Opinión

Trump y los barceloneses

Como siempre, las elecciones en EE. UU. hablan mucho más de nosotros de lo que nos atrevemos a imaginar

El mejor hallazgo de la democracia es que, una vez cerradas las urnas, las elecciones siempre las gana el mejor. En el caso más reciente, Donald Trump se impuso en los comicios estadounidenses no (como piensan los pedantes) porque el electorado norteamericano sea garrulo ni tenga ganas de ser liderado por una especie de fascista soft. El candidato republicano triunfó porque era la opción más competente entre unos rivales por los que podemos notar más sintonía moral, pero que han pecado de una gran miopía política. En efecto, Trump se ha afianzado en el voto popular, mejorando su récord de voto prácticamente en todos los estratos antropológicos; ha logrado focalizar su mensaje político en lo que por ahora preocupa más a los occidentales —lo digan o no, la economía y la inmigración— y todo ello sin la horripilante pedantería moral de sus rivales demócratas. En democracia, lo repito, siempre gana la habilidad.

La segunda presidencia trumpista (algo que sólo había logrado Grover Cleveland en 1893) implicará a más de un nuevo paradigma, empezando por el propio movimiento que devolverá en breve al candidato al Despacho Oval; como ha ocurrido en la mayoría de países del mundo, y hemos podido ver recientemente con la DANA en Valencia, el electorado desconfía de las administraciones que sufraga con grandes esfuerzos. En este sentido, no es casualidad que Trump vuelva al poder enarbolando la bandera de un movimiento alejado de la partitocracia. A su vez, el futuro presidente cuarenta y siete ha visto que los americanos están mucho más preocupados por el precio de las manzanas y la baratísima manufactura china que por los lavabos intersexuales de los institutos o por las tensiones raciales. La metafísica sobre el tercer sexo resulta algo muy entretenido, ciertamente, pero siempre que la merluza no te hipoteque.

A pesar de los pesares, la victoria de Trump no es sólo imputable a una transición espantosamente gestionada entre Joe Biden y su descendiente Kamala Harris (si se desconfía de la democracia, hacer gala de una elección urdida con una técnica más bien digital —a dedo, vaya— y sin ni unas primarias para disimular el hecho en cuestión no suele ser un procedimiento estimulante). En este sentido, muchos americanos han preferido elegir a un candidato perseguido por la justicia (“I’m voting for the felon!”, rezaban muchos carteles electorales) que una ser prefabricada por un sistema de políticos izquierdistas que se han enriquecido con métodos mucho más cuestionables que Trump. El triunfo del trumpismo apela, en definitiva, al orgullo de un trabajador medio que está hasta los bemoles de vivir asustado, que tiene sed de proteccionismo y, sobre todo, que está cansado de que le acusen de estúpido por tener miedo. 

Nos guste reconocerlo o no, las inquietudes y preocupaciones que han marcado las elecciones norteamericanas son las mismas que angustian a la ciudadanía y a los políticos europeos (muchos de los cuales se chotean de Trump, pero copian punto por punto su técnica de freír a los chinos a base de aranceles para salvar a su industria mórbida). También son propias de un lugar tan aparentemente alejado de Arkansas o Pensilvania como Barcelona, ​​donde el ciudadano se dirige al mercado más cercano a su casa (si puede pagarse el capricho de comprar) muerto de miedo por si ha subido el aceite de oliva. También en lo que se refiere al asunto de los inmigrantes, un tema tabú en términos nacionales pero mucho más perceptible en la microesfera de los barrios; nos cuesta poco, en definitiva, hablar de la pérdida de esencia que representa la llegada de inmigrantes y expats a Ciutat Vella y muchísimo de aplicar el mismo criterio en un entorno como el de Catalunya o el Estado.

Podemos reírnos tanto como queramos de Donald Trump, pero me gustaría saber si hay una solo político en Europa (o en Barcelona, ​​¡por el caso!) que tenga un plan serio para recuperar la salud económica de la clase media o que disponga de un programa migratorio que supere la absurda dicotomía entre edificar muros en las fronteras o fardar del queremos acoger sin límites. Los problemas de los yanquis se parecen mucho a los nuestros; y los políticos como Trump, si no se contraargumentan con un discurso sólido, correrán también por nuestras ciudades. Y más pronto de lo que todo el mundo piensa.

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Publicado por
Bernat Dedéu

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