Diez obras memorables para entender la poesía

Entre la estructura de la lírica moderna y la poesía de la antigüedad, la energía del silencio y la palabra siguen fluyendo aunque se dijera que después de Auschwitz la lírica era imposible. ¿Cómo elegir diez poemas entre la casi infinita secuencia de poemas que fundan algo a partir de lo fugaz, de lo sagrado o de la nada? De Píndaro a Rilke, de Garcilaso a Baudelaire, toda elección es un riesgo. Son, aquí, los diez poemas de una gran apuesta.

1

Farai un vers de dreit nien
(Haré un poema sobre absolutamente nada)

GUILHEM DE PEITIEU

(ca. 1100)

“Que los modernos imiten a los antiguos no es muy difícil; que los antiguos imiten a los modernos es casi imposible, pero cuando sucede es un prodigio”. Eso es lo que ocurre con este vers de Guilhem de Peitieu, que inicia la lírica trovadoresca, el origen de la poesía moderna según algunos, y lo hace bajo el signo de la negación: sobre nada, ni de él, ni de nadie, ni de amor, para concluir que “ya está hecho el poema”, esto es, el poema puro, sin referencias, solo fonemas, palabras, palabras.

2

Negawakuwa / hana no shita nite
(Quisiera morir / en primavera)

SAIGYO

(ca. 1180)

El poema pertenece a los Cantos del eremita de este monje japonés del siglo XII. Su belleza procede de su extrema simplicidad. Aunque sea leído en una traducción, el lector intuye que cada una de las palabras que lo componen ocupan el lugar justo, que ninguna de ellas podría encontrar su sinónimo, que nada podría añadirse, que nada podría suprimirse. Uno está tentado a repetirlo una y otra vez, en la convicción de invocar a algo esencial y absoluto.

3

Cantar de los Cantares

(siglos IV-V a. C.)

Todo el poema es una explosión de los sentidos. Su lectura transita por los más variados aromas, desde la mirra y el incienso hasta los nardos; gustos diversos, vino, miel, leche; texturas de labios, de pieles; imágenes de cuerpos, de animales como la gacela, el cervatillo; y todo esa riqueza de mundo exterior, ese intenso sensualismo y erotismo, sabemos que puede volverse hacia dentro y, reversible, abrirnos a otro mundo, invisible: el mundo del espíritu.

4

Hymnen an die Nacht
(Himnos a la noche)

NOVALIS

(1799-1800)

Oscuridad, tinieblas, nubes: toda una tradición mística cristiana trabajó estas imágenes negativas pero con sentido positivo. Dentro de ella hay que situar los Himnos, aunque supongan una reelaboración de contenidos: el sentimiento de goce se hunde aquí en la negatividad. En el tercer himno, cuando el poeta se sitúa ante la tumba de su amada Sophie, la visión y el sueño transfiguran el paisaje, que habrá de ser ya una referencia ineludible para el otro gran himno a la noche que es el segundo acto del Tristán de Wagner.

5

Can vei la lauzeta mover
(Cuando veo a la alondra mover)

BERNAT DE VENTADORN

(ca. 1150-60)

Comienza la cansó trovadoresca con una imagen prodigiosa que es la de la alondra aproximándose a los rayos del sol, olvidándose de sí, cayendo, cayendo. En la primera estrofa todo conspira para construir un sonido (lauzeta / chazer / ses /oblid.es / laissa /) en el que se reproduce la sensación del fundirse, muy cerca de la licuefacción del alma de la que hablan los místicos. En este caso es el corazón el que se funde de deseo.

6

One Art
(Un arte)

ELIZABET BISHOP

(1976)

El arte del que habla el poema es el arte de la pérdida, concepto que debe de ser entendido en el sentido de ejercicio. Hay que ejercitarse en la pérdida, desde lo más ínfimo hasta lo más grande, esto es, desde las llaves de la puerta de tu casa hasta la pérdida de ciudades y reinos enteros, y como repite en los últimos versos de varias estrofas is no disaster (no es un desastre). La voluntad del ejercitante se derrumba en la última estrofa, en lo que realmente hay que admitir como desastre. Brillante es la ironía de la Bishop en este poema.

7

Lanquand li jorn son lonc en mai
(Cuando los días son largos en mayo)

JAUFRÉ RUDEL

(ca. 1120-40)

Este poema del príncipe de Blaia, de la segunda generación de trovadores, está construido a partir de la sonoridad del término lonh (lejos), que aparece como mot refranh (en el lugar de rima de los versos segundo y cuarto de cada estrofa). Amor de lonh (amor de lejos) es la expresión para referirse al amor jamás visto. Se trata, por tanto, del amor soñado. Rudel es el poeta de la irrealidad del amor.

8

La quête de Bronwyn

JUAN EDUARDO CIRLOT

(1971)

El bosque de la novela artúrica, donde ni un solo árbol es nunca descrito, alcanza aquí textura verbal: entramos en un universo hecho de aliteraciones (“Un ruido me ha dejado entre las ruinas” es el primer verso del poema) y de imágenes de absoluta irrealidad (“Castillos transparentes que no existen”). La errancia tropieza constantemente con la imposibilidad de conquistar el objeto de la búsqueda, de la quête: demasiadas son las dimensiones y los planos de realidad o irrealidad que compiten en ella. Con todo, el poema concluye con unos versos que producen una sensación de éxtasis alcanzada en la combinatoria de las palabras: alas, olas, almas.

9

A tant s’an va chascuns par lui
vv. 710-724 del Chevalier de  la Charrete
En esto cada uno se va por su lado, del Caballero de la carreta

CHRÉTIEN DE TROYES

(1179)

Considerado como un roman (novela), aunque hay quien mantiene el término poema por estar escrito en versos octosílabos y en rima pareada, esta obra del escritor de la Champaña del siglo XII contiene algunos pasajes que claramente constituyen una detención lírica dentro del flujo narrativo. Los 14 versos elegidos dibujan con perfección geométrica una figura, la del amante cortés: errante solitario, pensativo, olvidado de sí mismo, de su nombre, de sus armas, concentrado en un único pensamiento: la dama.

10

Diario bizantino

CRISTINA CAMPO

(1977)

 “Due mondi –e io vengo dall’altro” (Dos mundos –y yo vengo del otro): este es el verso que inicia el poema, y que se repite dos veces más, y que siempre siento resonar dentro ante un repentino sentimiento de extranjería. La autora, a la que le habría gustado haber escrito menos de lo que escribió, compuso ensayos que probablemente constituyen la mejor prosa italiana del siglo XX, pero también algunos poemas como este, en el que se experimenta el contacto con lo sagrado. El umbral no separa alma y cuerpo, sino alma y espíritu, y todo sucede ante los miles de ojos del ángel querúbico.

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Publicado por
Victoria Cirlot

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