Cantaba Peret que Barcelona era poderosa: “Ella tiene poder, ella tiene poder. Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder”. Poder de atracción, mínimo, lo sigue teniendo. Esto, si atendemos al criterio de expertos como los profesionales de Barcelona Global, que trabajan (con resultados prometedores) en la atracción de talento de impacto a la capital catalana. Nos lo han contado esta semana uno de sus vicepresidentes, Joe Sanfeliu, y su directora general, Mercè Conesa.
La ministra de Trabajo de Mariano Rajoy, Fátima Báñez, quiso vender la fuga de cerebros con un eufemismo de aquellos que hacen dudar de que muchos políticos, demasiado a menudo, no nos estén tomando a todos por estúpidos: “Movilidad exterior”, dijo. Cuando un país invierte en la formación de unas nuevas generaciones que, una vez formadas, deben irse porque no encuentran oportunidades en su casa, lo que debería moverse (y removerse) son sobre todo los gobernantes de turno.
Pero aquí, en Catalunya, hay bastante tradición que allá donde no lleguen los políticos traten de hacerlo sectores dinámicos de la sociedad. Hay tradición en estirar a los gobernantes, desde fuera, hacia posiciones más ambiciosas o que directamente traten de crear las condiciones que las administraciones públicas no impulsan. Es el caso de un Barcelona Global que no es una patronal y que sí toma la forma híbrida entre un lobby y un think tank, cuyo modelo de entidad ha tenido referentes en ciudades como Londres, Ámsterdam, Sídney o Berlín, todas fuera del Estado español. Es normal, por tanto, que el común de los mortales no acabemos de saber cómo etiquetar y dónde ubicar en el mapa esta asociación privada con vocación de incidencia público-privada.
Han tenido un papel clave en la atracción de la Copa América de Vela, con todo el impulso que este acontecimiento suele llevar adjunto en materia de sostenibilidad. Han sido un actor destacado a la hora de hacer posible una ley de startups, que dará herramientas clave para que Barcelona pase a competir por la atracción y la retención de talento con otras ciudades. Esto, en el marco de una acción que también quiere reivindicar y consolidar a Barcelona como la capital del ecosistema digital del sur de Europa.
Quieren que se atraiga talento, por tanto, inversión; por tanto, negocio; por tanto, impacto positivo para los habitantes de la ciudad. No es poco ambicioso, pero parece que saben lo que se hacen y, muy especialmente, por qué lo hacen. Que quieran una ciudad llena de unicornios no es, en su caso, sinónimo de discurso irreal y naíf, sino que hace referencia al arraigo de compañías que alcanzan un valor superior a los 1.000 millones de dólares en su etapa inicial. Poca broma, por la parte que de esto nos pueda tocar (nunca mejor dicho) a todos.
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