Toni Aira con Eva Vila i Joel Joan en Moments Estel·lars. © Marc Llibre
“Una Barcelona de cine (?)”. Ese era (con interrogante o sin él, ya llegaremos) el título de la conversación que me tocaba moderar entre dos perfiles tan contrastados como complementarios del audiovisual catalán: Joel Joan y Eva Vila. Él, rostro conocido y voz incómoda (y que conste que esto es un elogio) del cine de gran público, el de la tele, los escenarios y las plataformas. Ella, mirada fina y comprometida, documentalista de raza y directora del Máster de Documental de Creación de la UPF-BSM. Dos mundos, dos maneras de entender el relato, y una ciudad como posible escenario compartido: Barcelona.
Advertí de entrada que tal vez deberíamos haber puesto un signo de interrogación en el título de esta sesión de Moments Estel·lars. Porque no las tenía todas conmigo sobre si entre ellos dos habría consenso en torno a la idea de que el cine catalán vive un buen momento. Y sí: intuición confirmada. Joan, escéptico y con la munición bien cargada. Vila, más alineada con el espíritu optimista de la propuesta. Y así fue todo: un diálogo a dos voces, rico, tenso (en el mejor sentido), de esos que no se permiten el lujo del lugar común.
¿Es cine catalán aquel que no se hace en catalán? Aquí, nada de medias tintas: sí y no, con todas las letras. ¿Estamos viviendo un momento especialmente bueno para nuestro cine? Otra vez: sí y no. ¿Premios o público? ¿Qué debería marcar el éxito? Tercera ronda, y tercera vez que la respuesta no se anda con concesiones. Contraste nítido.
Al acabar, una señora del público se me acercó y me dijo: “Se me ha pasado volando. No he pensado en nada más durante toda la charla”. Y yo, mentalmente, marqué check a ese tipo de indicador de calidad que no sale en las métricas pero que lo dice todo.
De hecho, fue una de las conversaciones más largas que hemos tenido en Casa Seat. Y podríamos haber seguido, porque el debate tocó muchas más teclas de las que llevábamos en el guion: el papel de una academia de cine que se lo crea, la sostenibilidad, la construcción de imaginarios (lingüísticos, culturales, políticos) y, en el fondo, la necesidad de tener (o disputar) un relato colectivo que nos incluya.
Todo ello con una tensión (creativa) que se respiró en cada intercambio entre Vila y Joan. No les pregunté si algún día se verían trabajando juntos en un proyecto. No hacía falta: la respuesta parecía obvia. Y tampoco era necesario forzar una química que, precisamente por chocar, brillaba.
Ahora bien: si algún día llegan a entenderse, ya os lo digo ahora: el rodaje, en sí mismo, sería una historia de cine. De las que no dejan indiferente. Como su momentazo en Casa Seat.
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