Opinión

Triunfo y crisis de las ciudades

¿Puede una ciudad de éxito estar en crisis? Edwarg Glaeser, economista estadounidense de la Universidad de Harvard proclamó en su libro El triunfo de las ciudades cómo el éxito de las urbes, ya sean nuevas o antiguas, se ha producido principalmente porque estas se configuran como grandes parques temáticos. Atraen a empresarios, emprendedores, talento e inversores y son generadoras de crecimiento, oportunidades y progreso. Su hegemonía, no tiene tanto que ver con su diseño urbano, ni sus edificios —si bien las infraestructuras físicas son importantes—, sino que la gran palanca de su éxito radica en el binomio capital humano y productividad.

Por mucho que pongamos muchas energías y recursos en los grandes proyectos de renovación urbana, las ciudades no están formadas por edificios, calles y avenidas. Su principal capital son las personas, y en el mundo postindustrial y de la sociedad del conocimiento aquellas ciudades capaces de formar, atraer y retener talento estarán en mejor posición de estar integradas en las nuevas cadenas de valor global. Pero a pesar de su gran éxito, las ciudades de éxito padecen algunas patologías que comprometen seriamente su futuro. Las grandes construcciones urbanas duran siglos, pero las poblaciones urbanas son fluidas porque están basadas en la interacción humana y sometidas a dinámicas de un mundo que cambia muy rápidamente y genera impactos no deseados.

Las ciudades son como los organismos vivos: dinámicos y cambiantes; un gran centro de socialización, innovación y consumo que genera un gran mercado de productos y servicios, pero también de desigualdades que hay que gestionar con visión y determinación. Las ciudades han centrado su desarrollo, vitalidad y crecimiento precisamente en el cambio y el movimiento. Cuanto más movimiento, más infraestructuras, más recursos y más personas hacen falta para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, hemos llegado ya hace algún tiempo al límite de un modelo de crecimiento que no sólo es insostenible medioambientalmente, sino también socialmente, poniendo en riesgo la misma noción de progreso y convivencia, a la vez que generan desafecto y ansiedad ante un futuro incierto. 

El periodista Jorge Dioni López en su libro El malestar de las ciudades, desgrana bien las contradicciones y límites de esta nueva economía urbana del movimiento. La modernidad está caracterizada por el movimiento tanto físico como intelectual y junto a la innovación se vincula estrechamente a la riqueza, la prosperidad y el crecimiento. Es una forma de progreso vinculada a la globalización de la economía en un gran proceso geográfico global de conexión, distribución y consumo. El movimiento y el consumo lo conquista prácticamente todo, y cambia la fisonomía y personalidad de nuestras ciudades. Éstas se van diseñando y configurando de forma en que no sea posible ya recorrerlas o disfrutarlas sin consumir, ya seas indistintamente residente o visitante. Hemos creado una nueva economía basada en una forma de ideología urbana: el urbanismo del movimiento y del consumo que favorece, entre otros, al turismo de masas o a la gentrificación. Un modelo urbano que empieza a dar síntomas claros de agotamiento y que tiene un alto potencial desestabilizador política y socialmente. 

Las ciudades, y especialmente sus residentes, dan síntomas de cansancio y cabreo. Esta economía del movimiento genera ya un evidente malestar en amplios colectivos de la ciudad, así como importantes impactos negativos que hay que atender. Algunos de esos impactos de ese modelo de ciudad ya son inasumibles desde el punto de vista de la sostenibilidad, así como para la salud y la calidad de vida de las personas. Pero incluso estos impactos van mucho más allá y ponen en riesgo la convivencia entre los diferentes actores que interactúan en la ciudad. Emergen problemas que afectan a la movilidad, a la masificación y gentrificación de ciertos barrios, al aumento de los precios de la vivienda o la percepción de la mala calidad de los servicios públicos como la limpieza, por poner algunos ejemplos. Hay señales claras de un creciente descontento político y social vinculados tanto al coste de la vida, los recursos y la geografía, y las señales hay que atenderlas. 

El ejemplo de ello lo tenemos en una de las ciudades globales de referencia como New York. La ciudad más liberal de los EE.UU. podría tener un alcalde socialista aupado por las clases medias que se ven abocadas a una movilidad social fruto del aumento del coste de vida de vivir en la ciudad. Zohran Mamdani, un político de 33 años que domina las redes sociales y promete medidas contundentes en favor de las clases trabajadoras, es el favorito para ser el nuevo alcalde de la ciudad y romper el status quo del Partido Demócrata. El aumento del precio de la vivienda es uno de los principales factores, pero también el precio de la energía, los alimentos, el transporte o el ocio. Problemas que bien podrían describir cualquiera de nuestras capitales. Y son precisamente esas clases medias y populares, que ocupaban un lugar central política, social y económicamente, están desplazándose hacia las periferias geográficas y políticas siendo un terreno abonado para los populismos de izquierdas y extrema derecha.

La realidad nos interpela a repensar muchas de las formas y actividades urbanas tal como las hemos hecho hasta ahora

Nadie tiene la solución. No hay respuestas simples a un problema altamente complejo. Necesitamos una nueva síntesis que nos permita entender, empatizar y actuar de forma decidida para cambiar esa tendencia y garantizar que las ciudades sigan generando un círculo virtuoso de oportunidades para las personas y para las empresas a la vez que atendemos las urgencias sociales y medioambientales. Nuestras ciudades se enfrentan a la necesidad de rediseñar algunas de sus tradicionales dinámicas que son más del s.XX que de la era actual, diseñando nuevas estrategias de especialización inteligente y reconfigurándose en comunidades de aprendizaje. Tanto las políticas públicas como las corporativas deben enfocarse lo más rápidamente posible hacia una economía que garantice una actividad económica eficiente y posible, así como la sostenibilidad y la equidad social y territorial en territorios densamente urbanizados, poblados y visitados.

Se trata, en definitiva, de diseñar nuevas formas de generación de valor que permita continuar atrayendo actividad económica y talento, insertarnos en las nuevas cadenas de valor global, pero hacerlo reconfigurándonos en territorios agradables, cohesionados y saludables para vivir, invertir, estudiar o trabajar en el que sea realmente posible ejercer el derecho a la ciudad. Una síntesis en la que hay que desconfiar de los que tienen soluciones simplistas y milagrosas como la desregulación y los bajos impuestos que proponen algunos sectores conservadores, así como evitar el simplismo de las proclamas del decrecimiento sin alternativas reales y posibles.

Vista aérea de la ciudad de Barcelona. © Martí Petit

Las ciudades han sido tradicionalmente los territorios donde se desarrollan las grandes innovaciones y se enfrentan a enormes retos que las interpelan a reinventarse para afrontar los viejos y nuevos problemas. Uno de ellos es el de la vivienda, y es inaceptable que en ciudades como Barcelona los partidos centrales y más representativos no se pongan de acuerdo en mitigar uno de los problemas más acuciantes de la ciudad, buscando alternativas viables a la obligación para los promotores inmobiliarios de destinar el 30% de las viviendas en nuevas construcciones o grandes rehabilitaciones a alquiler asequible o vivienda protegida. La medida, implementada en 2018, aunque fuera bienintencionada y buscaba garantizar un porcentaje de vivienda social en la ciudad se ha demostrado un fracaso. Hay que buscar alternativas atacando el problema sin enredarse en otros debates fiscales que solo hacen que impedir el acuerdo. Sería exigible un poco más de rigor y responsabilidad. 

En definitiva, la realidad nos interpela a repensar muchas de las formas y actividades urbanas tal como las hemos hecho hasta ahora. Requiere de una (r)evolución de nuestras urbes para diseñar nuevas políticas que permitan que sigan siendo lugares para desarrollar nuestros proyectos vitales, esto es, vivir, trabajar, disfrutar, consumir y relacionarnos de forma responsable, segura, saludable y sostenible. Un ejercicio nada fácil para el que hará falta tejer nuevos consensos de ciudad y reconfigurar de nuevo las principales políticas públicas y la actividad económica y social. Una (r)evolución del concepto de ciudad que deberá sustentarse principalmente en tres grandes vectores de progreso: la articulación de una verdadera metropolización de los territorios; aprovechar el potencial de la transformación digital y las nuevas tecnologías para ser más rápidos y eficientes; y reconfigurar las políticas económicas y sociales para que sigan generando oportunidades de progreso para todos al tiempo que hacen frente a la emergencia climática. El diagnóstico está más o menos claro, falta responsabilidad colectiva para afrontarlo.

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Publicado por
Pau Solanilla Franco

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