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Qué pasa con las cenizas de las Fallas de Valencia una vez se han celebrado y quemado, cuando ya quedan fuera de todo ritual público? ¿Qué volumen acumulan? ¿Qué se hace con ellas? ¿Dónde van a parar? ¿Es que el montón de basura al que acaban reducidas puede guardar un deje de belleza azarosa, de movimiento caprichoso o incluso armónico? Este es el espacio que explora la artista Anna Malagrida (Barcelona, 1970) en la exposición que se puede ver en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) hasta el 24 de febrero del 2019. Sintomáticamente titulada El pes de les cendres –El peso de las cenizas–, la muestra se exhibe en la galería 6, que es un espacio difícil, hecho de condicionantes importantes. Tiene una forma intrincada, con una escalera en medio de la sala que conecta las dos plantas. Es justamente pensando en este espacio que Malagrida ha ideado la exposición, hecha de unos vídeos con cámara estática que crean dos atmósferas absolutamente diferenciadas en la primera planta y en la segunda.
La artista se dirige allí donde nadie pone el foco. Tras la fastuosidad de las Fallas, las llamas se van apagando y los operarios empiezan toda la faena de llevar las cenizas materiales hacia el vertedero. Ella va con su cámara y graba planos fijos de una enorme fuerza alegórica –todo tuvo que ser grabado, claro está, en una sola noche–. Esta voluntad de sugerir otros significados y otras posibilidades más allá del hecho en sí que graba, empapa el conjunto de la exposición, que bascula sobre una ambigüedad calculada, un punto enigmática.
Al fin y al cabo, también forma parte de las Fallas la hilera de 200 camiones que, una vez se ha apagado la última brizna de fuego, enfilan el camino del vertedero, cargados de residuos y cenizas
En la primera planta, las llamas aún virulentas de las Fallas, con pequeñas detonaciones causadas por las brasas candentes, nos transportan a la imagen prototípica de los disturbios en la calle, quien sabe si los disturbios de las banlieues de París, una ciudad que Malagrida conoce bien porque es donde desarrolla una parte de su vida profesional. Por efecto del plano fijo, los vídeos que cuelgan de las paredes hacen de fotografías en movimiento, como si el artista quisiera dejar clara su doble faceta: habitualmente trabaja con fotografías y vídeos. Las llamaradas vivas o la humareda de los restos de los muñecos convertidos en ceniza, un estado gaseoso desconcertante que no se asociaría por nada en el mundo con las Fallas, dan un aire de tensión y desolación, de conflicto palpitante que puede estallar de nuevo o apagarse del todo en cualquier momento.
Especialmente interesada en los elementos generadores de la identidad de una ciudad, la artista ha querido aquí remover las cenizas, acompañarlas hasta el vertedero, poner luz sobre una zona a la sombra del ritual mágico, pero que inevitablemente también forma parte. Al fin y al cabo, también forma parte de las Fallas la hilera de 200 camiones que, una vez se ha apagado la última brizna de fuego, enfilan el camino del vertedero, cargados de residuos y cenizas.
El trayecto hacia el vertedero nos lleva a la segunda planta. Dejamos atrás la conflagración y la oscuridad que abren la muestra y pasamos a una especie de sala blanca, aséptica, casi celestial, que transmite una paz que no deja de ser curiosa, sobre todo si nos fijamos en las imágenes de las que partíamos. Hay algún tipo de armonía, con guiños simpáticos, que Malagrida ha sabido encontrar en el montón de ceniza y de restos de Fallas que ya no lo parecen, apiladas en el vertedero. Un vídeo muestra cómo un trabajador barre la basura delante de una montaña de ceniza hasta que otro camión libera la carretada y una nube de polvo lo deja medio enterrado, aunque no deja de barrer. Este es un momento mágico. O también son destacables un par de vídeos más que, valiéndose del ángulo que forma la pared, enseñan el proceso de transformación de los escombros en arena y como ésta acaba formando nuevas pilas sinuosas, en una especie de danza eurítmica.
La idea del proceso de transformación de la materia religa toda la propuesta de Malagrida, que hace pasar el visitante por, como quien dice, distintas fases de la materia. Hay un juego con el elemento del polvo, que remite a la célebre obra Elevage de la poussière, de Man Ray. En 1920 Man Ray visita el taller de Marcel Duchamp y fotografía una placa de vidrio sobre la que ha dejado acumular polvo durante meses. La fotografía de Man Ray, hecha a altísima exposición, capta unas formas inusitadas sobre el vidrio. La artista barcelonesa persigue la misma intención cuando enfoca muy de cerca una máquina cortando el poliestireno que permitirá construir los futuros muñecos de las Fallas. Estos vídeos toman un sesgo contemplativo y acompañan la armonía casi chocante que sale de un taller o de un vertedero. De esta fotografía, Duchamp saca el concepto del “inframince” –“el infraleve ”– que se interroga sobre cómo expresar el arte de la imperceptible, del invisible. Malagrida estira y juega con el infraleve, mediante un punto de vista singular, que busca iluminar detalles ínfimos, estampas que pasan desapercibidas porque no forman parte del ceremonial público, pero que permiten explicar muchas palpitaciones y paradojas de la ciudad misma.