El Bar del Post

Manolo Laguillo: La libertad del que es artista

“Hace cuarenta años estaba mal visto reivindicar que los fotógrafos también somos artistas”. Acodado a la barra, Manolo Laguillo sorbe un primer trago de su Dry Martini, dejando que las Gymnopédies de Erik Satie envuelvan el atardecer en primera línea de Bar. “De hecho, cuando lo pienso, siempre me acuerdo de una frase de Miserachs que decía que los fotógrafos somos como artistas de circo: un poco por debajo de los payasos y un poco por encima de las focas”. Ríe.

Obtuvo su primera Reflex de la mano de su padre, como regalo por su licenciatura en Filosofía. “Hasta entonces yo había hecho mis pinitos, pero cuando tuve aquella cámara en mano ya fue un no parar, porque cuando algo me gusta me meto a fondo”, rememora quien, hoy por hoy, se define con toda justicia como “un artista cuyo medio es la fotografía”. Además de haber contribuido, y mucho, a dignificar y elevar la profesión, formando a generaciones de fotógrafos.

Hablar de su vida es hablar de la fotografía en este país. Con una obra tan amplia como influyente, mayormente centrada en el tratamiento del paisaje urbano, el parroquiano tiende a centrar el foco en los edificios, explorando el alma que les confiere la mezcla entre la luz y la sombra y el contexto urbano. Un planteamiento arquitectónico que lo ha llevado a trabajar con nombres mayúsculos como Josep Llinàs, Josep Lluís Mateo o Eduard Bru, “pero sin acabar nunca de ajustarme a los estándares, yendo un poco por libre”. Esa libertad que se respira en su producción pretérita —“como aquellas imágenes que captamos a caballo entre finales de los 70 y los primeros 80 con mi querido Humberto Rivas, en barrios como Poble Sec, Poble Nou o aquella Estación del Nord por entonces abandonada— y, como no podía ser de otra manera, en los proyectos que están en marcha.

De estos, destaca “las fotografías de un par de edificios realizados por Josep Vendrell en Sant Just y Montgat”, un proyecto de ocho ciudades gallegas en marcha para el Centro Galego de Arte Contemporáneo y Manolo Laguillo 1986-2023, la exposición que inaugura en la galería Moisés Pérez Albéniz de Madrid, su ciudad natal, el próximo 24 de mayo.

Con el pie entre dos mundos

“Hay dos tipos de personas, las que son más visuales y se expresan mejor con imágenes, y las que son más verbales, más capacitadas para expresarse con las palabras. Yo estoy con un pie en los dos lados”. La obra y legado de Manolo Laguillo no puede entenderse sólo desde el punto de vista de su producción fotográfica o a los libros con contenidos técnicos sobre la medición de la luz. El parroquiano también ha ahondado en cuestiones teóricas como la finalidad de la fotografía y ha traducido al castellano obra de Walter Benjamin o, merced de sus conocimientos en Filología Germánica, Siegfried Kracauer.

Esta solvencia intelectual es la que lo llevó a ser uno de los dos primeros profesores de la Cátedra de Fotografía en la Universitat de Barcelona (UB), junto con Joan Fontcuberta. “Hasta que, en 1979, Juan José Gómez Medina no introdujo la fotografía en la facultad de Bellas Artes de la UB, en España no se estudiaba esta disciplina a nivel universitario”. En aquella época, Manolo había hecho unas oposiciones y enseñaba en un instituto de FP, “donde cobraba un buen sueldo, unas cien mil pesetas de la época”. Durante un tiempo combinó ambos trabajos, pero en 1981 tuvo que tomar una decisión: dejar su puesto de funcionario para enseñar en la facultad.

Fotografía de Manolo Laguillo del Paseo Sant Joan junto al Arc de Triomf en 1980.

— El sueldo era aproximadamente la mitad, pero me dio igual, ni me lo pensé, dije que sí. Y eso lo cambió todo en mi vida, claro.

Obtuvo el doctorado en 1988 y, a partir de 1995, ejerció ya como catedrático. A aquellas alturas, la fotografía era, indiscutiblemente, una de las Bellas Artes. Pocos eran aún capaces de negarlo y el parroquiano había tenido mucho que ver con este cambio de mentalidad.

Hoy, entre los muchos reconocimientos de los que es acreedor, se muestra especialmente satisfecho de formar parte de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona, una institución fundada en el siglo XVIII que aúna a astrónomos, matemáticos, físicos, científicos y, por supuesto, artistas.

Amor de barrios

“Vine a vivir aquí a los 19 años, porque mi padre había encontrado un buen trabajo en Barcelona. Mucha de mi obra retrata esta ciudad con proyectos como Una ciutat desconeguda sota la boira que hice para el MACBA y, muy especialmente, sus flecos, sus lugares periféricos, que es lo que más me interesa a mí de las urbes”, relata el artista.

Fotografía de Manolo Laguillo frente a la Sagrada Família, de 1979.

“Lo que me fascina de Barcelona es lo que decía Vázquez Montalbán de las Barcelonas, en plural, porque cada barrio es un mundo en sí mismo. Y a eso yo le sumo los márgenes, el Vallès, el Baix Llobregat, que también me parecen interesantísimos”. Palabras sostenidas por un consistente conocimiento de causa pues, desde su llegada en aquel lejano 1972, ha vivido —y amado— la práctica totalidad de barrios barceloneses hasta recalar, hace cuatro años, en el Raval “que mide, eso sí, cómo esta ciudad se ha estado echando a perder en los últimos tiempos”, lamenta a propósito de un proceso de despersonalización, masificación y delicuescencia que afecta una Barcelona que echa a sus habitantes. Y, en pronunciar estas palabras, no puede evitar que un mohín de tristeza asome en su rostro, al tiempo que liquida su Dry Martini y observa, con ojo fotográfico, las luces del anochecer a través de los ventanales del Bar.

— Lo que no se ha echado a perder es nuestra exquisita oferta gastronómica y, siendo ya hora de cenar, quizás se te pueda tentar con un menú, una ración o unas tapas…

Con la sonrisa recuperada, Manolo Laguillo tarda menos de un segundo a responder.

“¡Menú, menú! Con su primero, un segundo de carne y, por supuesto, postre”, determina, visiblemente satisfecho, al compás de los fraseos de Satie.

Manolo Laguillo llegó a Barcelona a los 19 años.
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Publicado por
Alberto Valle

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