Con pedazos de baldosa, esta alemana establecida en Barcelona reúne sinergias en grupos de amigos, familias y equipos de trabajo. Enseñando a decorar objetos con 'trencadís', ha conseguido hacer de su pasión una profesión
Angelika Heinbach en su taller. © Carme Escales
La primera vez que Angelika Heinbach visitó el parque Güell, tenía unos veinte años, y salió de aquel fabuloso recinto con una imagen retenida en las retinas. El brillo y el color del relieve que da forma a un dragón, a los bancos para sentarse y a las columnas del espacio tan singular la dejaron impresionada. Y no eran más que trozos de cerámica rota y pegados de manera desordenada, y ella quería aprender aquella técnica.
Primero, de manera autodidacta, y después en cursos de mosaico y trencadís, Angelika fue consolidando el dominio de saber dar forma a los fragmentos de baldosa, vidrio o platos. Siempre lo ha hecho conducida por su admiración de las obras de arquitectura modernistas realizadas con esta técnica que dio alas a Antoni Gaudí para conseguir las formas onduladas de sus estructuras.
De hecho, con el trencadís se aprenden muchas cosas con las que Gaudí nos sorprende. El gran sentido común que aplicaba a sus creaciones, en este caso aprovechando materiales rotos, es una manera de trabajar que bebe de la misma fuente que otras soluciones prácticas y sostenibles del arquitecto. Por ejemplo, el paraboloide hiperbólico, uno de los secretos geométricos de Gaudí, y tantas otras fórmulas inspiradas en la madre naturaleza.
Pues bien, en el trencadís del parque Güell nació la inspiración de Angelika para, años más tarde, enseñar este sistema para decorar a pequeña o a gran escala. La creación artística no le era desconocida. En su casa, de pequeña, veía a su madre pintar seda y, a pesar de que ella se decantó por las lenguas y la traducción, todo aquello que sintió en Barcelona propició en ella un cambio de rumbo.
“Era el año de la crisis, 2008, cuando me quedé sin el trabajo que tenía en una empresa multinacional”, explica. Y entonces, adentrándose en lo que podríamos leer como una metáfora, en ese, aparentemente, futuro desmenuzado, pensó: “Ahora es el momento de probar si puedo construir algo con todo lo que he aprendido sobre trencadís”. Y así, de la crisis y la ruptura con un trabajo fijo, hizo su oportunidad. Creó la firma Mosaiccos para trabajar el trencadís como artista y, muy pronto, también como organizadora de talleres: “Hice de mi pasión mi profesión”.
Con el trencadís, Angelika no solo aprovecha mermas de baldosa, vidrio o cerámicas diversas, sino también aquello que aprendió trabajando en grandes equipos de empresas multinacionales. La cohesión de estos empleados podría enriquecerse sentados en una misma mesa ingeniándoselas para componer una pequeña obra de arte.
Habilitó un espacio en su tienda del barrio del Born con una gran mesa para recibir a pequeños grupos de amigos, familias o equipos de trabajo. Actualmente, dispone de dos talleres, uno en el Born, con capacidad para unas cincuenta personas, y el otro en la Ribera, cerca del Palau de la Música, para 35 personas: “Pero vamos donde sea, hoteles, la Llotja, la Torre de Bellesguard, la Colònia Güell, La Pedrera, muchos lugares emblemáticos, allá donde el cliente elige”. Normalmente, aquello que denominan team building, las experiencias lúdicas o creativas para hacer más piña en un grupo de trabajo, las realizan en estos lugares especiales o en instalaciones de las mismas empresas.
Turistas que se hacen su propio souvenir
Las redes han dado mucho a conocer los talleres de Angelika entre turistas alemanes y de otras muchas nacionalidades. Es aquel tipo de turista que busca lo que es diferente, más original o propio del lugar al que va. En este caso, la arquitectura modernista catalana, de la cual Gaudí es el gran referente, es el punto de conexión con los talleres de trencadís. En ellos, los extranjeros se sientan a emular a estos artistas que también ellos admiran.
Gafas protectoras, tenazas y una gran variedad de colores de trozos de cerámica les esperan ya sobre la mesa para que puedan hacer su propio recuerdo de esta ciudad. “También vienen muchos grupos de gente catalana, familias o amigos que celebran el cumpleaños de alguno de ellos”, precisa Angelika.
“Los marcos de fotos son el objeto más elegido para trabajar el trencadís en una obra que después se llevarán a casa acabada”, dice. Y, en el caso de los niños, puntualiza, “son los animales, como la salamandra, perros y gatos o el elefante, lo que más atrae”. Talleres como estos son el espacio para tomarse un tiempo para un mismo, para crear, buscar inspiración, probar cómo una manualidad nos ayuda a detenernos, a concentrarnos en el momento presente y a relacionarnos desde otro prisma con los familiares, los amigos o los compañeros de trabajo que tenemos cerca haciendo lo mismo que nosotros.
Para los que han venido de fuera, esta cata como artistas significa también un espacio de intercambio cultural. Con el trencadís, hacen una inmersión en la manera de hacer del modernismo catalán. Aprovechando vidrio, platos rotos, espejos, van dando una nueva vida a estos materiales que, si no, se perderían.
Imanes para la nevera, cajitas para guardar cosas pequeñas, marcos de fotos, logotipos de empresas, escudos de equipos deportivos o nombres de los participantes son algunas de las nuevas vidas que van surgiendo sobre la mesa, mientras van pasando también otras cosas.
Antes de empezar, Angelika sitúa a los participantes la diferencia entre el mosaico y el trencadís. “El mosaico —de origen mesopotámico, griego y romano—, está hecho con trozos regulares de vidrio o cerámica, mientras que el trencadís, que yo descubrí en las obras de los arquitectos Josep Maria Jujol y Antoni Gaudí, se hace con trozos irregulares de material”, aclara.
Ella ha tenido a 400 japoneses haciendo sus creaciones con trencadís. “Aprecian mucho toda la obra de Gaudí y la cultura en general, y también la buena calidad de la cocina catalana mediterránea”, comenta. “Yo también me enamoré de Gaudí, su obra y esta ciudad, que ofrece una calidad de vida excepcional. Es una magnífica combinación de una ciudad muy bonita, preciosa con su núcleo antiguo y su gran oferta cultural, y junto al mar”, destaca.
“La masificación de turistas para nuestros negocios está bien, pero entiendo que cuando vives en los lugares más masificados como el Born o el Gòtic, no es fácil”, admite. Y comenta que el Born de hace treinta años era muy inhóspito, peligroso, pero que en el de ahora, habría que poner más medidas para evitar robos. Y, a pesar de que reconoce que no es algo fácil, “habría que buscar turismo de calidad y sostenible, que viniera gente con nivel cultural, y no para emborracharse”.
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