La escalera, de protagonista a comparsa

La gran pieza arquitectónica de todos los tiempos no ha seguido los pasos de la modernidad. La presión de las normas que la regulan han convertido en descenso la escalada de los diseños más nobles

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a rampa es una reinterpretación de la naturaleza; la escalera, una invención. Si el plano perfectamente horizontal es algo artificial —una creación—, la sucesión de planos horizontales de igual profundidad y escalonados a una altura uniforme —la escalera— es un invento notable. Un invento que, a diferencia por ejemplo de la rueda, se encuentra o se difunde por todo el orbe, ecuménico protagonista arquitectónico desde tiempo inmemorial. Desde los primeros monumentos egipcios, la escalera es una pieza arquitectónica que varios milenios no han conseguido mejorar. Y, también desde un principio, la escalera es una construcción llena de simbolismos de todo tipo: de poder, de jerarquía, místicos o eróticos. La escalera como vía simbólica para ascender al cielo o para descender al infierno se pierde en el tiempo y está presente prácticamente en todas las culturas. Es también general el reconocimiento de la escalera como símbolo de erección fálica y como escenario idóneo para representaciones de alta carga erótica. No me refiero solamente a la vedette bajando, bastante ligera de ropa, con sensual parsimonia la larga escalinata del Folies Bergère, me refiero a Claudia Cardinale envuelta en un albornoz blanco, descendiendo, majestuosa y deslumbrante, por la escalera de La chica de la maleta.

Casi todas las memorables escaleras históricas participan de dos características. La primera es el horror a la barandilla. No importa que los artistas representen escaleras en dibujo o en pintura, que los escenógrafos las construyan para una película o que los arquitectos las proyecten para uso cotidiano. Desde siempre, los creadores han preferido las escaleras sin balaustradas o barandillas, sin protección alguna, sin la presencia de esta molesta diagonal del pasamano, con los peldaños mostrándose en toda su pureza. El riesgo y la incomodidad para los usuarios es evidente, pero la insistencia de los proyectistas en obviar este engorro no lo es menos. En escaleras pintadas, desde la Adoración de los Magos de Leonardo hasta el Desnudo bajando una escalera de Duchamp, la ausencia de balaustrada es la regla general. En los escenarios cinematográficos sucede casi lo mismo: ¿cuántos duelos entre espadachines vemos en escaleras con barandilla?, ¿cuántas escaleras con barandilla en el expresionismo alemán?, ¿cuántas barandillas en las escenografías de los musicales de Busby Berkeley o de Robert Leonard?

El segundo rasgo común a casi todas las escaleras que han hecho historia, si nos atenemos a la normativa hoy en día vigente en los países digamos avanzados es su ilegalidad. Tanto las normas de seguridad como las normas contraincendios harían imposibles estas escaleras hoy en día. Parece que el redactor de normativas no comparte el amor de los arquitectos por las escaleras. Es innegable que, en caso de incendio, el hueco de la escalera puede actuar como chimenea, por lo que esta quedaría inutilizada como vía de evacuación. Sin embargo, este riesgo indiscutible ha llevado a una reglamentación que penaliza la escalera de forma grosera. La escalera no puede abrirse a ningún espacio habitable, tiene que ser totalmente independiente y accesible solo a través puertas de cierre automático que precisan de una fuerza titánica para ser vencidas y que normalmente están retenidas por cuñas que los propietarios han introducido de forma lógica pero ilegal. Pero es que, además, para muchos usos, en el diseño de la escalera se proscriben los recorridos curvos, los peldaños de dimensión progresiva, los peldaños con vuelo, etcétera. O sea, según los legisladores, una escalera como la portentosa imperial de la Ópera Garnier de París, que incumple casi la totalidad de normas, es altamente peligrosa y, en caso de evacuación, daría lugar a múltiples y trágicas caídas, aunque no se conozca el número exacto de muertos que ha provocado este enemigo público en casi siglo y medio.

No es extraño que ante esta creciente presión, agotados en una estéril lucha en defensa de proyectos alternativos, los arquitectos nos desmoralicemos y vayamos amoldándonos a las soluciones que merecen todas las bendiciones y que no entrañan ningún riesgo legal: la escalera encerrada, de trazado rectilíneo, de peldaños iguales y ortogonales; la manida y universal escalera estándar, económica y segura. Hemos pasado de considerarla el centro del edificio a proyectarla como un cuarto de instalaciones. Si hoy pretendemos proyectar una escalera del interés de aquellas que han hecho historia, seguro que no será considerada legalmente como vía de evacuación,  lo que significa que deberemos convencer al cliente de que la financie como una escultura decorativa.

Este es el motivo principal por el que considero que esta protagonista de la gran arquitectura de todos los tiempos está en peligro de extinción. En peligro de extinción porque en nuestros días la escalera ha dejado de ser un pezzo di bravura del arquitecto para convertirse en un espacio de servicio, puramente funcional, marginal, aislado, y casi estandarizado. Soy pesimista sobre el futuro de la escalera como noble tema arquitectónico, y este vaticinio me entristece porque a lo largo de mi carrera lo he pasado muy bien proyectando algunas, y a lo largo de mi vida he disfrutado mucho recorriendo otras, tanto, que estoy pensando en escribir una guía de viajes centrada en estas generadoras de placer.

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Publicado por
Óscar Tusquets

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