Mari Cruz tiene 75 años y no teme a la soledad: más bien es la soledad quien la teme a ella porque no puede vencerla. A pesar de los años, un día Mari Cruz decidió explorar todo aquello que esta nueva época de la vida podía ofrecerle. Un día, se propuso aprender a quererse. Ahora, aunque la falta de movilidad le ponga trabas, gracias a los voluntarios del programa Siempre Acompañados de la Obra Social ”la Caixa” y la Cruz Roja, disfruta a diario de actividades y momentos que han convertido su soledad en otro sentimiento mucho más grande: el sentimiento de libertad.
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as sesiones de risoterapia y musicoterapia, los talleres de desarrollo personal y las meriendas en grupo son algunas de las múltiples actividades que han hecho que Mari Cruz se adentre en un universo de nuevas sensaciones y conocimientos y, además, empiece a ver la soledad con otros ojos. Porque si el poeta W. H. Auden decía que “ser libre muchas veces es sentirse solo”, también es cierto lo contrario: la soledad puede ser sinónimo de libertad. “A veces no somos conscientes de la libertad que tenemos cuando estamos solos. Nos movemos de forma distinta, actuamos de forma distinta. El único que te controla eres tú mismo”, asegura con cierto orgullo.
También recuerda que una vez que sintió que ya no tenía tiempo para aburrirse ni para encontrarle pegas a las cosas, llegó la mejor parte de todas: aprender a quererse como no había hecho en los últimos 70 años. “Me han enseñado que tengo aptitudes que no conocía. Es muy importante porque, aunque creas que tienes mucho, lo único que tienes en realidad es a ti misma”. Prueba de cómo ha cambiado el autoconcepto de Mari Cruz es que, hace poco, se atrevió a impartir un taller de ganchillo y otras tareas domésticas a sus compañeras del programa.
Los efectos que la soledad puede provocar en nuestra salud, como aumentar el riesgo de sufrir un ataque cardiaco o desarrollar una artritis, hacen que la técnica de Intervención Comunitaria de Siempre Acompañados, Elisabeth Poy, se sume a esa idea que varios investigadores han puesto sobre la mesa en los últimos años: la soledad es la epidemia de nuestros tiempos. Además de a la mayor esperanza de vida, Elisabeth cree que esto se debe a que “vivimos en una sociedad que nos empuja a ser individualistas. En pocas generaciones, las formas de convivencia y las relaciones familiares han cambiado mucho. El envejecimiento no gusta a los jóvenes. Y la solución pasa por provocar un cambio cultural a partir de actividades intergeneracionales y mucha sensibilización”.
Según Elisabeth, “aún estamos a tiempo de evitar que esto vaya a más”, pero insiste que para conseguirlo es más que imprescindible que sus protagonistas se lancen a escribir los últimos capítulos de sus vidas. “Es necesario que las personas mayores quieran reconocer su situación de soledad, tengan ganas y actitud para exprimir lo que la vidapuede darles y que no rompan con sus lazos afectivos, porque es el amor que sentimos por los demás lo que al final nos ayuda a levantarnos”.
Texto: Alba Losada
Ilustración: Rodrigo Alexandrino ICO
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