Diez obras memorables para entender la poesía

Entre la estructura de la lírica moderna y la poesía de la antigüedad, la energía del silencio y la palabra siguen fluyendo aunque se dijera que después de Auschwitz la lírica era imposible. ¿Cómo elegir diez poemas entre la casi infinita secuencia de poemas que fundan algo a partir de lo fugaz, de lo sagrado o de la nada? De Píndaro a Rilke, de Garcilaso a Baudelaire, toda elección es un riesgo. Son, aquí, los diez poemas de una gran apuesta.

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La quête de Bronwyn

JUAN EDUARDO CIRLOT

(1971)

El bosque de la novela artúrica, donde ni un solo árbol es nunca descrito, alcanza aquí textura verbal: entramos en un universo hecho de aliteraciones (“Un ruido me ha dejado entre las ruinas” es el primer verso del poema) y de imágenes de absoluta irrealidad (“Castillos transparentes que no existen”). La errancia tropieza constantemente con la imposibilidad de conquistar el objeto de la búsqueda, de la quête: demasiadas son las dimensiones y los planos de realidad o irrealidad que compiten en ella. Con todo, el poema concluye con unos versos que producen una sensación de éxtasis alcanzada en la combinatoria de las palabras: alas, olas, almas.