Nacho Herrero: Cosas que empiezan con los carajillos

“Nunca me he denominado ni identificado con mi trabajo. Nunca he dicho: Soy Nacho, publicista. Antes de decir eso te explicaba otras cosas como, por ejemplo, soy Nacho y pincho discos en el Psychobilly Meeting. Desde hace unos años, empiezo a sentirme cómodo con la escritura y, hoy por hoy, te diría que soy Nacho, tengo una familia maravillosa, escribo novelas… ¡y pincho discos en el Psychobilly Meeting!”. Ante un humeante carajillo, bebida que le acompaña desde su adolescencia, Nacho Herrero reflexiona acodado a la barra del Bar y disfrutando del silencio de tener apagada la radio, “donde la música que me gusta no va a sonar”.

Este coruñés afincado en Barcelona paga sus facturas trabajando para una agencia de publicidad, mientras aprovecha su talante madrugador —desde hace veinte años “soy incapaz de levantarme más allá de las ocho de la mañana, y desde que me he puesto en serio a escribir, más todavía”— para darle a la tecla “de seis a siete, esa hora maravillosa en la que tengo energía y la casa está en silencio”.

Ultimando el manuscrito de su próxima novela, acaba de debutar recientemente con Extraños bajo la luna roja (Valhalla), una narración frenética, sucia, rocanrolera e impregnada de espíritu hard boiled que parte del hallazgo de un cadáver en un hotel de Barcelona para construir una historia de perdedores, mentiras, pasos en falso, sexo y tragedia que oscila entre la Ciudad Condal y San Sebastián.

“Mi trayectoria es muy cortita, pero estoy orgulloso de mi constancia, de no parar. Estoy convencido de que esta no será la única novela que me publicarán”, asevera el parroquiano que, al recién publicado y al que está acabando, suma otro manuscrito que posiblemente no tarde en ver la luz.

Porque tal vez mañana ya no estemos aquí

“Todo esto empezó con los carajillos. Cuando terminé COU, a principios de los 90, allá por las Olimpiadas, empecé a estudiar Magisterio. La cosa no cuajó, la carrera no me gustaba y lo que hacía muchas veces, en vez de ir a clase, era bajar al bar de abajo de casa. El Ciervo, se llamaba, y me pasaba la tarde bebiendo carajillos y escribiendo relatos. Tengo una carpeta llena de relatos escritos a mano. Luego dejé Magisterio, me puse a estudiar Publicidad… y dejé de escribir. No me preguntes por qué, yo tengo mis teorías, pero no voy a divagar con eso ahora”, y Nacho sorbe un trago de su bebida antes de añadir, con sorna, “los carajillos no los dejé”.

—¿Pero habría algún momento en que te dio por volver a escribir, no? ¿Qué ocurrió?

El parroquiano se pone serio. “En 2018 mi mejor amigo, Tomás, murió de cáncer. El caso es que habían pasado más de veinte años desde que había dejado de escribir y pensé: Nacho, ponte a hacer lo que siempre has querido hacer, porque a lo mejor mañana ya no estás aquí. Y me puse a escribir aquel mismo año y no he dejado de hacerlo”. 

—¿Escribes con frecuencia?

—Prácticamente todos los días.

Entre los otros puntos de inflexión en su vida, el autor cita su traslado de A Coruña a Barcelona cuando tenía 14 años, el viaje a Sudamérica que hizo durante seis meses con Olga, su mujer, y el nacimiento de su hijo. Y probablemente, aunque no lo cite, el rocanrol primitivo que acompasa su vida a base de berridos y guitarrazos ejecutados con estilo y garra.

Nacho Herrero, que trabaja en dos manuscritos más, está convencido de que esta no será la única novela que publicará. ©Rockandwolf

La ciudad donde no hay toros

“Yo vivía feliz en A Coruña, cuando a mis padres no se les ocurrió otra cosa que mudarse a Barcelona. Yo tenía catorce años, imagina cómo me sentó. Estuve rebotado con la ciudad durante muchos, muchos años”, explica el parroquiano, que confiesa que cuando se independizó hizo las paces con una Barcelona de la que ha vivido la realidad de barrios tan dispares como el Raval, la Bonanova, Camp de l’Arpa, Vallcarca y ahora, recién mudado, Horta. 

—¡Con ese recorrido, ya eres más barcelonés que muchos barceloneses de toda la vida!

Nacho Herrero ríe, liquida su carajillo y, mientras se piensa si pedirse otro o almorzar alguna ración, replica: “No creas, vine aquí en el 86, pero todavía sigo diciendo que soy de A Coruña. Soy un cabezón y un desagradecido. En realidad, quiero mucho a Barcelona”.

—Hombre, habrá cosas que te gustan si sigues aquí al cabo de tantos años.

—Pues sí, y una de las cosas que me enamoran y me llenan de orgullo de mi ciudad es que las corridas de toros están prohibidas desde 2010.

Nacho Herrero volvió a escribir en 2018, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. ©Sonia Agell
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Alberto Valle

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