La galería gótica del Palau de la Generalitat espera paciente a un nuevo president. ©Antonio Lajusticia

¿Catalunya necesita un gobierno?

Catalunya tendrá pronto un Govern de Esquerra y Junts per Catalunya, pero el independentismo todavía arrastrará las tensiones entre los partidos gobernantes y la presencia inquietante de 707.974 de sus votantes que esperan alternativas al orden establecido

El dato más importante, paradójico (y poco comentado) de las últimas elecciones del 14-F es que el independentismo llegó por fin a la meta histórica del 52% de los votos en unos comicios al Parlament mientras sus principales partidos, Junts per Catalunya y Esquerra, perdían un total de 707.974 votos con respecto a la anterior pugna electoral. Esta fuente de contradicciones explica la sensación de tiempo muerto en la que ahora se encuentra sumida la política catalana. Por un lado, el independentismo ha alcanzado la mayoría social que sus líderes habían considerado como clave para iniciar un proceso de secesión, ya fuese unilateral o acordado con el estado. Por otra, dicho umbral simbólico se culmina en un instante de gran debilidad del independentismo, con una capacidad de movilización social muy atenuada (no sólo a causa de la pandemia) y con sus principales partidos notoriamente enemistados y casi exclusiva e infantilmente obcecados en rencillas propias de la formación de un Govern autonomista.

Estas 707.974 deserciones no son el único fruto del miedo de muchos votantes a llenar las urnas en un entorno de contagio viral. Existe una parte importante de electores independentistas naturalmente fatigados por las promesas que los partidos han incumplido sistemáticamente en los últimos lustros, una falta de responsabilidad con la ciudadanía que los líderes catalanes habían conseguido atenuar con la incuestionable e injusta represión del estado con los presos políticos. Pero, por fortuna, hay muchos electores que han entendido (¡finalmente!) que las acciones de una judicatura vetusta y radicalizada no son la excusa para tomar el pelo a los votantes con hojas de ruta que acaban en papel mojado y en jornadas históricas que sólo sirven para llenar las calles de banderitas. El abstencionismo no sólo respondía a esta decepción, sino también a una clase política que ha entonado durante los últimos diez años la canción según la cual la Generalitat es una administración prácticamente inservible.

Si los programas electorales fueran algo más que papel mojado, Junts per Catalunya habría puesto el levantamiento de la DUI como condición indispensable para la formación de gobierno. Pero la primavera no parece excitar mucho a los convergentes y su promesa electoral estrella ha quedado nuevamente reconvertida en la preparación de lo que los cursis llaman “un nuevo embate al estado”. La realidad, lo sabe todo el mundo, es otra: actualmente, el independentismo tiene pocas ganas de confrontación, respira más que tranquilo en esta pax autonómica y ha acabado convirtiéndose en un soberanismo que sólo se radicaliza cuando grita proclamas sobre la amnistía. Paralelamente, Junts acabará entrando en el Govern por el simple hecho de que de la administración autonómica no sólo dependen 200 altos cargos que alimentan muchas bocas y sirven para sufragar muchas hipotecas y extraescolares de la descendencia, sino porque las élites convergentes tienen una sed lógica de consejerías, altos cargos y adláteres.

Las acciones de una judicatura vetusta y radicalizada no son la excusa para tomar el pelo a los votantes con hojas de ruta que acaban en papel mojado y en jornadas históricas que sólo sirven para llenar las calles de banderitas

En este sentido, todos somos conscientes de que la teatralización de estas últimas semanas de cara a la formación de gobierno no tiene nada que ver ni con hojas de ruta ni con el papel del Consell por la República en la liberación de la tribu, sino con el reparto del poder autonómico y, especialmente, lo que atañe al control de los medios de comunicación públicos. De forma bastante inteligente, Elsa Artadi está tramando un pacto de Govern que le asegure la omnipresencia casi total en las consejerías de gasto; a saber, una Vicepresidencia que gestione el dinero que lloverá de Europa, un megadepartamento de Salud que, bajo la excusa de la pandemia, tenga casi barra libre presupuestaria y también la cartera de Territori. A Pere Aragonés, que es lo más parecido a un convergente que tiene Esquerra, todo esto le parece bien, porque le interesa que su partido tenga finalmente un líder Molt Honorable y que esto lo convierta en el interlocutor estrella con Madrid.

Imagen de la investidura fallida de Pere Aragonés como president. ©Enric Fontcoberta/Parlament

El independentismo tranquilo, en definitiva, responde afirmativamente a la necesidad de un gobierno en Catalunya escudándose en la necesidad de devolver la política catalana al nivel de la gestión, que era aquello, insisto, que los mismos agentes políticos que ahora suspiran por mandar nos habían dicho que no servía nada más que para gestionar migajas. Devolver el carácter sexy a la gestión gubernamental no les será fácil, sobre todo después de una presidencia activista y absolutamente fútil como la de Quim Torra, trufada de consejerías en las que Alba Vergés y Chakir El Homrani han demostrado un nivel de sabiduría administrativa que no les haría aptos ni para la conserjería de una empresa privada. Sin embargo, Aragonés y compañía confían en que un país donde Salvador Illa ha podido ser un revulsivo político y ganar unas elecciones tras su nefasta labor como ministro, llegue a ser indulgente a la hora de evaluar su futura nómina de consejeros.

Sin embargo, las élites catalanas y la ineptocracia de los partidos harían bien en no olvidar la presencia fantasmagórica de estas 707.974 almas por las que la memoria del 1-O es más que un objeto de nostalgia y que no olvidarán sus objetivos políticos por mucho que Aragonés y Borràs les vendan la moto de un país próspero que prepara la revolución sine die. ¿Catalunya necesita un gobierno? Evidentemente, como cualquier comunidad política, pero nuestros mandatarios deben saber que los despachos y el Parlament no lo son todo, y que cada vez hay más masa crítica que no está dispuesta a hipotecar su libertad en una gestión de mínimos. Catalunya no se gobernará desde Waterloo ni con un Govern sin liderazgo, eso es evidente, pero tampoco será un actor político relevante en el futuro si sus líderes continúan con el chip mental de la última década. A menudo, la historia cambia en el subsuelo, y ahí el independentismo goza de 707.974 almas muy relevantes.

Catalunya no se gobernará desde Waterloo ni con un Govern sin liderazgo, eso es evidente, pero tampoco será un actor político relevante en el futuro si sus líderes continúan con el chip mental de la última década

A menudo, los compases más importantes de una sinfonía son los de espera, los espacios de silencio que preludian un estallido incontrolable de la masa orquestal. El tiempo dirá si la parsimonia de estos días preludia una coda silente o una marcha estentórea que remueva todo el tablero político y social del país. Yo, los de los apologetas de la calma y del ir tirando, no respiraría muy tranquilo…