realidad. Como también lo es, y desde hace décadas, la de otros constructores de instrumentos musicales que trabajan con circuitos impresos, soldadores, chips o software. Una nueva estirpe de luthiers que hemos querido conocer, reflejando las respectivas aventuras individuales de Rafael Duyos (1958), Sergi Jordà (1961) y Lina Bautista (1985). Tres etapas de un camino fascinante.
Rafael Duyos tenía 14 años cuando vio una película del grupo Emerson, Lake & Palmer interpretando los temas de Pictures at an Exhibition. Duyos, que tenía un grupo con dos amigos de su edad, explica que “quedé alucinado. Dije: yo quiero un sintetizador”. Pero eran muy caros, por lo que decidió construirlo él mismo, aprovechando que tenía conocimientos de electrónica derivados de su condición de radio aficionado. Así es como empezó el camino de este luthier electrónico pionero, y a fe que los inicios no fueron fáciles: “los primeros modelos no funcionaban bien. Cuando los conectaba a un teclado no afinaban, no mantenían la escala temperada”. Pero generaban sonidos, y aquello fascinó a Víctor Nubla, fundador con Juan Crek del grupo experimental Macromassa. “Él fue mi primer cliente, y bautizó aquellos sintes fallidos con el nombre de audiogeneradores”.
Posteriormente, Duyos desarrolló sintetizadores con todos los pormenores (DUY Synthesizer, Alfa, 1024), alguno de los cuales fue adquirido por otra escuadra emblemática del underground barcelonés, Neuronium. A partir de 1980, comenzó a hacer música para publicidad, y fue justamente buscando nuevos colores sonoros para un encargo que terminó inventando la batería digital Gemini 404. “La hice para mí, pero me la pidieron mucha gente. Puede que vendiera una cincuentena”. Entre sus clientes, Nacho Cano de Mecano, que compró dos. “En rigor –explica– la Gemini 404 fue la primera batería digital del mundo. Poco después salió la Simmons, pero no era digital, era analógica. Y un tiempo después la LinnDrum, que era digital, aunque no se podía tocar, era una caja de ritmos. Por el contrario, la Gemini 404 era un instrumento que podías tocar, tenía sonidos digitales y toda la dinámica de una batería”.
Rafael Duyos acabó sin dedicarse a la luthiería un poco por falta de visión comercial, admite, pero también porque las grandes marcas no tardaron en producir este tipo de artefactos a precios asequibles. Con todo, su trabajo haciendo músicas para la publicidad le llevaría, ya a finales de los años noventa, a concebir una serie de plugins para Pro Tools y otros programas utilizados por los músicos, que también se terminaron comercializando con éxito.
Cambiando de siglo, encontramos a Sergi Jordà, que nos atiende en su despacho del Grupo de Tecnología Musical (MTG por sus siglas en inglés) de la Universidad Pompeu Fabra-UPF. En 2006, y como culminación de tres años de trabajo, el grupo de investigación dirigido por Jordán en el MTG inventó la Reactable, instrumento de efecto alucinógeno tanto en la vertiente sonora como en la visual. El relato de la Reactable es el de una historia de éxito, incrementada por el hecho de que la islandesa Björk de enamorara del artefacto y lo incluyera en la gira de presentación de su álbum Volta, con 75 conciertos en cinco continentes entre el abril de 2007 y el agosto de 2008. La campanada espoleó a los creadores del ingenio –Jordà, Marcos Alonso, Martin Kaltenbrunner y Günter Geiger– a fundar en 2009 la empresa Reactable Systems. “Nos dedicamos a fabricar y mejorar las Reactables físicas, y también a desarrollar apps para iOS y Android. Una de ellas es una versión de la Reactable para tablet, pero tenemos también otras apps que intentamos que se beneficien de la investigación se hace en el MTG”.
Segi Jordán menciona el grupo Soft Machine cuando habla de las sus inicios en estos asuntos. “Tenía 14 años, y fueron toda una revelación. Inspirado por su disco Six, que tenía una parte muy repetitiva, grabé todo de sonidos de teléfono en casetes y propuse a mis amigos hacer un jam-session improvisando con nuestros casetes con cintas de diferentes teléfonos. También hackeaba cabinas telefónicas y cogía los micros y los auriculares para hacer talk-boxes, aunque todavía no sabía que existían las talk-boxes, ha, ha!”. Cuando fue mayor, y mientras estudiaba Ciencias Físicas en la Universidad de Barcelona, tocaba el saxo con bandas de improvisación con gente como el anteriormente mencionado Víctor Nubla, Marcel·lí Antúnez o Mireia Tejero, pero tenía un grave problema: no le gustaba ensayar. “Entonces –continúa– en la Facultad nos enseñaron un ordenador y nos enseñaron a programar. Hablamos de 1982, y allí se produjo la epifanía. Pensé: los ordenadores pueden hacer música, nunca se cansan ni se aburren, por lo que les puedo dejar la parte mecánica de la música, que es la que no me interesa. Decidí que me convertiría en un improvisador digital”.
En los años noventa, Jordán compaginó el trabajo musical con Marcel·lí Antúnez y La Fura dels Baus con la investigación, primero en el grupo fundado por Xavier Serra que operaba en las catacumbas de la Fundación Miró, y después encuadrado en el Instituto Universitario del Audiovisual –con Serra y Xavier Berenguer–, hasta integrarse en la UPF en 1999. Para terminar la conversación, le preguntamos si en su oficio hay una línea que delimita el trabajo creativo de lo estrictamente técnico: “Yo –dice– prefiero trabajar con gente que sea ancha de miras que con especialistas. No creo en los equipos donde haya el diseñador, el artista… entiendo que la creación está en todas partes. Me gusta trabajar con gente que sabe arremangarse. Por ejemplo, he trabajado con grandes programadores que muy a menudo tienen intereses más allá de la programación: piensan las cosas y tienen criterios estéticos. Este es mi entorno ideal”.
La última parada en nuestro recorrido nos lleva al estudio de Lina Bautista en el La última parada de nuestro recorrido nos lleva al estudio de Lina Bautista en la avenida del Paral·lel. Guitarrista y compositora de origen colombiano, explica que cuando era adolescente “ya cacharreaba. Desmontaba los aparatos que iba encontrando. Siempre he tenido esa inquietud”. Hace cosa de cuatro años decidió hacerse un sintetizador que le permitiera crear nuevas sonoridades con la guitarra eléctrica. “Siempre he estado buscando cosas que no están en el mercado, pero también he utilizado cosas que tienen un uso determinado con un propósito diferente”, dice. Pues parece que en su caso y aparte de la voluntad artística, también hay espíritu de juego. “Hay un cierto pensamiento hacker, sí”, concede.
Para ella fue muy importante conocer la gente de Befaco, un colectivo que opera en el centro para la investigación y producción artística Hangar de Barcelona, y que hace sintetizadores modulares siguiendo la filosofía do it yourself. Esta manera de entender y realizar el proceso le fascinó: “Hay muchas maneras de hacerlo tú mismo. Hay kits que puedes soldar y montar y ya lo tienes, o puedes empezar desde cero y hacerte los esquemas. Pero la idea básica es la misma: hazlo tú, no lo compres hecho. También es interesante entender un poco como están hechas las cosas que utilizas”. Los tiempos favorecen esta opción, ya que la red está llena de recursos: “Si necesito un sonido en concreto, simplemente busco en internet quien lo haya hecho. Es cuestión de investigar, darle vueltas a las cosas, y adaptar lo que encuentro porque yo u otro lo pueda utilizar”.
Siguiendo esta filosofía, Lina Bautista se ha integrado en el colectivo Familiar DIY, que entre otras actividades organiza talleres de construcción de pequeños instrumentos electrónicos. “Nos apropiamos de circuitos que ya rondan por internet y hacemos posible que en tres o cuatro horas cualquiera se pueda fabricar un instrumento”. Más allá de cuestiones técnicas o artísticas, la idea fundamental de esta iniciativa es compartir la vivencia de montar los objetos. “En casos excepcionales puedes comprar el kit o te lo podemos enviar, pero la idea es hacerlo en un taller porque siempre es divertido conocer otro friki al que le guste eso. A menudo viene gente que no tiene ni idea y que dice que no sabrán arreglárselas, pero cuando han soldado cuatro o cinco piezas ya no quieren parar. Y es que esto también tiene un rollo adictivo”.
Entre los objetos que salen de estos talleres, hay un minúsculo theremin de una antena, o el llamado solarizator, un tubo generador de sonidos que funciona con una placa solar: el sonido cambia en función de la luz que recibe. Bautista forma parte igualmente de la asociación 44 Perills, que tiene como objetivo difundir el arte sonoro y la música experimental en pequeño formato mediante conciertos y también talleres. Con todo ello, explica, contribuye a construir una “cadena de buen rollo” a la que también se acercan personas que ni siquiera son músicos, pero sienten una atracción definitiva por los ruiditos que generan estos trastos fascinantes.