Alfonso y Claudia García Casa Alfonso
Alfonso y Claudia García, tercera y cuarta generación de Casa Alfonso.

Casa Alfonso cumple 90 años pensando en el centenario

Una pareja venida de Jaén abrió el restaurante en 1934 y el local se mantiene desde entonces en manos de la misma familia, una excepción en un centro de Barcelona cada vez más globalizado

Cuando se entra a Casa Alfonso, lo más probable es repetir. Más que nada porque su alma mater, Alfonso García, sabe en qué campo juega y no descansa nunca. Da igual que se entre solo a tomar un café, como hizo hace muchos años Ricardo Darín, él hará todo lo posible para no sea la última vez y lo suele conseguir, como le pasó con el actor. “No puedes despreciar a nadie, todo el mundo puede ser un potencial cliente. Y no solo hay que captar clientes, sino que también los tienes que fidelizar”, remarca. A lo largo de los años, el propietario del local ha ido perfeccionando su técnica para no dejar de seducir a una clientela que se mantiene fiel a su jamón, principalmente, pero también a sus aceitunas rebozadas, ensaladilla rusa, cremoso de steak tartar o arroz de pluma ibérica. Y sin olvidarse de postres como la croqueta de chocolate.

“Somos un oasis aquí. Cuando la gente viene al centro, busca dónde comer y solo encuentra grupos de restauración o franquicias, pero quiere locales con alma”, sostiene. Casa Alfonso resiste en manos de la misma familia desde hace 90 años en una Barcelona que ha ido perdiendo su identidad y se ha globalizado. Con un tíquet medio de 35 euros y una clientela que mezcla barceloneses y turistas, el local conserva el mobiliario de siempre, incluso mantiene el suelo que había antes de que la familia García llegara, cuando era una casa de curtidos. “Es un tangible. Si lo cambiáramos se vería tan nuevo que el local perdería parte de la gracia. Cosas así nos hacen auténticos”, defiende. Si la ocasión lo requiere, hay un reservado con pocas mesas.

Todo empezó con Alfonso y Rosario, los abuelos del actual propietario, y lo hizo en el 1934. La primera generación del negocio había emigrado de Jaén, de Baeza y Linares, respectivamente. El primer Alfonso era charcutero y, cuando llegó a Barcelona, empezó trabajando en una charcutería que había en la Rambla de las Flores. Luego, con un socio, abrió en plaza Urquinaona el germen de Casa Alfonso, donde más tarde estaría Deportes Martín y ahora se encuentra La Casa de las Lámparas. En un mismo espacio, él llevaba la charcutería y el otro tenía una barra de bar.

La cosa no salió bien y se mudaron a la actual ubicación de Casa Alfonso, en la calle Roger de Llúria, entre Ausiàs Marc y Casp, ya sin el socio. El abuelo mantuvo el formato del anterior local, con charcutería y barra de bar, una combinación que se ha mantenido hasta el día de hoy. También tenían el piso de arriba, donde la abuela cocinaba los platos (fricandó, callos…) que luego bajaba para los clientes de la charcutería-colmado, empezando a dar de comer caliente y añadiendo la etiqueta de casa de comidas. En algún momento de la historia, no solo se encontraban ibéricos y quesos en su mostrador e incluso se podía comprar marisco.

De crisis ha habido unas cuantas a lo largo de 90 años y la primera llegó pronto, con el golpe de estado franquista que desencadenó la Guerra Civil. En la Barcelona republicana, Casa Alfonso no cerró durante los años largos que duró la contienda, aunque “el dinero hubiera perdido el valor y todo fuera trueque, aceite por pan o patatas”, rememora García. A su abuelo se lo llevaron un día para fusilarlo pero se salvó, según cuenta su nieto, porque uno de los soldados era cliente suyo y dijo que le dejaran en paz.

Cada generación ha introducido cambios en Casa Alfonso, y llegó el turno del segundo Alfonso, padre del actual propietario. Corría la década de los setenta. Fue en esta etapa cuando surgió uno de los productos estrellas de la casa, la flauta de jamón, inspirada en la baguette francesa pero adaptada al gusto local. “Se montaban colas en la calle. Esto era el centro textil de Barcelona, con mayoristas y fabricantes, y venían todos. Era bestial”, indica García, quien se puso de muy joven a arrimar el hombro para sacar todos los bocatas que les pedían. También se empezaron a hacer más platos, ampliando la cocina, y perdió peso el almacén de jamones que había tenido a las dos primeras generaciones deshuesando jamones cada día. Un detalle: siempre han tenido una reserva de cochinos en Los Pedroches, en Córdoba, y ahora la empresa Jamones Juan Manuel se encarga de hacer todos los procesos y enviarles el jamón: “Es nuestra bandera”.  Como no sabe parar quieto, la compañía ha nombrado a García jefe de expansión para que pilote el aterrizaje en Francia.

Foto histórica Casa Alfonso
Fotografía familiar de las diferentes generaciones al frente de Casa Alfonso.

La tercera generación llega en los 80. “Fue cuando mi padre me dejó empezar a tener más protagonismo”, dice el tercer y, de momento, último Alfonso. No tarda en contestar su hija, Claudia, una cuarta generación que ya saca la cabeza entre las mesas: “A mí me quedan unos pocos años más para que me hagan caso”. “El que la lía soy yo”, continúa Alfonso. Cuando tenía poco más de 20 años, él salía lo suyo y vio que los bares estaban a tope por la noche. Por aquel entonces, Casa Alfonso abría de lunes a viernes de 9 de la mañana hasta las 10 de la noche. “Mi padre decía que en la noche viene lo peor de cada casa. Empezamos a abrir de noche poco a poco, paulatinamente. Lo tuve que hacer con cremita”, recuerda. Primero se probó con los sábados hasta la una de la madrugada, funcionó, “y mira que no existían ni internet ni móviles, pero el local se llenó completamente”. Luego vinieron los viernes y los jueves hasta pasar a abrir toda la semana.

Así empezaron a venir actores, cantantes y espectadores de los teatros y salas que quedaban cerca, antes y después de la actuación, recuperando los contactos de aquellos que había conocido cuando había hecho sus pinitos en el escenario. También convenció a los abogados y jueces que abundaban por la zona. Había detectado que iban a comerse un bocadillo cuando acaban el juicio a las seis de la tarde y decidió dejar de cerrar la cocina para ofrecerles algo más.

Entrada Casa Alfonso
La entrada de Casa Alfonso, ubicado en la calle Roger de Llúria, entre Ausiàs Marc y Casp.

Pero eso no fue todo. “Soy el inductor del tapeo”, proclama. Para virar hacia la taberna histórica y colmado gourmet que son hoy, se puso mano a mano con los clientes más recurrentes —para los que aún era Alfonsito— a tejer una nueva carta gastronómica, invitándoles a un café mientras le decían sus platos preferidos, volcándolo todo en un Excel para ver cuáles eran los más votados e incluirlos en la selección final. Aquí no deja de mencionar a asiduos como el periodista Josep Cuní, “un fijo de la ensaladilla rusa”, o el desaparecido locutor y actor de doblaje Constantino Romero, “nadie le quitaba su flauta de Rosbif con su chato de vino”. También se acuerda de los incondicionales del desayuno de cuchara.

El tercer Alfonso tiene anécdotas para parar un tren, como cuando colaba a cantantes de lírica entre los comensales y se iban poniendo a cantar durante la noche, con momentos apoteósicos como las versiones del Barcelona de Montserrat Caballé y Freddie Mercury. O cuando se le presentó un día el actor Paco Rabal y su familia, pero estaban cerrados porque era su comunión y les tuvieron que dejar pasar. O cuando habla de sus tías, Montse y Rosario, “muy pintorescas”, siempre vestidas y peinadas igual, casi pareciendo gemelas, con muchas de sus fotos colgadas en la pared de Casa Alfonso.

Pero tampoco se deja lo malo, de la crisis económica de 2008, superada porque ya tenía a mucho turista entre sus clientes y estos siguieron viajando, “el divide y vencerás funciona”, o de la pandemia, muy dolido por cómo considera que las instituciones trataron al sector de la restauración. “La suerte ha sido que la gente sale como si no hubiera mañana. Se ha instaurado el vivir el aquí y el ahora. Se nota en las facturas en los hoteles y los restaurantes. Por eso, nosotros aumentamos la facturación”, señala García, que dispone de 26 mesas en su local del Eixample Dreta.

El propietario de Casa Alfonso reclama que Barcelona ponga en valor locales históricos como el suyo

“Llegar a los 90 años es un mérito, pero el objetivo ahora es cumplir 100. Ya estamos pensando como empezar a celebrar el centenario”, avanza un incombustible García. Con un equipo de 25 trabajadores, a los que regala cada Navidad un jamón, tiene más de una batalla pendiente, como la necesidad de dignificar a los camareros,”pagar bien y cumplir con todo”, pero también que Barcelona ponga en valor a los locales históricos como el suyo, envidiando la consideración y las ventajas, principalmente fiscales, que tienen sus homólogos madrileños. Y no se olvida de criticar el que dice que es “el peor invento” que existe en el mundo de la restauración: el menú.

Se mantiene en forma y va dejando que la cuarta generación tome las riendas de Casa Alfonso. Ya no hay otro Alfonso y es el turno de Claudia y Lucía. La más mayor ya está sirviendo, después de haber estado llevando el márketing digital de grupos de restauración como Nomo y Andilana. Trabaja en el negocio familiar, pero también se ha montado una empresa propia de márketing digital para asesorar a la hostelería. Sin ningún tipo de duda, su mano se nota en las redes del restaurante.