Letras

Maximiliano Rodríguez Vecino: Levantarse del suelo y contarlo

— Si ponés Rayuela de Gotan Project sería estupendo, y si seguís con Zitarrosa o Pa’ bailar de Bajofondo pago la cuenta y todo.

Noctámbulo de necesidad, el escritor Maximiliano Rodríguez Vecino llega al anochecer al Bar.

Tras pronunciarse sobre los compases que van a marcar el ritmo de la conversación, pide “un agua bien fría” y se acoda, ahora sí, con todo en su sitio, sobre la barra.

Y que la charla discurra.

“Soy hijo de Teresa y Carlos —empieza el autor, nacido en Minas, Uruguay, en 1986—. Estudié en la escuela Juan José Morosoli, la misma a la que había ido mi abuelo, el lugar que antes de ser un centro de enseñanza fue la cuna de unos de los mejores escritores uruguayos. En esa escuela, gracias a las maestras, aprendí a leer y escribir y fui ganando gusto por las historias”.

— ¿Ya te apasionaba escribir desde la niñez?

Maximiliano Rodríguez se sonríe y niega con la cabeza. “Yo lo que quería ser era jugador de fútbol, y seguir los pasos de Rubén Sosa y el Chino Recoba, pero sólo pude ir a la cancha y vestirme la camiseta del club más hermoso del mundo como hincha. No tenía talento para ser futbolista, ni todo el amor que siento por el Club Nacional de Fútbol pudo hacerme cumplir ese sueño”.

Los años de niñez y adolescencia de Maximiliano parece que transcurrieron con cierta normalidad con pasiones como el balompié o el ciclismo, deporte en el que se empleó a fondo: “Las distancias cortas en el velódromo eran lo que mejor se me daba”, pero la ilusión de llegar a ser como sus admirados Miguel Induráin o Marco Pantani “quedó a la deriva cuando decidí bajarme de la bicicleta para centrarme en los estudios”.

El caso es que, cuando tenía 15 años, en 2002, la vida del parroquiano y su familia dieron un giro inesperado, radical y, esencialmente, dramático. “Explotó una crisis económica en Latinoamérica y a nosotros nos tocó remarla. La familia se distanció. Mi viejo emigró a Gran Canaria, fue duro, pero lo vivido nos enseñó a levantarnos del suelo. Mientras mi viejo juntaba dinero para traer a mis hermanas y a mi madre a España, tuve que trabajar para ayudar en casa y estudiar por la noche. Me gané la vida en una tienda de bicicletas, en un bar, de cobrador y de vendedor puerta a puerta”.

En explicar todo este proceso, en la mirada de Maximiliano Rodríguez brilla un cierto orgullo, fruto de haber sido capaz de resistir y superar obstáculos que no es que hagan más fuertes a nadie, sino que determinan quién tiene la fortaleza de hacer frente a la adversidad encajando todas sus bofetadas.

Nacido en Uruguay, el escritor Maximiliano Rodríguez Vecino llegó a Barcelona en 2016 donde ha escrito y publicado sus primeras dos novelas.

El difícil reencuentro

Tras titularse en Enfermería, el escritor Maximiliano Rodríguez viajó por fin a España para reunirse con los suyos. “Dejar mi barrio, mi familia, mis amigos y comenzar de cero en la tierra de mis antepasados fue un momento clave. Fui a Gran Canaria. Volvíamos a estar unidos de nuevo, pero ilegales. Fue difícil conseguir trabajo, el título no servía para nada. Para colmo, justo cuando llegué, se vino una crisis aquí. Salía de una y me metía en otra. Pasaron años hasta que nos dieron la nacionalidad. Y después de tantos años de espera, y de tiempo para asimilarlo, puedo asegurarte que el proceso de regularización es un calvario que tendrían que vivir todos los xenófobos para que se curen de su enfermedad”.

En 2011, y estabilizado, Maximiliano Rodríguez conoció a su compañera, Susana —“la mejor, sin dudas”, sonríe—. Después comenzó a estudiar Psicología, pero entonces algo más fuerte que la vida se le impuso. Tal vez, el hecho de sentirse por primera vez en años dueño de las riendas de su vida y, a la vez, la necesidad de narrar todo lo vivido, soportado y sufrido. “Abandoné. Fue un impulso que me empujó hasta Barcelona, en 2016. Aquí escribí mi primera novela y aquí sigo”.

“Pasaron años hasta que nos dieron la nacionalidad. Y después de tantos años de espera, y de tiempo para asimilarlo, puedo asegurarte que el proceso de regularización es un calvario que tendrían que vivir todos los xenófobos para que se curen de su enfermedad”

Así nació Néstor Bandama, policía canario que protagoniza el thriller El último combatiente, publicado en 2018; cuya secuela, Selva de hormigón y lagartos acaba de ver la luz para Editorial Amarante con un Bandama ya convertido en expolicía metido en una trama con empresarios ladinos, mafiosos de fusca dorada y garrulos racistas en una Barcelona a punto de autoinmolarse.

Una producción literaria que promete continuidad con un tercer título —no se sabe si protagonizado por el mismo personaje— que el parroquiano está preparando. Desde luego, tras haberse levantado de tantas, si algo tiene, es mucho que contar.

Selva de hormigón y lagartos es la nueva novela de Maximiliano Rodríguez Vecino y retoma las tribulaciones de su personaje Néstor Bandama.

Una bomba de creatividad

“Mudarme a Barcelona me hizo explotar el cráneo, para bien. Esta ciudad es una bomba de creatividad y la gente camina y respira diferente. Y además está Sant Jordi, una fiesta inexplicable”, narra Maximiliano Rodríguez confesando que, pese a todas las bondades de la urbe, se ha apoderado de él cierta sensación de amor y odio para con ésta, prueba irrefutable de estar convirtiéndose en barcelonés de pro.

Aquí, Maximiliano se las vio con otra de esas pruebas a las que la vida te somete con todo el peso de su inexplicable y aleatoria mala leche. “Estuve trabajando en urgencias en pleno pico de coronavirus hasta que enfermé y me quedé dos meses sin caminar, empotrado en la cama. Tuve que aprender a dar los primeros pasos y aceptar que tengo una enfermedad”.

“En Barcelona, la gente camina y respira diferente”

Tras estas palabras, el escritor recupera una sonrisa que es como si dijera “pero está bien, acá seguimos, al pie del cañón”, pese a aquello que no le gusta de este lugar: “Los políticos que no me representan, los proletarios que son xenófobos y homófobos… ¡Ah! ¡Y esas personas que dan de comer a los jabalíes de Collserola!”.

— Aquí no hay jabalíes entre el paisanaje, pero damos de comer a nuestros clientes. Y muy bien.

Con la rapidez de un pistolero del Far West, Maximiliano Rodríguez Vecino pilla la oferta al vuelo:

— ¡Me dijeron que el menú de este Bar es barato y está pa’ chuparse los dedos!

— ¡Pues te han indicado muy bien!

Maximiliano Rodríguez Vecino con Barcelona de fondo.
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Publicado por
Alberto Valle

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