Barcelona es uno de los destinos mundiales para los skaters. Lo es por su clima, que permite patinar todo el año; por sus paredes y suelo, con recovecos que levantan pasiones; por un control policial permisivo, y, por último, por la posibilidad de ir bebiendo por la calle, factor que fascina a los que vienen desde Estados Unidos. Así lo explica Sören Manzoni, coleccionista de monopatines que ha comisariado la exposición Fusta i rodes en Casa Seat, dedicada a repasar la historia de este icono urbano.
Fusta i rodes, que se podrá visitar hasta finales de febrero, empieza su recorrido con los más rudimentarios patinetes, hechos con una tabla, una caja de madera, un palo y poco más. Para convertir esos patinetes en monopatines, tuvieron que aparecer los surfistas de Estados Unidos, que buscaban surfear el asfalto cuando no tenían olas y montaron en tablas de maderas ruedas de antiguos patines, después de quitar el manillar. Una pared llena de tablas con decoraciones surferas resume estos orígenes, en los años 40, con lemas tales como Roll-n-Surf. Entre estas tablas, hay alguna por la que le han llegado a ofrecer a Manzoni hasta 8.000 euros.
En España tardaron más en llegar los monopatines y se tuvo que esperar hasta la década de los 70. No se sabe exactamente dónde llegaron los primeros, pero Catalunya y el País Vasco están bien posicionadas para llevarse ese título, gracias a la aparición de empresas como las catalanas Volador y Vecar y la vasca Sancheski, las primeras en producir skateboards en serie en el país. Catalunya también toma la delantera al ser la que tiene el primer skatepark de España, en Arenys de Munt, que data de 1979.
De ahí la exposición salta a la típica habitación de un adolescente de los 80, en la que Manzoni querría quedarse a dormir algún día, acompañado por ET. Representa el momento en el que el skate se convierte en un símbolo para los más jóvenes e invade su día a día. Como era caro conseguir uno, eran objeto de robos en más de una ocasión, según recuerda el comisario. Fusta i rodes también tiene espacio para los 90, con un área destacada para la película Kids, que marcó a Manzoni, radiocasetes, pinballs y recreativos. También hay un cartel de neones de los míticos Nasty Mondays de Apolo, detalle que se explica por el hecho que Manzoni fue el creador de esta fiesta. Lo que le puede deparar a este objeto queda apuntado con un capítulo final dedicado a Regreso al futuro y el monopatín futurista de Matel, con el que se prometía poder volar.
El “Diógenes de cosas bellas” de Manzoni
La exposición en Casa Seat es una pequeña muestra de todo lo que Manzoni lleva coleccionando desde hace 25 años en un garaje de 200 metros cuadrados en el Poblenou, en el que ya no sabe ni qué hay. “Está todo muy embutido”, resume. Guarda mayoritariamente monopatines, con más de 1.000 ejemplares, pero también se pueden encontrar pinballs, radiocasetes, juguetes o lunchboxes. El 80% de las piezas Manzoni las ha comprado en mercadillos como los Encants o los ha recogido de la basura.
Esa necesidad imperiosa de guardar objetos que le apasionan, Manzoni la define como su “Diógenes por las cosas bellas”. Sostiene que lo hace porque tiene la capacidad de leer diferente a los objetos y buscar su parte bella y no solo la útil. Todo esto empezó cuando ya era muy pequeño, y su hermano y él se pusieron a guardar las latas de bebida que iban encontrando. Tal fue la recolección que llegó un momento en el que sus padres les pidieron que las tiraran, pero su hermano acabó rescatando su colección de latas.
Pese a que en el garaje del Poblenou hace años que se acumulan los objetos, Manzoni no empezó a compartirlos con los demás hasta el año pasado. Fue entonces cuando abrió al público su Manzoni’s Garage, el primer museo del skate de España. Mazoni se dio cuenta que coleccionar estaba bien, pero que también tenía lo suyo poderlo mostrar. “El orgasmo es poder enseñar lo que tienes”, arguye.
El mismo día de la inauguración de Fusta i rodes en Casa Seat, Manzoni ya se fijaba objetivos expositivos más ambiciosos, como abrir un museo del skate con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona. “Sería fantástico”, confesaba. De momento, aún no ha contactado con el consistorio para proponerlo.