El antiguo recinto industrial del Poblenou ve crecer su centro artístico y se prepara para ampliarse con un 'foodlab' en una antigua nave por la que dicen haber visto pasearse a Ferran Adrià
El recinto de La Escocesa alberga una Fábrica de Creación artística. @ TheNBP
Hace 150 años, Barcelona y su entorno estaban en plena efervescencia. La ciudad crecía en extensión y población, y las fábricas empezaron a poblar con fuerza lo que se convertiría en el Poblenou, entonces aún fuera de los límites de Barcelona y dentro del municipio de Sant Martí de Provençals. La industria, sobre todo textil, empezó a asentarse en la zona en gran parte por la abundancia de agua y por la energía que generaban los torrentes del subsuelo, hasta tal punto que se ganó el sobrenombre del Manchester catalán.
La huella de ese pasado industrial sigue palpable y viva en el barrio, y muchas de esas fábricas salpican sus calles, a menudo bajo la sombra de grandes edificios y rascacielos que han emergido en un entorno reconvertido en el 22@, el distrito de la innovación de Barcelona. Entre ellas, se incluye La Escocesa, que estuvo vinculada a industrias que fueron desde el textil hasta los explosivos, y que alberga desde hace décadas una industria muy distinta: la creación artística, como explica la gestora y programadora cultural de La Escocesa, Stefania Lusini. Mientras, el recinto que se prepara para su ampliación y para acoger nuevos usos, como un laboratorio de proyectos foodtech y espacios para iniciativas emprendedoras.
Entre altos edificios acristalados y solares que esperan días mejores, la calle que recoge el nombre del antiguo municipio, la de Provençals, escala Eixample arriba hasta que se topa con las persianas del antiguo recinto industrial, que interrumpen Provençals hasta varias manzanas más allá. La fábrica abrió en lo que eran las afueras de Barcelona a mediados del siglo XIX, en un entorno en plena ebullición y con industrias como Ca l’Alier, a pocos metros del recinto y ahora reconvertida en un centro de innovación urbana, y con gran parte de los trabajadores de las fábricas residiendo en un barrio que iba extendiéndose.
El origen de lo que ahora se conoce como La Escocesa se remonta a la planta química que abrió la Sociedad Jaume Arbós en la primera mitad del siglo XIX, vinculada a los colorantes textiles, como rememora entre sus diversas naves la gestora cultural Marta Ovejero. Desde el arranque de su actividad, la fábrica se fue ampliando incluso con pisos para sus trabajadores, y pasó por varias manos y por diversas industrias y empresas, —incluida la Fábrica Nacional de Colorantes y Explosivos, dos elementos que poco tienen en común en su uso, pero sí en su composición química—.
Fue en 1894 cuando llegaron aquellos que dieron al recinto el sobrenombre por el que se sigue conociendo. Desde el sur de Glasgow, desembarcó la empresa Johnston, Shields and Co, especializada en la fabricación de cortinas y cortinillas de tul, de las que tenían la patente. La empresa no llegó de forma discreta: aterrizó en el Poblenou con 40 operarios escoceses, que formaron inicialmente a 52 mujeres y 40 hombres locales en el proceso de fabricación. Fue el inicio de una plantilla que acabó siendo de más de 200 operarios, que mantenían la actividad de la fábrica sin descanso, con tres turnos de ocho horas.
Los escoceses llevaron a la fábrica productos y costumbres que para la Barcelona del momento eran poco comunes, como la hora del té. Y, con tantas horas de trabajo, era esperable que los empleados buscaran formas de entretenerse; una de ellas era lanzar al techo bolsas de té mojadas para ver quién conseguía engancharlas, como atestiguan tres bolsitas que siguen insólitamente colgando del techo. Pero los pasatiempos no se quedaban sólo dentro de la fábrica, sino que los trabajadores escoceses se integraron en el tejido vecinal, y llegaron a fundar un club de fútbol. La Escocesa Fútbol Club comparte fecha de inauguración con el Barça, en 1899, pero no sólo eso: el primer partido de ambos equipos les enfrentó entre ellos, hace 125 años, como explica Ovejero: “Y ganó La Escocesa”.
La Escocesa y sus trabajadores siguieron imbricadas en el barrio y fabricando cortinas y cortinillas durante más de 100 años, hasta que la caída de la industria textil la llevó al cierre no hace tanto, en 1984. Las naves quedaron entonces en desuso, hasta que en 1999 las rescató del abandono un colectivo de artistas, entre los que estaba el padre de Ovejero. Entonces, los artistas llegaron a un acuerdo con la propiedad para rehabilitar el espacio a cambio de un alquiler simbólico. Después de desencuentros con un grupo inmobiliario que adquirió el recinto y ante la resistencia de los artistas, agrupados en la Associació d’Idees EMA, el Ayuntamiento compró primero una parte del recinto en 2008 y lo cedió a la asociación, y después compró prácticamente su totalidad en 2017. Desde entonces, el espacio forma parte de la red de Fábricas de Creación de Barcelona, en la que diversas disciplinas artísticas eclosionan en antiguos edificios industriales.
Así, La Escocesa sigue en pie reconvertida ahora en centro de residencias artísticas y de producción contemporánea gestionado de forma colectiva, como bastión de creatividad principalmente analógica en un entorno digital y de nuevas tecnologías como es el 22@. El centro acoge a 25 artistas residentes con taller propio, seleccionados mediante convocatoria pública y un jurado externo para un periodo máximo de cuatro años, y a unos 70 socios usuarios, que pueden utilizar los talleres y los espacios por una cuota mensual. Son artistas visuales de múltiples disciplinas, que van desde las artes plásticas al audiovisual, y también de residencias de investigación, explica Ovejero paseando entre talleres y salas. Los espacios de las artistas zigzaguean por la segunda planta de la nave industrial, entre escaleras y vigas de hierro y cristales de grandes ventanas sueltos, más de uno, roto. Aún se respira el ambiente industrial, sobre todo en una entrada de altos techos y amplias ventanas: “Queda mucho de la antigua fábrica, y nos gusta mucho sentir a este fantasma”.
Ahora, el centro quiere ejercer de “catalizador y de impulso cultural”, contribuyendo también a la proyección de los artistas, buscando sinergias con otras Fábricas de Creación, instituciones y festivales, y trabajando para ampliar la vinculación con el entorno y el Poblenou, sobre todo, con sus vecinos: “Son los que han levantado este lugar”.
Desde el terrado queda patente este entorno en el que se enmarca La Escocesa, dominado sobre todo por los grandes edificios del 22@. Conviven las dos realidades, aunque parece que una está engullendo a la otra. Desde lo alto de la nave industrial, aunque a poca altura respecto a los edificios, se dejan ver cuatro chimeneas de las antiguas fábricas, que siguen también en pie en los alrededores. Desde el terrado, se contempla otra realidad del recinto que va más allá de la residencia de creación artística: los originalmente pisos para los trabajadores de la fábrica están en muy mal estado de conservación y, en varios casos, ocupados. El rumor de decenas de palomas se escapa por ventanas rotas, mientras que la nave industrial del lado luce otro aspecto pese a estar también abandonada desde que hace más de cinco años se desalojó a otro colectivo de artistas, como recuerda Lusini.
Esta nave es la que está llamada a convertirse en un laboratorio de proyectos foodtech, en un espacio que artistas y vecinos aseguran que ha visitado el alcalde, Jaume Collboni, junto al chef Ferran Adrià. El Ayuntamiento, que ni confirma ni desmiente, anunció en julio un acuerdo con el Consorcio de la Zona Franca de Barcelona (CZFB) para rehabilitar tres naves más del recinto de La Escocesa, en los que el CZFB invertirá 15 millones de euros. El objetivo es que el recinto albergue, además de la residencia de artistas y del foodlab, espacios para dar cabida a otras iniciativas emprendedoras —especialmente vinculadas a las industrias creativas—, que después alquilará el consorcio.
Los nuevos espacios rehabilitados llegarán después de que La Escocesa estrenara en septiembre una segunda nave, reabierta tras diez años de obras como un edificio inteligente. Ubicada a pocos metros de la nave principal, incluye las oficinas del centro, con seis empleadas, así como espacios polivalentes y un taller de impresión por risografía, bajo amplias claraboyas y ventanas con automatizaciones de última generación. Ahora, las gestoras piden mejoras en la nave principal. Como mínimo, reparar los cristales rotos.
Así, moviéndose entre edificios inteligentes y ventanas con cristales rotos, La Escocesa trabaja por el impulso del arte, en un recinto en el que la Fábrica de Creación no está sola, sino que otro colectivo de artistas ocupa otra de las naves. Lo explica Lusini junto a un antiguo órgano electrónico que protagoniza el patio del recinto, pese a que nunca ha funcionado desde que está en La Escocesa. Cuentan que, al igual que un gato instalado en la fábrica, el instrumento apareció un día por La Escocesa, y decidió quedarse. Lo mismo ocurrió con el arte y la creatividad, ahora ligada de forma permanente con la historia de una fábrica que se acerca a los dos siglos de historia.
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