Pablo Iglesias Podemos
Pablo Iglesias ha dimitido como líder de Podemos y dice que deja la política. ©Flickr/Podemos

Pablo Iglesias y Albert Rivera: “No, no se puede”

Los sueños regeneradores de la política española que han encabezado Pablo Iglesias y Albert Rivera han terminado en el fracaso absoluto de sus formaciones y la retirada pequeñoburguesa de los dos políticos a las afueras de Madrid con una jubilación sufragada por los aparatos del estado del régimen del 78

Conozco muy bien la historia de Pablo Iglesias y de Albert Rivera, dos políticos cuya trayectoria he seguido especialmente por el hecho de compartir su misma edad (42 años) y formar parte de una de las primeras generaciones de ciudadanos españoles —en mi caso, por aquella cursilería del “imperativo legal”— nacidos en la imperfecta democracia del 78 y criados en la pornográfica-olímpica prosperidad económica de los 90. Poco importa que el origen cultural de los dos exlíderes difiera radicalmente (Iglesias tiene en la sangre el sindicalismo republicano resentido con las élites made in Vallecas y Rivera, mal que le pese, es un producto típico del botiguer catalán; el “hijo del dueño” del Vallès que acaba largándose a Madrid y despotricando de Catalunya porque aquí no  puede hacer suficiente pasta): a los dos les une la misma herida de mi generación, una quinta que se creyó que en la treintena ya viviría como sus padres antes de jubilarse —sueldo fijo, dos residencias y pequeñines educados en la concertada—, pero que la crisis económica de 2006 relegó a un estado de subsistencia mínima y de aburridísimo precariado.

Albert Rivera Ciudadanos
Pablo Casado podría acabar pidiendo a Albert Rivera liderar el PP de Catalunya. ©Flickr/Ciudadanos

La mía es la generación “del desencanto”, un grupo de hombres y mujeres que se formó en las mejores escuelas del mundo para vivir bien y con altísimas cuotas de libertad pero que se vio arrojada a escrutar las costuras del régimen del 78, no por vocación regeneracionista, sino porque cuando a uno le tocaba cobrar como dios manda y gastárselo casi todo en las tiendas de Manhattan, el estado nos dejó totalmente en bolas, a la intemperie, y con unos sueldos que no dan ni para comprar pañales y papillas en el paki. En mi caso, y en el de la mayoría de mis amigos, el independentismo fue el punto de fuga esperanzador que nos regaló la  promesa de un nuevo entorno en el que Catalunya pudiera dialogar de tú a tú con el resto del mundo y la ambición individual y la voluntad de prosperar no cayeran en la red burocrática del estado (todo lo que, en definitiva, ha prostituido el procesismo y nuestros líderes han traicionado con tanta impunidad). Iglesias y Rivera, por otra parte, son los últimos políticos que trataron de inventarse una alternativa al independentismo apelando al sueño de una España regenerada.

Los aparatos ideológicos del estado, que son mucho más inteligentes de lo que TV3 nos quiere hacer creer, supieron leer el desencanto de mi generación y alimentaron el ego de Iglesias y Rivera con dos operaciones de efectividad quirúrgica. Las élites españolas vieron enseguida que, en caso de un auge vertiginoso del independentismo, con el PSC no bastaría para detener el movimiento en Catalunya y engrasaron la máquina de Ciudadanos (paulatinamente convertida en el sueño banquero de “un Podemos de derechas”) para que la formación naranja pudiera ganar unas elecciones al Parlament. La operación, tramada inicialmente como una nauseabunda cruzada contra la inmersión lingüística (aún más fraudulenta sabiendo que Rivera educó su propia hija en una de las escuelas más catalanistas del Vallès), dio sus frutos, y es una evidencia palmaria que, una vez castrado el independentismo, a España Ciudadanos ya no le servía para nada y la mayoría de sus líderes acabarán pidiendo limosna al PP.

Es una evidencia palmaria que, una vez castrado el independentismo, a España Ciudadanos ya no le servía para nada y la mayoría de sus líderes acabarán pidiendo limosna al PP

Así Rivera, que ha terminado fingiendo que trabaja junto a su amigo José Manuel Villegas en el bufete de abogados de Rafael y Eugenio Martínez-Echevarría y Vicente Morató, nombres mucho más que cercanos al PP, que en los últimos años han ampliado su actividad en Andalucía, casualidades las justas, y que son los preferidos por los populares a la hora de escribir recursos de apelación al Tribunal Constitucional. De muscularse como político mediante una crítica visceral al bipartidismo y a la corrupción de PP y PSOE, en definitiva, el pobre Rivera ha acabado viviendo a sueldo de la derecha española como un nuevo rico madrileño más, residiendo en una de esas espantosas mansiones del barrio de La Finca amenizada con las ligeritas canciones de Malú. Finalmente, el hijo del tendero podrá vivir como había soñado, sin tener que ojear con miedo el precio del rodaballo en los restaurantes de la capital y con el espíritu disponible en caso de que el PP acabe deglutiendo (aún más) Ciudadanos y, como me cuentan mis espías en la capital, Pablo Casado le acabe pidiendo que lidere su sectorial catalana.

Pablo Iglesias Podemos
Con la retirada de Iglesias, Podemos entrará en un proceso de marginalización. ©Flickr/Podemos

La vida tiene mucha gracia, porque en sus inicios Rivera compartía un discurso anti-establishment muy parecido al de Iglesias, por mucho que se revistiera con corbata y un corte capilar de clase media. El ocaso del líder de Podemos puede parecer muy diferente, pero a Iglesias le engordaron los mismos aparatos mediáticos que mandaron a El País escribir editoriales elogiosas de Ciudadanos cuando los naranjas se aproximaban al PSOE. Pablo pasó rápidamente de hacerse popular discutiéndose con la derecha castiza en 13TV a abanderar el discurso del 15-M en las plazas de Madrid y disponer de sofá-cama en el grupo Planeta, las televisiones del cual crearon el soufflé de la Plaza del Sol para contrarrestar las impresionantes manifestaciones que urdía año tras año el independentismo. De recordar que el PSOE y Felipe González tenían “el pasado manchado de cal viva”, Iglesias blanqueó la corrupción del PSOE entrando en el Gobierno como vicepresidente hasta que cayó en el error de intentar salvar a Madrid de Ayuso.

Mientras Ciudadanos mitigaba el impacto del independentismo en Catalunya con una oposición feroz y un saco de mentiras cada día más evidente, Iglesias ayudaba al estado como policía bueno abanderando un fenómeno de aparente revuelta masiva alternativo a la secesión, excitando el resentimiento de las clases populares madrileñas en busca de prosperidad económica (mediante unos trucos heredados del comunismo que, de haberse aplicado, sólo las habrían empobrecido todavía más) y excitando la tercera vía en Catalunya interesándose por la causa de los presos políticos y prometiendo a los catalanes que el PSOE adquiriría posiciones más moderadas de cara a los indultos. Doctrinalmente, Iglesias fue un político mucho más amable con la causa catalana, pero todo esto son apariencias, porque lo impulsaron las mismas fuerzas demoníacas que pretendían blanquear la corrupción del estado con una simple ducha. La entrada de Iglesias en el Gobierno fue su primera muerte, un ocaso que certificaría volviendo a Madrid para suicidarse.

La entrada de Iglesias en el Gobierno fue su primera muerte, un ocaso que certificaría volviendo a Madrid para suicidarse

Como en el caso de Rivera, Iglesias ha acabado pasando de excitar los ánimos de los oprimidos por la asfixia del sistema a buscarse una casita de nuevo rico en Galapagar donde poder vivir tranquilo con sus tres retoños. Con su deserción, la política que se forjó sólo tiene una figura resistente: la alcaldesa Ada Colau, pues Podemos entrará en un proceso de marginalización muy parecido al de Izquierda Unida. Así han acabado mis dos colegas de quinta; de ensañarse con el sistema a huir de la contaminación del aire madrileño en sus espantosos jardines. Rivera ya tiene la carrera bien orientada, y Pablo, estoy seguro, encontrará pronto un espacio mediático donde sus antiguos promotores de La Sexta le permitirán desahogarse, ya sea presentando debates políticos o dando voz a documentales sobre cómo sobrevive el ñu en la estepa africana. Finalmente, los dos políticos podrán vivir tranquilos tragándose sus convicciones, si es que nunca las habían tenido, y el sistema vetusto de intereses que mueve los hilos de la política respirará intacto.

Inés Arrimadas pegando un cartel de Albert Rivera
Inés Arrimadas pegando un cartel de Rivera en una campaña electoral catalana. ©Flickr/Ciudadanos

Para mi generación, los casos de Iglesias y Rivera son especialmente relevantes pues, de la misma forma que Madrid les ha garantizado una jubilación pequeñoburguesa y dorada, la extensión española de las élites madrileñas en Catalunya, el procesismo, intentará comprar nuestra voluntad con un retorno pausado a la autonomía, convirtiéndonos en unos cínicos y, de una forma mucho más modesta, garantizándonos una subsistencia económica como para pagarnos el pisito y no molestar demasiado. Hoy por hoy, mi quinta se encuentra en la encrucijada entre quienes quieran ejercer el eremitismo sin molestar demasiado o los que sigan esforzándose para intentar defender lo que creemos y la perversión moral de cualquier retirada en el anhelo de autodeterminación del país. Durante los próximos años, veré a muchos coetáneos caer en la parsimonia del ir tirando, aceptando una realidad neo-autonómica donde no existe un solo incentivo para prosperar y ser libre. Iglesias y Rivera ya han comprado el “No, no se puede”: mi generación debe saber si quiere hacer lo mismo o continuar dando caña.

Si para algo deben servir las carreras de Iglesias y Rivera, además de para enterrar definitivamente el sueño de una España regenerada, es para advertir a mi generación que todavía tiene la opción de seguir batallando por lo que uno cree o rendirse sesteando en un cinismo de mercadillo con una jubilación que, en general, en Catalunya se paga mucho más barata que en Madrid. Yo, como sabéis, ya tengo muy asumida la elección; aquí tenéis mi puñal, bien afilado, rebosante de luz y sangre, cada sábado.