De la Rambla al mundo

La Fábrica se despide de Ricardo Bofill

Miles de personas acuden a la que ha sido la casa y el taller del arquitecto barcelonés, fallecido hace unas semanas, en el homenaje que su familia le ha organizado durante dos días para decirle adiós

Muchos son los que han podido entrar por primera vez este miércoles a La Fábrica, sede del Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill y su propio hogar en Sant Just Desvern. Este ha sido el espacio que sus familiares y amigos han escogido para despedirle, un par de semanas después de su fallecimiento. Se espera que unas 10.000 personas pasen a homenajearlo durante los dos días que esta antigua cementera estará abierta al público, incluyendo la noche de este miércoles, aprovechando también para descubrir el lugar desde el que ideó algunas de sus obras más emblemáticas y en el que vivió.

Bofill descubrió La Fábrica a principios de los años setenta, cuando se enteró de que la Sanson había cesado su actividad en Sant Just, después de que las protestas vecinales obligaran a desplazarla a Sant Feliu de Llobregat, el municipio vecino. El complejo industrial que fascinó al arquitecto empezó a funcionar como cementera en 1921 y se fue construyendo en diferentes etapas, ampliándose cuando la producción lo requería. Bofill se encontró con enormes silos, una chimenea, salas de máquinas, galerías subterráneas… Todo ello en un conjunto brutalista que decidió transformar en una obra de arte para demostrar que cualquier espacio, independientemente de su forma, podía adaptar su uso, siempre que se hiciese con la habilidad suficiente.

Los diferentes elementos característicos del pasado industrial del edificio perviven en el nuevo uso que Bofill le dio, convirtiéndola en despacho de arquitectura y hogar. “Actualmente aquí vivo y trabajo mejor que en cualquier otro lugar. Este es para mí el único sitio donde puedo concentrarme y asociar ideas de la manera más abstracta. Tengo la impresión de vivir en un universo cerrado que me protege del mundo exterior y el día a día. La Fábrica es un lugar de trabajo por excelencia. Aquí la vida transcurre como una secuencia continua, con muy poca diferencia entre el trabajo y el ocio”, explicaba Bofill.

Interior de La Fábrica, donde se mantienen los elementos de la antigua cementera, como los silos, adaptados a su nuevo uso. © theNBP

Ese es el entorno que han admirado los que desde las 9 de la mañana de este miércoles han accedido a su interior, que ha maravillado por igual a vecinos, curiosos, estudiantes y admiradores de la obra del arquitecto barcelonés. Personas de todas las edades han recorrido parte del estudio y del jardín, inundados de velas y fotografías del arquitecto, de su vida y obra, acompañadas por maquetas de algunas de sus creaciones más conocidas, como el Walden, el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) o la misma Fábrica. Las cámaras y los móviles se han apoderado del recinto, queriendo irse a casa llevándose un poco de estos rincones.

Entre los asistentes, había una vecina de Sant Just, que se ha acercado para conocer cómo era el edificio que le había permitido dejar de tener polvo en casa. Vivía cerca de la Sanson cuando aún estaba abierta y recuerda cómo el polvo le manchaba las paredes hasta que cerró y Bofill transformó el lugar por completo. “Cambió el pueblo”, resume.

También se han adentrado en el interior de La Fábrica habitantes de una de sus obras más icónicas, el Walden 7, ubicada justo al lado. Uno de los que ha visitado el taller de Bofill lo ha hecho para darle las gracias por haber ideado el característico bloque de viviendas de color rojo, donde ha vivido durante 15 años.

Trabajadores de la zona, que veían su perfil cada día sin saber cómo era su interior, y clientes del Taller de Arquitectura, como una tienda de muebles de Barcelona, han sido otros de los asistentes al homenaje, que, como no podía ser de otra manera, ha contado con admiradores del arquitecto. Algunos han llegado con flores y hasta ha habido quienes han hecho del homenaje la primera actividad que han podido realizar tras superar la covid, como Natàlia, una vecina de Sant Just.

Otros se han emocionado cuando han visto la magnitud de la creación de Bofill. Ese ha sido el caso de Elisabet, una diseñadora que ve en el arquitecto “todo lo que me gusta”. Ella, que siente como “un regalo” poder entrar al taller, se ha declarado fascinada por “cómo concibe el espacio, que te hace conectar con la naturaleza, sentirte en paz e inspirarte”. “Me ha impactado mucho”, ha añadido Montserrat, otra admiradora de Bofill que ya había podido visitar el Walden pero no La Fábrica y ha aplaudido su concepción de la arquitectura tan diferente y transgresora.

Maqueta del proyecto original que concibió Bofill para el Walden, con más de un bloque de viviendas. © theNBP

La familia de Bofill y sus amigos se iban entremezclando entre los asistentes, la mayor parte del rato escuchando sentados en el suelo la música tuareg que tocaba el artista Atri N’Assouf. Sus canciones marcaban el ritmo del interior de La Fábrica, en la que también se encontraban compañeros del Taller de Arquitectura y reputados arquitectos barceloneses como Fermín Vázquez y Daniel Mòdol, así como el madrileño Rafael de la Hoz.

Y la voz del arquitecto se iba escuchando de fondo, contando quién era, de dónde venía, cómo entendía la vida y la arquitectura… Un vídeo que recopilaba entrevistas que Bofill hizo a lo largo de su carrera ha servido para descubrir que, si no hubiera sido arquitecto, hubiera querido ser científico. Que su peor pesadilla eran los exámenes y que le hubiera gustado nacer en los 2000. Que si pudiera escoger cómo le recordará la gente, lo haría con la etiqueta de inteligente. Y que, si pudiera pedir un deseo, sería que los estudiantes de aquí 300 años aprendan su obra.

Parte del jardín de La Fábrica que se ha podido visitar, lleno de velas. © theNBP
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Publicado por
Cristina Martín Valbuena

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