Diez momentos sublimes de la pintura de todos los tiempos

Más allá del invierno de la cultura, del icono al ’collage’, el arte de pintar da nuevos trayectos a la mirada, en el museo imaginario que aúna conciencia, sensualidad y vida simbólica. Diez cuadros realzan la continuidad de la pintura en una culminación del misterio, la sabiduría del color y la dialéctica entre clásicos y modernos

1

La Trinidad

ANDRÉI RUBLIOV: 1410 APROX.

Galería Tretiakov, Moscú

Obra cumbre de la pintura de iconos, La Trinidad tiene una fuerza única. Rubliov trata el tema siguiendo la tradición cristiano-ortodoxa: tres ángeles simbolizan el misterio de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El artista recurre a la antiperspectiva para evitar toda teatralización. Como consecuencia, el espectador se deja arrastrar por el movimiento circular de la pintura y, cuando la contemplación es reposada, también se deja engullir por el remolino espiritual que se le propone.

2

El nacimiento de Venus

SANDRO BOTTICELLI: 1483

Galería Uffizi, Florencia

Venus aparece, desnuda, como si fuera el eje del mundo, mientras los vientos la bañan con rosas. Botticelli, entusiasta seguidor de las doctrinas humanistas, hace que su Afrodita –Venus– sea la Urania, nacida del mar que ha fertilizado los genitales seccionados de Urano: la belleza nace de la violencia y se impone a la violencia. La recuperación renacentista de la Antigüedad clásica se concentra en este cuerpo de mujer que Botticelli presenta como una síntesis entre sensualidad y sabiduría.

3

La última cena

LEONARDO DA VINCI: 1495-1497

Santa Maria delle Grazie, Milán

Si la pintura es, siempre, un corte en el tiempo, La última cena es la apoteosis del momento decisivo. Leonardo quiere pintar el instante inmediatamente posterior al anuncio de Cristo de que había un traidor entres sus apóstoles. Para congelar este instante da un enfoque radicalmente nuevo al gran motivo evangélico, constituyendo cuatro grupos corales. Obra insuperable de la construcción en perspectiva, La última cena se transforma en una danza inmóvil dominada por un tenso y poderoso equilibrio.

4

La escuela de Atenas

RAFAEL SANZIO: 1511

Museos Vaticanos, Roma

Podríamos considerarla el manifiesto visual del humanismo. En esta obra Rafael busca expresar la unidad entre la naturaleza y el espíritu, así como una estrecha comunicación entre los antiguos y los modernos. Enmarcados en una arquitectura genuinamente renacentista Platón, que señala el cielo, y Aristóteles, que lo hace hacia la tierra, presiden la asamblea de la sabiduría. La armonía del conjunto es extraordinaria: la encarnación de un ideal.

5

Melancolía I

ALBRECHT DURERO: 1514

Galería Nacional de Karlsrhue, Alemania

La iconografía de la melancolía se remonta a los egipcios: el hombre o la mujer con la cabeza apoyada en la mano. Ese estado espiritual enigmático y turbador fue asociado, a partir del Renacimiento, con el talento creativo. Durero logra captarlo con perfección única en su grabado sobre el tema. Un mosaico de presencias fascinantes y perturbadoras. El perro, el cuadrado mágico, el poliedro truncado, la esfera. Y, dominando la escena, ávida e insatisfecha la dama alada, el ángel de la melancolía.

6

Juicio final

MIGUEL ÁNGEL BUONARROTI: 1537-1541

Capilla Sixtina, Roma

Tres décadas después de pintar El Génesis, Miguel Ángel completa su intervención en la Capilla Sixtina al realizar el Juicio final, la obra que constituye el gran punto de inflexión hacia el barroco. Una extrema dramaticidad preside la mayor apoteosis de los cuerpos jamás pintada. En el alud corporal que se impone a la mirada destaca el poderío del Cristo mayestático y la radicalidad sacrificial del autorretrato del propio artista en el pellejo de san Bartolomé.

7

David con la cabeza de Goliat

MICHELANGELO MERISI DA CARAVAGGIO: 1610

Galería Borghese, Roma

La que pasa por ser la última pintura del artista, y de la que se dice que es un autorretrato en las facciones de Goliat, es bien representativa del gran viraje obrado por Caravaggio en la pintura europea. La oscuridad se apodera del espacio pictórico y la luz, invirtiendo la óptica renacentista, deja de proceder del exterior para habitar en el interior de la piel. Los cuerpos quedan incendiados por un fuego blanco hasta conseguir una intensidad dramática sin precedentes.

8

Las Meninas

DIEGO DE VELÁZQUEZ: 1656

Museo del Prado, Madrid

En la culminación de su talento Velázquez realiza con Las Meninas una verdadera radiografía del acto de pintar. El cuadro es, simultáneamente, un desarrollo del motivo barroco que evoca el artista en su taller, un retrato de grupo y un autorretrato del propio pintor. Por encima de todo, esta obra es una suerte de autorretrato de la pintura misma, un análisis de su esencia y un magnético juego de espejos en el que el espectador se siente inevitablemente atrapado.

9

Los jugadores de cartas

PAUL CÉZANNE: 1656

Museo d’Orsay, París

En su último cuadro de la serie de cinco obras dedicadas al tema, Cézanne llega a la quintaesencia de su concepción estética: el predominio de la forma, la máxima economía del lenguaje, el fundamento geométrico del espacio, la continuidad del despliegue cromático. La última versión de Los jugadores de cartas es la síntesis de clasicidad y modernidad, así como una anticipación de las vanguardias que convertirán a Cézanne en una referencia máxima.

10

Guernica

PABLO PICASSO: 1937

Museo Reina Sofía, Madrid

En esta obra de grandes proporciones, pintada exclusivamente en blanco y negro, y en una amplia gama de grises, Picasso lleva a la revolución cubista a su más acabado desarrollo. La tradición de los “desastres de la guerra”, iniciada por Goya, desemboca en esta pintura violenta, hermética, llena de simbolismos. Su contenido trasciende el momento histórico en el que fue concebida para elevarse, con su pulsión trágica, a la categoría de universal.

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Publicado por
Rafael Argullol

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