Del bosque al Born más artesano, las manos del artista Joan Rovira ayudan a revelar la expresión de la madera, ya sea en pequeñas o en grandes dimensiones
Joan Rovira en su taller. © Carme Escales
Hace unos cuántos años, tantos ya como 40, en el jardín de unos familiares, Joan Rovira se sintió atraído por un sonido. Las tijeras de expurgar iban cortando cañas de bambú que habían crecido desmesuradamente. En aquella sonoridad, al romper el bambú, Joan percibió la consistencia natural de este material. Pensó que aquella madera, muy densa, congeniaría bien con las herramientas que usaba en su taller de joyería, y se llevó algunas cañas para dejarlas secar, todavía sin una idea clara de qué forma creativa podría modelar con ellas.
Un día, en clase —entonces estudiaba en la Escola Massana—, muy aburrido a la hora de Historia del Arte, empezó a pensar en aquel bambú que se secaba en casa, y se puso a dibujar de manera compulsiva en su cuaderno formas, figuras, líneas para modelar aquel bambú. Eran los años ochenta, y el broche —o aguja de pecho—, en joyería contemporánea era la pieza por excelencia; todavía no lo eran los pendientes, explica Rovira.
Con sus cañas de bambú en el pensamiento, diseñó un original broche que acabaría viajando por Europa en una exposición de joyas. Un profesor le propuso, a él y a unos compañeros, participar en una selección de creaciones que la Navidad de 1985 salían de gira hacia Holanda y Alemania. De este modo, desde ese jardín donde sobraban las cañas, un pedazo de aquel bambú conquistaba un lugar en un catálogo de joyería internacional. Pasando por las manos del artista.
El bambú es una especie invasora, que llegó de América, con los Indianos. Se puede encontrar en muchos lugares de Catalunya, como por ejemplo en los alrededores del Montseny. Joan sabe dónde ir a buscarlo, y también dónde adquirirlo, de más lejana procedencia. Ahora, él y el bambú son amigos íntimos, mantienen una relación basada en aquello que cada cual puede aportar al otro.
En 1984 —explica—, “el bambú se me presentó como un material noble. Y cada una de sus características —dureza, ligereza, resistencia, flexibilidad, duración, armonía, sostenibilidad— las he ido descubriendo con paciencia y dedicación”. Pero, acabada su formación en Artes Aplicadas con especialización en joyería en la Massana, Joan abrió un gran paréntesis en su dedicación al arte. Una multinacional y muchos viajes con ella lo mantuvieron apartado totalmente de la creatividad, hasta que una mañana, después de muchos años, se despertó y se dijo a sí mismo: “Yo soy joyero”.
Tenía ya 50 años, pero la edad no fue un impedimento para volver a ponerse a ello y volver a dibujar modelos de joyas. Y ahora, seguramente, podría afirmar aquel dicho que asegura que, “si sabes elegir bien aquello a lo que te quieres dedicar, nunca más tendrás que trabajar”.
Con su mujer, Cinta Justribó, buscó un local que fuera taller y tienda, y lo encontró allí donde querían, en el barrio de los artesanos, el Born. En el número 10 de la calle dels Cotoners, haciendo esquina con la calle de l’Esquirol, es donde va viendo la luz cada nueva creación de este artista. Su espacio de trabajo es su oasis, su refugio, donde la música tiene un papel fundamental, inspiradora, compañía y atmósfera, donde Joan se funde con todo lo que hace. Si no fuera porque su mujer lo avisa a la hora de cerrar, él todavía no se iría. Porque mantiene un intenso diálogo con cualquier pequeño material que toma en las manos.
Hacia 2010, colgó en su página web las fotografías del broche de su primera exposición y otras joyas de los años ochenta. Unos días después, recibió la llamada de un hombre que se fijó en una de las piezas y que la quería comprar. Pero Joan no había puesto las medidas, y aquel hombre se había hecho a la idea de que aquello que le gustaba medía diez veces más de los 20 centímetros que en realidad medía. Sin embargo, el hombre le preguntó al joyero si le haría una estructura parecida, pero de grandes dimensiones, que alcanzara los dos metros. Y Joan dijo que sí.
Asumiendo aquel reto, que reconoce que tardó bastante en cumplir, Joan comenzaba una nueva dimensión creativa: las esculturas móviles. Suspendidas en el aire, porque solo unos finísimos y discretos hilos las mantienen colgando del techo, son, hoy por hoy, una fuente inagotable de creación para el artista, que no dejó nunca de serlo. “Ahora ya me siento en condiciones de traspasar al taller cualquier pieza que me viene en mente”, confiesa. “A veces, es la clientela la que te da el pistoletazo de salida”, dice. Toda la exigencia interna que supone un reto lo hace salir reforzado, por lo tanto, lo considera una inversión.
“Empecé a trabajar el bambú hace 40 años, y sospecho que esto no se acaba”
A pesar de que siempre su trayectoria creativa se ha centrado mayoritariamente en la joyería, en los últimos tiempos está cambiando el formato de joya por estos volúmenes más grandes que decoran los espacios, llenándolos sin llenarlos: “En las esculturas móviles es donde tengo más libertad para potenciar las características del bambú”. Además, dice, a nivel artístico, “me da mucha más libertad que la joyería, porque, según qué pieza sea, no puede pesar demasiado, y una estructura grande me da mucha libertad de inspiración”.
Hasta el 25 de octubre, en la entrada principal de la Clínica Teknon, se puede ver una exposición de sus obras tridimensionales hechas con bambú. Las presenta como Diálogos, danzas y silencios, porque eso es todo lo que él ha hecho con el bambú, una danza conjunta, una conversación de camino hacia una creación concreta, una forma de expresión del material y del artista, haciendo aparecer el potencial de ambos.
“Empecé a trabajar el bambú hace 40 años, y sospecho que esto no se acaba”, expresa. “Cada semana, lo corto y lo pulo, lo investigo y juego con él, y casi cada semana me enseña cosas nuevas”. Además, expone, “hay ese añadido mágico: lo puedo ir a buscar a los bosques de Sant Celoni y Gualba, puedo hacer todo el proceso, desde el punto de nacimiento del bambú hasta que lo pongo en una pieza final, y todo esto es muy vivencial. No es lo mismo que ir a la tienda de bellas artes y comprar colores. Yo veo el entorno del bambú, donde crece y cómo crece. Ahora que ha llovido, ya tengo ganas de volver a ir a buscar. Como es una especie invasora, cada vez hay más. Y como el bambú tiene estas cualidades de solidez, ligereza y sostenibilidad, tiene también muchos mensajes dentro. Es como si cada vez descubriera una nueva canción”.
Capacidades creativas
Los jueves por la tarde, en un centro cultural del Ayuntamiento de Mollet del Vallès, Joan Rovira imparte un taller de creación de joyas. Es un espacio de libertad donde se materializan ideas. La mayoría de alumnos son mujeres, “como suele pasar en clases de yoga, de pintura o clubes de lectura. Las mujeres acostumbran a tener más inquietudes, son más curiosas y emprendedoras”, precisa. También en los estudios oficiales de joyería, el 95% de los estudiantes —dice— son mujeres. En sus talleres, cada reto logrado por una alumna es una satisfacción compartida. En el altillo de su tienda, donde tiene el taller, a menudo recibe a estudiantes de joyería que van a hacer prácticas y a aprender de la experiencia de Joan.
Reflexionando sobre la creatividad y la inspiración, él explica que, con el tiempo, se ha ido dando cuenta de que “la creatividad, si no lo alimentas, te come”. Y se explica: “La creatividad es un talento sobre el cual no tenemos ningún mérito, no lo vas a buscar, lo tienes dentro, del mismo modo que se tiene un don, y se te gira en contra cuando no la usas. Para que tome forma, la tienes que acompañar, escuchar, interpretar, entender… Y en el proceso creativo intervienen muchos factores, externos e internos”.
El singular comercio y espacio creativo de Joan Rovira está en el meollo del barrio donde las callejuelas guardan la esencia artesanal de lo que fue el Born, con la actividad de los gremios que leemos en los nombres de sus calles, como la de Cotoners, donde él, con su actividad, también custodia esta autenticidad. Ahora, comenta, “estamos en un momento propicio para la creatividad y la artesanía, porque en el mundo tecnológico, global, el de las franquicias que hacen que encuentres las mismas tiendas en todo el mundo, la gran beneficiada es la artesanía. Es el refugio, un oasis creativo, singular, auténtico y con personalidad única y propia, que muchos buscan y que siempre buscarán”.
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