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Photo by Manuel Queimadelos Alonso/ Getty Images

Por qué Messi podría ser el mejor portero del mundo

La asociación directa entre inteligencia y éxito que se aplica en cualquier ámbito de nuestra sociedad, parece quedar en fuera de juego para justificar lo que pasa dentro de un terreno de juego. ¿Es el azar de haber nacido con un talento natural incomparable la única causa para explicar por que el argentino se ha convertido en mejor futbolista de la historia?

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ara los que sufran con igual desenfreno la obsesión por el fútbol y la literatura, pocas recomendaciones pueden resultar más placenteras que deleitarse con la colección de Cuentos de fútbol argentino seleccionada y prologada por Roberto Fontanarrosa, la persona que, probablemente, haya sabido ensamblar mejor ambas disciplinas.

En ella, sin hacer demasiado ruido, casi a modo de homenaje a su protagonista, se aloja uno de los relatos de ficción más bellamente escritos con un balón esférico de hilo conductor. Su autor es el periodista argentino Juan Sasturain y lleva por nombre Campitos. Sin ánimo de cometer ningún spoiler, Campitos relata la historia del encargado del césped de los campos de un club de medio pelo de la provincia de Buenos Aires y de cómo este personaje anónimo se esconde detrás de la creación del termino local semillero, que se utiliza para denominar a las categorías inferiores de un club deportivo. Obviamente, el vocablo viene de semilla, el elemento natural de trabajo del ingeniero agrónomo José Campodónico, ‘Campitos’, el antihéroe gris de Sasturain experto en tierras, plantaciones, cosechas y futbolistas y que desarrolla un patrón con el que es capaz de identificar por años y posiciones en el terreno de juego el lugar de origen idóneo en el que ir a buscar al defensor, al volante o al extremo perfecto. Como si cada especialista dentro de la cancha fuese una semilla de una planta concreta, que crece en un lugar concreto y en un año en concreto.

El cuento, extremo, como casi todo lo que tiene que ver con fútbol y Argentina, no deja de ser una narración deliciosa que intenta parametrizar la fórmula del talento entremezclando agricultura y fútbol. Pero no se trata de un concepto tan quimérico si se buscan analogías con la sociedad actual. Acaso las escuelas de negocio no captan y modelan a los mejores especialistas en cada materia, permitiendo a las multinacionales saber, con un grado bastante elevado de aproximación, cuál es la mejor fuente para hallar un determinado perfil profesional. El que llega a un nivel educativo superior, el que impone su modelo de negocio por encima del resto, el que sitúa las ventas de su empresa en las máximas cuotas. Hitos como estos nos ayudan a tejer la estrecha relación entre brillantez intelectual y éxito y nos permiten explicar de manera lógica por qué ciertos profesionales que comparten una trayectoria y unos resultados similares acaban triunfando en sus respectivos ámbitos. Semillas, campos y posiciones en la cancha por alumnos, centros de formación y perfiles profesionales. Don natural por inteligencia. No parece tan descabellado, ¿no?

Para hacer lo que hace el argentino sobre el césped, se necesita poseer una inteligencia superior, por mucho que los estándares sociales la disfracen de regalo de la genética

Pero, ¿por qué en el mundo del deporte, con el talento innato suele ser suficiente para justificar el triunfo? ¿Por qué la inteligencia, origen y causa que se asocia a quien marca la diferencia en el mundo empresarial, científico o político, es un concepto olvidado a la hora de analizar el éxito deportivo? Corta y al pie: Messi es tonto pero le tocó la lotería cuando nació con una habilidad única para dominar una pelota. Y ahí radica la trampa. Para hacer lo que hace el argentino sobre el césped, se necesita poseer una inteligencia superior, por mucho que los estándares sociales la disfracen de regalo de la genética o sea un parámetro que el propio Sasturain deja fuera de su relato.

De hecho, y arruinando la lógica de ‘Campitos’, Messi podría convertirse en el mejor portero del mundo si se lo propusiese. Sí, de acuerdo, se trata de una provocación; pero su cerebro es capaz de anticipar los movimientos de compañeros, rivales y esférico a una velocidad superior al resto y eso lo convierte en alguien capaz de marcar la diferencia en cualquier posición, incluso bajo palos. No hace falta ser muy observador para esgrimir que el ‘10’ azulgrana tiene una estatura limitada y se siente bastante más cómodo acariciando el balón con los pies que con las manos, touché; pero la brillantez en el fútbol, como en cualquier otro deporte, no la otorgan pies o manos, sino cabeza.

Si uno es capaz de esquivar la luz cegadora que desprenden sus goles de museo, sus asistencias de extraterrestre, sus regates de videojuego, descubrirá detalles de un personaje igual o más sobresaliente en lo accesorio que en lo esencial. Messi es también el que intuye cuando o no presionar con intensidad al rival, decidiéndose a hacerlo solo cuando existen opciones reales de robarle el balón, cosa que pasa en la mayoría de ocasiones. Messi es también el que intuye el ritmo y las necesidades de cada partido y concluye situarse en punta cuando el juego fluye con comodidad y reconoce que será letal en los últimos metros; en la medular cuando el equipo pena a la hora de controlar el balón y sabe que sin él se ahoga; o en la banda cuando la congestión defensiva es un candado inquebrantable incluso para su magia. Messi es también el  que intuye cuando saltar, cuando frenar o cuando acelerar ante el embiste de un contrario, con lo que ha sido capaz  de eludir cualquier lesión o golpe grave provocado por una entrada rival. Messi, Messi, Messi. Intuye, intuye, intuye.

La intuición es la información que inconscientemente almacenamos en la parte límbica de nuestro cerebro y que nos ayuda a tomar millones de decisiones diarias de manera automática. Como indicador de inteligencia, suele ser bastante fiable, y pocas personas, vistan de corto o con traje, chaqueta o falda, han usado su intuición como el futbolista rosarino para propulsar su talento natural hasta un nivel jamás visitado por cualquiera antes. Así que, por mucho que arruine la teoría del pobre ‘Campitos’, si Messi un día decidiese sumarle los guantes a las botas, podría convertirse en el mejor portero del planeta, porque dentro de una cancha le sobra inteligencia para ser el mejor en la posición que le plazca.

De hecho, al personaje de Sasturain no le hizo falta conocer al ‘10’ azulgrana para entender que el talento de un jugador no se podía categorizar atendiendo tan sólo a indicadores cuantificables. Hacia el final del cuento, cuando un tipo de alma negra descubre e intenta explotar su método, ‘Campitos’ le confiesa que hay futbolistas que escapan a su fórmula. “Con estos datos, no solamente van a querer cosechar sino fabricarlos a medida. Con años y años de anticipación. Imagináte, un asco. Y después no van a aceptar, no van a reconocer, no van a poder soportar las excepciones. Y ahí se acabó todo: se acabó el fóbal”, concede.

Gracias a su inteligencia y, no solamente a su talento, Messi se ha convertido en la más bella excepción de la historia del fútbol.

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Photo by Manuel Queimadelos Alonso/ Getty Images

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La asociación directa entre inteligencia y éxito que se aplica en cualquier ámbito de nuestra sociedad, parece quedar en fuera de juego para justificar lo que pasa dentro de un terreno de juego. ¿Es el azar de haber nacido con un talento natural incomparable la única causa para explicar por que el argentino se ha convertido en mejor futbolista de la historia?

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ara los que sufran con igual desenfreno la obsesión por el fútbol y la literatura, pocas recomendaciones pueden resultar más placenteras que deleitarse con la colección de Cuentos de fútbol argentino seleccionada y prologada por Roberto Fontanarrosa, la persona que, probablemente, haya sabido ensamblar mejor ambas disciplinas.

En ella, sin hacer demasiado ruido, casi a modo de homenaje a su protagonista, se aloja uno de los relatos de ficción más bellamente escritos con un balón esférico de hilo conductor. Su autor es el periodista argentino Juan Sasturain y lleva por nombre Campitos. Sin ánimo de cometer ningún spoiler, Campitos relata la historia del encargado del césped de los campos de un club de medio pelo de la provincia de Buenos Aires y de cómo este personaje anónimo se esconde detrás de la creación del termino local semillero, que se utiliza para denominar a las categorías inferiores de un club deportivo. Obviamente, el vocablo viene de semilla, el elemento natural de trabajo del ingeniero agrónomo José Campodónico, ‘Campitos’, el antihéroe gris de Sasturain experto en tierras, plantaciones, cosechas y futbolistas y que desarrolla un patrón con el que es capaz de identificar por años y posiciones en el terreno de juego el lugar de origen idóneo en el que ir a buscar al defensor, al volante o al extremo perfecto. Como si cada especialista dentro de la cancha fuese una semilla de una planta concreta, que crece en un lugar concreto y en un año en concreto.

El cuento, extremo, como casi todo lo que tiene que ver con fútbol y Argentina, no deja de ser una narración deliciosa que intenta parametrizar la fórmula del talento entremezclando agricultura y fútbol. Pero no se trata de un concepto tan quimérico si se buscan analogías con la sociedad actual. Acaso las escuelas de negocio no captan y modelan a los mejores especialistas en cada materia, permitiendo a las multinacionales saber, con un grado bastante elevado de aproximación, cuál es la mejor fuente para hallar un determinado perfil profesional. El que llega a un nivel educativo superior, el que impone su modelo de negocio por encima del resto, el que sitúa las ventas de su empresa en las máximas cuotas. Hitos como estos nos ayudan a tejer la estrecha relación entre brillantez intelectual y éxito y nos permiten explicar de manera lógica por qué ciertos profesionales que comparten una trayectoria y unos resultados similares acaban triunfando en sus respectivos ámbitos. Semillas, campos y posiciones en la cancha por alumnos, centros de formación y perfiles profesionales. Don natural por inteligencia. No parece tan descabellado, ¿no?

Para hacer lo que hace el argentino sobre el césped, se necesita poseer una inteligencia superior, por mucho que los estándares sociales la disfracen de regalo de la genética

Pero, ¿por qué en el mundo del deporte, con el talento innato suele ser suficiente para justificar el triunfo? ¿Por qué la inteligencia, origen y causa que se asocia a quien marca la diferencia en el mundo empresarial, científico o político, es un concepto olvidado a la hora de analizar el éxito deportivo? Corta y al pie: Messi es tonto pero le tocó la lotería cuando nació con una habilidad única para dominar una pelota. Y ahí radica la trampa. Para hacer lo que hace el argentino sobre el césped, se necesita poseer una inteligencia superior, por mucho que los estándares sociales la disfracen de regalo de la genética o sea un parámetro que el propio Sasturain deja fuera de su relato.

De hecho, y arruinando la lógica de ‘Campitos’, Messi podría convertirse en el mejor portero del mundo si se lo propusiese. Sí, de acuerdo, se trata de una provocación; pero su cerebro es capaz de anticipar los movimientos de compañeros, rivales y esférico a una velocidad superior al resto y eso lo convierte en alguien capaz de marcar la diferencia en cualquier posición, incluso bajo palos. No hace falta ser muy observador para esgrimir que el ‘10’ azulgrana tiene una estatura limitada y se siente bastante más cómodo acariciando el balón con los pies que con las manos, touché; pero la brillantez en el fútbol, como en cualquier otro deporte, no la otorgan pies o manos, sino cabeza.

Si uno es capaz de esquivar la luz cegadora que desprenden sus goles de museo, sus asistencias de extraterrestre, sus regates de videojuego, descubrirá detalles de un personaje igual o más sobresaliente en lo accesorio que en lo esencial. Messi es también el que intuye cuando o no presionar con intensidad al rival, decidiéndose a hacerlo solo cuando existen opciones reales de robarle el balón, cosa que pasa en la mayoría de ocasiones. Messi es también el que intuye el ritmo y las necesidades de cada partido y concluye situarse en punta cuando el juego fluye con comodidad y reconoce que será letal en los últimos metros; en la medular cuando el equipo pena a la hora de controlar el balón y sabe que sin él se ahoga; o en la banda cuando la congestión defensiva es un candado inquebrantable incluso para su magia. Messi es también el  que intuye cuando saltar, cuando frenar o cuando acelerar ante el embiste de un contrario, con lo que ha sido capaz  de eludir cualquier lesión o golpe grave provocado por una entrada rival. Messi, Messi, Messi. Intuye, intuye, intuye.

La intuición es la información que inconscientemente almacenamos en la parte límbica de nuestro cerebro y que nos ayuda a tomar millones de decisiones diarias de manera automática. Como indicador de inteligencia, suele ser bastante fiable, y pocas personas, vistan de corto o con traje, chaqueta o falda, han usado su intuición como el futbolista rosarino para propulsar su talento natural hasta un nivel jamás visitado por cualquiera antes. Así que, por mucho que arruine la teoría del pobre ‘Campitos’, si Messi un día decidiese sumarle los guantes a las botas, podría convertirse en el mejor portero del planeta, porque dentro de una cancha le sobra inteligencia para ser el mejor en la posición que le plazca.

De hecho, al personaje de Sasturain no le hizo falta conocer al ‘10’ azulgrana para entender que el talento de un jugador no se podía categorizar atendiendo tan sólo a indicadores cuantificables. Hacia el final del cuento, cuando un tipo de alma negra descubre e intenta explotar su método, ‘Campitos’ le confiesa que hay futbolistas que escapan a su fórmula. “Con estos datos, no solamente van a querer cosechar sino fabricarlos a medida. Con años y años de anticipación. Imagináte, un asco. Y después no van a aceptar, no van a reconocer, no van a poder soportar las excepciones. Y ahí se acabó todo: se acabó el fóbal”, concede.

Gracias a su inteligencia y, no solamente a su talento, Messi se ha convertido en la más bella excepción de la historia del fútbol.