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Irene Lazuen: A punto de ganar la batalla interna

“Mi objetivo ahora es mover mis trabajos por centros, galerías y concursos de dibujo y pintura. Estoy orgullosa de poder decir que, en general, lo que me he propuesto lo he conseguido, y me encantaría visibilizar mi obra y empezar a darle peso a mi proyecto artístico”, explica la artista Irene Lazuen, mientras se toma un café con leche de avena a primerísima hora de la mañana al ritmo relajante e hipnótico de los beats de Lofi. “Pero hay un problema”, añade.

—¿Un problema? ¿Cuál?

La pintora entorna su mirada de color cacao. “Tengo dentro una batalla interna. Una parte de mí quiere que mi trabajo sea visto y reconocido, pero otra parte detesta la idea de formar parte del mundo de las galerías de arte y de todo lo que lo rodea. Me repele el ego y elitismo que a veces, no en todas, se respira en ese ambiente”. Y ese parece venir siendo, hasta la fecha, el principal obstáculo a la hora de encender la mecha y pegarle el prescriptivo petardazo a su carrera. Esa batalla interna que el estilo, la mano, la sensibilidad y el oficio apuntan a que va a ganar.

Aún así, estas disyuntivas que frenan ese necesario impulso ascendente en la trayectoria de la parroquiana, no son óbice para que ésta se sienta “muy contenta de haber logrado vivir de lo que he estudiado, en una actualidad tan precaria en la que mucha gente no está trabajando de lo suyo”. Y sorbe un trago de su humeante bebida, antes de rematar: “Y no me refiero únicamente a artistas”.

Una de las obras de la artista barcelonesa Irene Lazuen.

El talento de enseñar

Irene asegura que lo del amor por el arte y el dibujo le viene desde niña. “Es algo que siempre ha estado presente para mí. No concibo mi vida sin pintar o dibujar. Cuando me preguntaban de pequeña qué quería ser, siempre respondía que pintora”. Con toda lógica, al terminar los estudios obligatorios se catapultó hacia el bachillerato artístico en la Escola Massana. “Aquello supuso todo un cambio de mentalidad y un nuevo camino de experiencias”. De ahí al siguiente peldaño: “La carrera de Bellas Artes en la Universitat de Barcelona, que me dejó un poco fría, pero de la que me llevé aprendizajes y muchas amistades”. Y, tras los estudios, la entrada en el mundo laboral, “que ha sido variado, pero siempre dentro del terreno artístico”. 

Durante unos cuantos años, y sin dejar jamás de pintar y dibujar, de exponer y hacer encargos, la parroquiana se ganó la vida tatuando. Así hasta aquel fatídico 2020 marcado por un forzoso confinamiento que abocó a tanta gente a repensar su vida y circunstancia. “Entonces, mi vida dio un giro curioso. Ya sabes cómo es lo de ser autónomo, había meses en que me costaba ir bien de dinero y quise buscar alguna cosa extra con la que ganarme algo fijo”. Su hermana le sugirió entonces que se planteara buscar oportunidades en el campo de la enseñanza, “algo que yo nunca jamás me había planteado, porque no me veía con madera de profesora”, pero por probar que no quede, se dijo. 

“Exploré varias academias. De entrada, ninguna me entusiasmaba hasta que encontré La Gràcia”. El primer contacto fue bien. “La idea inicial era hacer pocas horas a la semana, pero al final me ofrecieron más horas y acepté”. Irene descubría otro talento que llevaba dentro: el de enseñar.

Tras compaginar arte, docencia y tatuajes durante un año, “trabajando muchísimas horas, acabando agotada y sin que me compensara todo aquel esfuerzo”, al final decidió dedicarse enteramente a la academia y a la pintura. “Y la verdad es que estoy muy satisfecha con lo que estoy haciendo. Me siento feliz de tener un sueldo fijo, porque la verdad es que odiaba ser autónoma ¡con todos sus altibajos y sus papeleos!”.

La pintora y profesora barcelonesa Irene Lazuen.

Ciudad hostil

La artista ha nacido y crecido en Barcelona, de la que ha sido una enamorada toda su vida. Como amante del género del terror, la imaginación le vuela alto con algunas leyendas urbanas como la de Enriqueta Martí, La Vampira de la calle Ponent, cuyo arresto, en 1911, alimentó historias y conjeturas “sobre el hecho de que secuestraba y asesinaba niños para utilizar su grasa, sangre, pelo y huesos para preparar ungüentos y cremas para la sociedad adinerada”. Fábulas que, aún hoy, más de un siglo después, siguen instaladas en el acervo cultural de la urbe.

Durante unos cuantos años, y sin dejar jamás de pintar y dibujar, de exponer y hacer encargos, Irene Lazuense ganó la vida tatuando

Pero ese amor que la unía a Barcelona ha derivado en lo que la parroquiana describe como “una relación no muy buena en los últimos años, con esta ciudad que que he sentido como mi hogar durante tanto tiempo, y que ha cambiado mucho, convirtiéndose en otra cosa muy diferente, hostil”.

—¿A qué te refieres, concretamente, con hostil?

“Me refiero a que vivir aquí se ha vuelto imposible, el coste de la vivienda y la vida es insostenible para personas con sueldos corrientes. Además, la ciudad está sucia y abarrotada. De hecho, por este motivo me estoy planteando desde hace tiempo mudarme fuera para vivir mejor, y más cerca de la naturaleza”, replica Irene Lazuen, que apura su café y se apresta a ir a trabajar, aprovechando que,  para ella, “las primeras horas del día son las favoritas”.

Obra El Bosque de Irene Lazuen.
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Publicado por
Alberto Valle

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