El Beso de la muerte es la escultura más famosa del cementerio de Poblenou, donde los panteones y templetes neoclásicos y modernistas de la burguesía barcelonesa del siglo XIX y principios del XX compiten en opulencia y calidad artística. Ubicados en otro sector más moderno, también destacan los mausoleos y panteones de familias gitanas, igualmente lujosos, pero definitivamente alejados de la sobriedad de los primeros.
Hace unas semanas estuve en el cementerio de Poblenou por primera vez. Era un sábado por la tarde soleado y no había prácticamente nadie. Vivo, me refiero. Un puñado de turistas que buscaban, justamente, el Beso de la muerte y unos padres que trataban de hacer entender, con poco éxito, a sus hijos que el cementerio no es lugar para ir en bicicleta y patinete.
Pensé que, hoy en día, la mayoría de nosotros sólo va a los cementerios de vista cultural, como quien va a un museo: Père Lachaise, Arlington, cementerio judío de Praga, Chacarita… Esto quiere decir que ya no tenemos la necesidad de ir para sentirnos cerca de nuestros muertos. Para hacerles saber que nos acordamos de ellos y los queremos.
La mayoría de nosotros sólo va a los cementerios de visita cultural, como quien va a un museo: Père Lachaise, Arlington, cementerio judío de Praga, Chacarita… Esto quiere decir que ya no tenemos la necesidad de ir para sentirnos cerca de nuestros muertos
Quizá sea casualidad, pero, últimamente, he leído varios mensajes en Twitter de personas que se dirigen a sus difuntos a través de la red. Recuerdo, por ejemplo, el tuit de una chica que se despedía de su abuela, fallecida a 96 años, y le agradecía que, de niña, hubiera cuidado de ella. También el de un padre que escribía a su hijo adolescente en el aniversario de su muerte para decirle que, allí donde estuviera, supiera que él y su madre no lo olvidaban. A menudo, este tipo de mensajes van acompañados de una fotografía del fallecido: la abuelita soplando las velas de su último pastel de cumpleaños, el hijo sonriente aquel verano en que parecía que tenía toda la vida por delante…
Como usuario de Twitter, confieso que este tipo de mensajes me dan un poco de angustia. Tengo la sensación de que no me corresponde a mí leer unas palabras tan sentidas y, cuando lo hago, siento como que estoy espiando una conversación íntima y privada, aunque no lo sea para nada. Quien hace un tuit de este tipo tiene que saber perfectamente que lo leerán todos sus seguidores y que, si alguno de estos la comparte, vete tu a saber a cuánta gente más llegará.
Quizá sea casualidad, pero, últimamente, he leído varios mensajes en Twitter de personas que se dirigen a sus difuntos a través de la red
Cuando a mediados de los noventa aparecieron las redes sociales nadie imaginó que además de servirnos para hacer amigos, negocios o ligar también nos permitirían hablar con los muertos. De hecho, Facebook, Twitter o Instagram, a medida que pasan los años, también se están convirtiendo en inmensos cementerios.
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