La crisis de 2008 generó un gran impacto en Daniel Oliver. Biólogo de formación y con una amplia y variada trayectoria profesional, a raíz de la crisis se enfrascó en analizar formas alternativas de financiación que huían de la concentración de capital, y así dio con el crowdfunding y el micromecenazgo.
Fue así como, en 2015, Oliver puso en marcha Capital Cell, ahora convertida en la principal plataforma de inversión alternativa para empresas de biotecnología y ciencias de la vida ya no sólo en Catalunya, sino a nivel internacional. En esta década, la plataforma ha completado más de 130 rondas de inversión, que han movilizado más de 120 millones de euros.
— ¿Capital Cell ha cumplido el objetivo con el que nació hace diez años?
— Capital Cell se montó con el objetivo de conectar startups de ciencia y biotecnología con inversores privados y potenciar este ámbito. Y es que Catalunya es muy potente en este ámbito, pero las startups que todo el mundo conoce son Glovo, Wallapop y otros proyectos digitales, porque para las startups biotecnológicas es muy difícil levantar capital. La inversión debe ayudar a la máquina que es Catalunya a nivel científico.
— ¿Y Capital Cell ha permitido avanzar en este sentido?
— Desde 2015 hemos transaccionado 126 millones de euros, con entre el 60% y el 70% invertidos en proyectos catalanes. Hemos invertido en más de 135 empresas; Capital Cell se ha convertido en una herramienta para las startups del sector biotecnológico.
— ¿Cómo se articula la plataforma?
— Teniendo en cuenta empleados y freelancers, somos una docena de personas. Hemos intentado no crecer mucho en estructura humana para sobrevivir y ser escalables. Por ejemplo, en lugar de tener un ejército de analistas, contamos con una red participativa de 4.000 científicos de todo el mundo que analizan los proyectos en los que se plantea invertir. Hemos intentado ser astutos y maximizar recursos, porque nuestro objetivo es ayudar al máximo de empresas a financiarse a través de una compañía financieramente estable y viable.
— ¿Cómo llegan las startups a Capital Cell?
— Dentro de la plataforma, prácticamente todos somos científicos. Como venimos de este mundo, estamos metidos en el ecosistema, todos nos conocemos de algún modo. De forma natural nos relacionamos entre los diversos actores, ya sean centros de investigación, oficinas de tech transfer, universidades, farmacéuticas, incubadoras, spin-offs… Aunque es uno de los más importantes de Europa, el ecosistema de biotecnología de Barcelona es relativamente pequeño; es un poco como un pueblo. El hecho de estar metidos en el ecosistema nos permite que nos lleguen muchos proyectos en fases iniciales, en las que necesitan inversiones de hasta unos dos millones de euros.
— Una vez una startup pica a la puerta de la plataforma, ¿qué ocurre?
— Siempre tenemos tres retos: analizar el proyecto, ayudar a la empresa a llegar a los inversores, y conseguir que la comunicación de la empresa sea clara. Tras pasar un primer filtro para asegurar que la empresa reúne ciertos requisitos, la red de analistas estudia el proyecto en un proceso que dura de dos a tres semanas. Aquí, algunas empresas se descartan; las que no, se llevan a un comité de inversión para profundizar en el análisis.
— ¿Y qué significa asegurar que la comunicación de la empresa sea clara?
— Una de las principales dificultades de las startups científicas para levantar capital es que los científicos no tienen por qué ser grandes comunicadores, ni disponer de la estructura necesaria para tener a profesionales del marketing. Si creemos que la startup que analizamos sí puede llegar a comunicar, pasamos a la siguiente fase, que analiza el proyecto aún con más profundidad, y ayudamos a la empresa a comunicar.
— ¿En qué sentido?
— En la última fase, nos aseguramos de que la startup cuenta con una buena estrategia de comunicación. Si cumple este y el resto de requisitos, presentamos su caso a nuestros 20.000 inversores.

— ¿Qué elementos tiene en cuenta la plataforma para apostar o no por una startup?
— Apostamos siempre por proyectos algo arriesgados, y tenemos en cuenta múltiples factores. Evidentemente, uno es el equipo, aunque en el caso de la emprendeduría científica no es lo más importante, ya que lo primordial es el desarrollo científico y, también, la estrategia financiera. Casi por definición, una empresa científica no tiene ventas, y se desarrolla con la inversión para acabar teniendo un producto que algún día podrá valer un Perú. Así, uno de los elementos más importantes es que tenga esa buena planificación financiera para poder llevar a cabo este desarrollo.
— ¿Cómo suelen acoger las propuestas de startups desde la red de inversores?
— Normalmente llevamos a cabo entre 20 y 25 rondas al año, y suelen fallar una o dos; la inmensa mayoría tienen éxito. Además, no todas las rondas son públicas, algunas se hacen en privado, lo que también ayuda a calibrar el potencial de la startup en otro tipo de ronda. Pero ayudar a levantar capital es un poco como ayudar a ligar: hay quien se deja, hay quien dice que ya sabe y hay con los que no hay manera. Con algunas probamos así si son capaces de levantar inversión.
— Se realizan una veintena de rondas, pero ¿cuántos proyectos se analizan?
— Analizamos entre 300 y 400 al año. Ahora hemos aumentado la cifra, ya que nos hemos abierto al ámbito europeo. Probablemente en un par de años estaremos en entre 500 y 600 anuales.

— La plataforma se lanzó a Europa en 2022. ¿Cómo ha evolucionado desde entonces?
— En los últimos 12 meses, ya hemos hecho más negocio fuera de España que en España. De hecho, Francia se ha convertido en nuestro mercado principal. Las tres rondas que tenemos abiertas ahora son francesas, y las dos siguientes, también.
— ¿El siguiente paso es ir más allá de Europa?
— Con un poco de suerte, en dos o tres años conseguiremos estar bien establecidos a nivel europeo, y luego nos plantearemos qué hacemos con Singapur, Japón y Estados Unidos, Pero Capital Cell no tiene pretensiones de ser una gran multinacional que gane mucho dinero, sino que nació para tratar de solucionar el problema de la inversión en el ámbito científico.
— Y ese problema que había en Catalunya, se replica en Europa.
— Sí, el mismo problema que merece ser arreglado en Catalunya, merece ser arreglado en toda Europa. Creemos que Europa necesita una mano para sacar su ciencia a la calle y, tal como está el mundo, vale la pena concentrarse para ayudar a Europa.

—La internacionalización también se nota en la procedencia de los inversores de Capital Cell?
— El año pasado, por primera vez, la tasa de inversión cross border rozó el 30%, cuando antes era del 5%. De momento los que tienen más peso son los españoles invirtiendo en proyectos de otros países, pero ya se empieza a ver a la inversa, y también entre otros países.
— ¿Cómo seguirán potenciando esta inversión entre fronteras?
— De momento, el planteamiento es seguir expandiéndonos en Europa. No es nada fácil: te mueves 100 kilómetros y cambia la legislación, los impuestos, los bancos, el idioma… Europa nos obliga, más que a ser globales, a ser locales en cada lugar.
— ¿Cómo estará el ecosistema en unos cinco años?
— Creo que para entonces ya no estaré al frente de Capital Cell. En algún momento me gustaría cambiar de proyecto. Ya llevo diez años, y es una empresa que afortunadamente me ha superado a mí, no me necesita especialmente, algo que es una muy buena noticia. Esta también es la diferencia entre una empresa y una startup, que el proyecto se empiece a desligar de la participación personal del fundador. Y Capital Cell ha llegado a este punto.