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Retrato de Marcel Proust a los 21 años de edad, por el pintor Jacques Emile Blanche.

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Hacerse Proustiano: una conversación con Amadeu Cuito

“Estamos acostumbrados a leer novelas donde predomina la acción, pero en Proust es la descripción lo que sustituye la acción. Esto desconcierta. El motor de la acción es realmente la descripción y así ilumina las cosas con una nueva perspectiva”

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madeu Cuito, eminente proustiano, nació en Barcelona en una familia catalanista y liberal que vivió el exilio en Francia después de la guerra civil. Vive en Perpiñán y París, donde estudia derecho y economía. Después de Nueva York y Madrid, desde 1976 vive en Barcelona. Ha escrito El jardí sense temps, Contes d’un carrer estret y Memòries d’un somni. Preside la Societat d’Amics de Marcel Proust.

¿Por qué razón deberíamos leer a Proust en 2016?

Leer a Proust es abrir la puerta a un mundo irrepetible. Es la gran literatura y, desde un punto de vista que no es determinante en absoluto, hoy puede ser incompatible con el Twitter instantáneo porque Proust habla de un tiempo de larga duración, de la perennidad y a la vez de la capacidad destructiva del tiempo. Él afirmaba: “La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única por tanto realmente vivida, es la literatura”. Y es así en el siglo XX o bien en el siglo XXI. Ahora hay una cuestión de tempo. Tendrá tiempo para leer a Proust quien sienta la pasión de leer, de vivir la literatura. Y eso tiene permanencia, aunque En busca del tiempo perdido es una obra que debe leerse entera, trece volúmenes, con un inicio y un final. Tiene un pie y medio en el siglo XIX y en muchos aspectos está construida como las grandes novelas clásicas. Al contrario de lo que la gente piensa, tiene un argumento. Él habla de sus años inútiles hasta que no se concretó “la vocación invisible” de cuyo periodo En busca es su historia. Eso sí, el lector debe entender que Proust consigue que la descripción sea dinámica y que, por tanto, se convierta en la verdadera acción. Cuando lo comprendes, Proust es un territorio sin límites.

¿La lectura ‘online’, la inmediatez digital, ponen obstáculos a la lectura de Proust?

Es un problema pero no irresoluble si de verdad queremos entrar en el continente de la gran literatura. Ciertamente, el mundo de Proust existe por contraposición con la rapidez. Es, digamos, un sistema de descripciones aparentemente estáticas pero que ligan tramas muy diversas, personajes de identidades contradictorias, percepciones de toda naturaleza, constantes transiciones temporales. Todo enlazado por un artificio de simetrías y perfecciones. Y para leerlo se necesita tiempo. La razón básica de una obra de arte —como Proust— es el placer, el placer del espíritu. Es como Las mil y una noches con el tiempo inexorable —divinidad tutelar interpretada por el narrador— que al final revela los rostros carcomidos de los personajes. Aquí tenemos la novela como mundo invisible, por contraste con la novela-espejo, según Stendhal.

Amadeu
Cuito, en su
extraordinaria
biblioteca
dedicada a Marcel
Proust que contiene
ejemplares únicos
[Foto de Flaminia
Pelazzi]
¿Leerlo empezando por el principio y acabando por el final?

Como toda gran obra literaria, En busca del tiempo perdido tiene una primera lectura —la de juventud, tras la adolescencia— y luego vienen las lecturas hechas desde la madurez. La primera vez se debe leer del principio al final. Después llegamos a la relectura y ya no es imprescindible hacerlo de forma lineal. Con los personajes y temas en la memoria, puedes ir escogiendo y saboreando las partes que de entrada ya te llevaron a los paisajes secretos de Proust y descubres nuevas aproximaciones. Hay una filosofía del tiempo, el Proust con un sentido de la comicidad que no siempre se tiene en cuenta. Tenemos el análisis de los celos, la ambivalencia de las relaciones humanas, el poder de los nombres, la trascendencia del arte. Una verdad irrefutable es que se trata de una novela que interpela de inmediato, personalmente. Te hace conversar contigo mismo, aunque hable de una época que hoy nos parece muy lejana. Esto es irrelevante porque lo importante es que te llevará a conversar contigo mismo, desde Por el camino de Swann hasta El tiempo reencontrado. Y el incuestionable argumento de la novela es la vocación literaria del personaje central.

¿Cuál fue tu primer contacto con la obra de Proust?

Mi padre sabía francés con corrección y fue él quien se fue entusiasmando por la obra de Proust. Le gustaba mucho que yo le leyera en voz alta páginas de Proust, por mi acento parisino. Antes yo me lo tenía que leer para saber cómo respetar la puntuación, un recurso esencial en la prosa de Proust. Parecía un modo perfecto para odiar a Proust pero un día lo leí en solitario y lo he hecho hasta la fecha. Estaba en París y debía tener 17-18 años. La primera lectura es de aquella época. Hace muchos años que nada que tenga que ver con Proust me parece ajeno. Por eso escribí La biblioteca proustiana de Ferran Cuito, en homenaje a mi padre.

¿Cómo nos puede cambiar la vida Proust?

Tras la lectura de joven, viene la lectura de una persona que ya ha sufrido los mismos desengaños que todos. Es fundamental porque se necesita un grado de madurez para poder absorber totalmente la novela, cada tema, cada episodio, cada personaje. El otro día, un amigo mío, director de ópera, me habló de la muerte de su madre y pensé en volver a leer la parte de la muerte de la abuela en En busca, que es en el fondo la muerte de la madre. Reencontraba una escenificación extraordinaria. Entra y sale gente y cada personaje está dibujado con un toque inconfundible. No es casualidad que mi amigo tuviera la misma experiencia.

Ahora que es conocida la homosexualidad de Proust, ¿el hecho de que los amores de su protagonista sean masculinos convertidos en personajes femeninos mantiene la credibilidad?

Es una más de las complejidades de En busca. La vivió como se vivía en aquella época, como una simulación y una culpa, a diferencia de un André Gide reivindicativo. Pero los personajes femeninos son de un dibujo magnífico, intensamente inolvidable. La novela estaba hecha en 1913, ya prácticamente terminada, pero su publicación se interrumpe con la guerra y él rompe con su secretario —su amante—, que huye y muere en un accidente. Y eso a Proust le provoca un gran trauma, entonces escribe La fugitiva y después La prisionera. Va hacia atrás. Según Proust, no hay amor sin celos. Se inventa el personaje de Albertina y volver a introducirlo dentro de la novela desde el comienzo le obliga a reescribir casi toda la novela y dar entrada al personaje. En toda la primera parte, el alter ego del narrador es Swann, que tiene un affaire con la famosa Odette. Y, en la segunda parte, el alter ego es Charlus. Son las portentosas simetrías proustianas, de una obra construida de forma milimétrica, con un rigor constructivo y arquitectónico muy preciso. Son mil simetrías inigualables. Hay la parte de Guermantes y la parte de Swann, correspondencias comparables a la estructura de una catedral. En definitiva, la novela es composición. Y en el momento de componer En busca, tiene que luchar contra el tiempo y la enfermedad.

¿Cómo van y vienen los personajes de Proust?

En el origen de la novela está el Contra Sainte-Beuve. Es el verdadero embrión de En busca. Comienza con una primera parte de recuerdos y reminiscencias y sobre escribir cómo se debe escribir, según como él entiende la literatura. Después pasa, en forma de conversación, a rebatir las ideas del crítico Sainte-Beuve. Al fin y al cabo, ¿qué le permite realmente escribir una novela? Es el invento de este personaje equívoco que no se sabe quién es, no tiene nombre y tiene dos voces. Es decir, hay dos personajes: el yo que explica una serie de aventuras y junto a otro que es él mismo y que interviene de vez en cuando. Entonces las dos voces se disocian. Hay una voz que comenta, que saca conclusiones, que intenta elaborar leyes, que se equivoca, que vuelve hasta que al final llega a una conclusión sobre qué es realmente la obra de arte. Es decir, la clave de su vocación. Es decir, la clave de su vocación. Todo vuelve a empezar. En resumen: “La verdad no comienza hasta que el escritor tome dos objetos diferentes, establezca su relación y los ate con el vínculo indestructible de una alianza de palabras”. Sin ello no hay literatura. Y, a la vez, el mundo visible no es el mundo de verdad. Vivimos entre las olas de la memoria. Al fin y al cabo, solo la metáfora puede dar eternidad al estilo, decía Proust en uno de los últimos artículos.

¿Cómo interviene la teoría de la memoria?

Mi buen amigo el novelista Claude Simon, premio Nobel de literatura, decía que cuando lees la descripción de un cuerpo herido, no te cae la sangre encima. Si lees sobre un incendio, no te quemas. La palabra fuego no es el fuego. La astucia sutil y la gran virtud de Proust es que él sabe que las palabras son engañosas y que para descubrir la realidad que hay detrás de un objeto o de un sentimiento hay que proceder por la vía de la metáfora. Es algo bastante general de la época. Tocqueville escribe sobre la democracia americana y, de hecho, está escribiendo sobre la democracia europea o francesa. Así es como Proust entiende que las motivaciones de los seres humanos pueden producir efectos contrarios a los propósitos. Para reconstruir otra realidad, sabe — como insiste— que el mundo visible es inexistente. Para entenderlo tenemos que crear otro y es posible gracias al poder evocativo de la palabra. El narrador confronta el tiempo perdido, y regresan las reminiscencias fortuitas, involuntarias. La memoria involuntaria. Los recuerdos inconscientes, dice.

Proust no se interesó demasiado por la política… pero ¿en qué creía?

Recordemos que era judío, francés y, por tanto, estaba muy integrado como judío asimilado. Conoce la religión, pero no la ha vivido. Y ello le permite asimilarlo todo desde un punto de vista más alejado y crítico. Políticamente creo que era un hombre liberal. Toma partido a favor de Dreyfus, en el célebre caso que dividió a Francia. Tiene una idea de Francia pero nada chovinista. Incluso con la Gran Guerra, intenta no caer en el rechazo total de la civilización alemana, como hicieron otros. Por ello, algunos consideraron que Proust no era muy francés, probablemente por un cierto antisemitismo entre comillas.

¿Cómo es la mirada de Proust, cómo ve a sus personajes?

Es despiadado. Es directo. Realista. Algunos personajes son crueles, pero la crueldad que puede resultar de algunas descripciones sobre la sociedad francesa siempre queda equilibrada por la parte positiva. Despiadado, sí. La decadencia del último volumen es el paso inexorable del tiempo que lo destruye todo. En el baile final de los Guermantes, abre la puerta y se encuentra con el resultado devastador del paso del tiempo.

Desde el punto de vista de la religión, su religión es el arte.

Se ha dicho que era un místico. Creo que no era religioso, ni católico ni judío pero conocía bien las religiones. Es lector de Pascal, de la Biblia. Pero su vida es el arte y la salvación es escribir y crear una obra de arte, que es lo único que puede luchar contra el tiempo porque al final perdurará.

¿Cuándo decide Proust ser escritor?

Cuando es joven ya tiene la vocación de escribir. Él va buscando su camino y en el fondo toda su vida busca este camino, lo busca a través de los autores que lee y los críticos. Intenta hacer crítica literaria, escribe los pastiches y la novela Jean Santeuil, que es una versión primigenia y muy incompleta de En busca. ¿Era un snob? Vive en una época en la que hay un giro de la sociedad, desaparece la aristocracia y entran en escena los burgueses, otra gran simetría proustiana que culmina cuando el narrador vuelve a París, después de una estancia en un centro de salud. La princesa de Guermantes le invita a su salón. Allí encuentra de nuevo a los personajes de En busca. Arribismos y decadencias, el paso del tiempo lo deshace todo.

Es un ‘voyeur.

Proust es un voyeur. Volvemos a las dos voces, disociadas: Marcel y el yo narrador, un voyeur que en la obra no se presenta y no se sabe quién es. Es un personaje equívoco que tiene una extraordinaria capacidad de análisis de las personas y las situaciones sociales, y lo analiza con una gran agudeza. Es un voyeur no tan solo de escenas pecaminosas, sino también de la sociedad. Lo mira todo con lupa y su resultado es la gran literatura.

Hay un momento entre ‘Jean Santeuil’ y ‘En busca’ en el que Proust alcanza un conocimiento especial de la naturaleza humana…

El joven Marcel Proust se guía en las tinieblas y va buscando el camino. Creo que Proust es Proust cuando hace el invento del personaje del narrador. El narrador —dice— que relata y dice yo. El narrador que dice yo y no siempre soy yo. Cuando encuentra el narrador encuentra la clave para escribir una novela. Es la solución que le permite entrar y construir la novela. Y, según creo, se produce cuando termina Jean Santeuil y se da cuenta de que no le funciona. Necesitaba descubrir el tono y la estructura. Proust encuentra el tono cuando es consciente de que puede existir el segundo narrador. Y, entonces, estas dos voces dirigen toda la novela.

¿Si leemos ‘En busca del tiempo perdido’, encontramos claves para entender el mundo actual?

Proust es actual porque cuando hace una crítica de la sociedad y de sus cambios resulta que estos cambios están pensados en una dirección pero a menudo producen otros, en un sentido que incluso puede ser contrario. Es una lección inalterable de la obra de Proust, para el siglo pasado y para el siglo actual. El tiempo perdido, el tiempo reencontrado. Cuando lees Proust y ves cómo una clase social desaparece y aparece otra, ¿no es el retrato indirecto de una sociedad como la nuestra?

Retrato de Marcel Proust a los 21 años de edad, por el pintor Jacques Emile Blanche.

Hacerse Proustiano: una conversación con Amadeu Cuito

“Estamos acostumbrados a leer novelas donde predomina la acción, pero en Proust es la descripción lo que sustituye la acción. Esto desconcierta. El motor de la acción es realmente la descripción y así ilumina las cosas con una nueva perspectiva”

[dropcap letter=”A”]

madeu Cuito, eminente proustiano, nació en Barcelona en una familia catalanista y liberal que vivió el exilio en Francia después de la guerra civil. Vive en Perpiñán y París, donde estudia derecho y economía. Después de Nueva York y Madrid, desde 1976 vive en Barcelona. Ha escrito El jardí sense temps, Contes d’un carrer estret y Memòries d’un somni. Preside la Societat d’Amics de Marcel Proust.

¿Por qué razón deberíamos leer a Proust en 2016?

Leer a Proust es abrir la puerta a un mundo irrepetible. Es la gran literatura y, desde un punto de vista que no es determinante en absoluto, hoy puede ser incompatible con el Twitter instantáneo porque Proust habla de un tiempo de larga duración, de la perennidad y a la vez de la capacidad destructiva del tiempo. Él afirmaba: “La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única por tanto realmente vivida, es la literatura”. Y es así en el siglo XX o bien en el siglo XXI. Ahora hay una cuestión de tempo. Tendrá tiempo para leer a Proust quien sienta la pasión de leer, de vivir la literatura. Y eso tiene permanencia, aunque En busca del tiempo perdido es una obra que debe leerse entera, trece volúmenes, con un inicio y un final. Tiene un pie y medio en el siglo XIX y en muchos aspectos está construida como las grandes novelas clásicas. Al contrario de lo que la gente piensa, tiene un argumento. Él habla de sus años inútiles hasta que no se concretó “la vocación invisible” de cuyo periodo En busca es su historia. Eso sí, el lector debe entender que Proust consigue que la descripción sea dinámica y que, por tanto, se convierta en la verdadera acción. Cuando lo comprendes, Proust es un territorio sin límites.

¿La lectura ‘online’, la inmediatez digital, ponen obstáculos a la lectura de Proust?

Es un problema pero no irresoluble si de verdad queremos entrar en el continente de la gran literatura. Ciertamente, el mundo de Proust existe por contraposición con la rapidez. Es, digamos, un sistema de descripciones aparentemente estáticas pero que ligan tramas muy diversas, personajes de identidades contradictorias, percepciones de toda naturaleza, constantes transiciones temporales. Todo enlazado por un artificio de simetrías y perfecciones. Y para leerlo se necesita tiempo. La razón básica de una obra de arte —como Proust— es el placer, el placer del espíritu. Es como Las mil y una noches con el tiempo inexorable —divinidad tutelar interpretada por el narrador— que al final revela los rostros carcomidos de los personajes. Aquí tenemos la novela como mundo invisible, por contraste con la novela-espejo, según Stendhal.

Amadeu
Cuito, en su
extraordinaria
biblioteca
dedicada a Marcel
Proust que contiene
ejemplares únicos
[Foto de Flaminia
Pelazzi]
¿Leerlo empezando por el principio y acabando por el final?

Como toda gran obra literaria, En busca del tiempo perdido tiene una primera lectura —la de juventud, tras la adolescencia— y luego vienen las lecturas hechas desde la madurez. La primera vez se debe leer del principio al final. Después llegamos a la relectura y ya no es imprescindible hacerlo de forma lineal. Con los personajes y temas en la memoria, puedes ir escogiendo y saboreando las partes que de entrada ya te llevaron a los paisajes secretos de Proust y descubres nuevas aproximaciones. Hay una filosofía del tiempo, el Proust con un sentido de la comicidad que no siempre se tiene en cuenta. Tenemos el análisis de los celos, la ambivalencia de las relaciones humanas, el poder de los nombres, la trascendencia del arte. Una verdad irrefutable es que se trata de una novela que interpela de inmediato, personalmente. Te hace conversar contigo mismo, aunque hable de una época que hoy nos parece muy lejana. Esto es irrelevante porque lo importante es que te llevará a conversar contigo mismo, desde Por el camino de Swann hasta El tiempo reencontrado. Y el incuestionable argumento de la novela es la vocación literaria del personaje central.

¿Cuál fue tu primer contacto con la obra de Proust?

Mi padre sabía francés con corrección y fue él quien se fue entusiasmando por la obra de Proust. Le gustaba mucho que yo le leyera en voz alta páginas de Proust, por mi acento parisino. Antes yo me lo tenía que leer para saber cómo respetar la puntuación, un recurso esencial en la prosa de Proust. Parecía un modo perfecto para odiar a Proust pero un día lo leí en solitario y lo he hecho hasta la fecha. Estaba en París y debía tener 17-18 años. La primera lectura es de aquella época. Hace muchos años que nada que tenga que ver con Proust me parece ajeno. Por eso escribí La biblioteca proustiana de Ferran Cuito, en homenaje a mi padre.

¿Cómo nos puede cambiar la vida Proust?

Tras la lectura de joven, viene la lectura de una persona que ya ha sufrido los mismos desengaños que todos. Es fundamental porque se necesita un grado de madurez para poder absorber totalmente la novela, cada tema, cada episodio, cada personaje. El otro día, un amigo mío, director de ópera, me habló de la muerte de su madre y pensé en volver a leer la parte de la muerte de la abuela en En busca, que es en el fondo la muerte de la madre. Reencontraba una escenificación extraordinaria. Entra y sale gente y cada personaje está dibujado con un toque inconfundible. No es casualidad que mi amigo tuviera la misma experiencia.

Ahora que es conocida la homosexualidad de Proust, ¿el hecho de que los amores de su protagonista sean masculinos convertidos en personajes femeninos mantiene la credibilidad?

Es una más de las complejidades de En busca. La vivió como se vivía en aquella época, como una simulación y una culpa, a diferencia de un André Gide reivindicativo. Pero los personajes femeninos son de un dibujo magnífico, intensamente inolvidable. La novela estaba hecha en 1913, ya prácticamente terminada, pero su publicación se interrumpe con la guerra y él rompe con su secretario —su amante—, que huye y muere en un accidente. Y eso a Proust le provoca un gran trauma, entonces escribe La fugitiva y después La prisionera. Va hacia atrás. Según Proust, no hay amor sin celos. Se inventa el personaje de Albertina y volver a introducirlo dentro de la novela desde el comienzo le obliga a reescribir casi toda la novela y dar entrada al personaje. En toda la primera parte, el alter ego del narrador es Swann, que tiene un affaire con la famosa Odette. Y, en la segunda parte, el alter ego es Charlus. Son las portentosas simetrías proustianas, de una obra construida de forma milimétrica, con un rigor constructivo y arquitectónico muy preciso. Son mil simetrías inigualables. Hay la parte de Guermantes y la parte de Swann, correspondencias comparables a la estructura de una catedral. En definitiva, la novela es composición. Y en el momento de componer En busca, tiene que luchar contra el tiempo y la enfermedad.

¿Cómo van y vienen los personajes de Proust?

En el origen de la novela está el Contra Sainte-Beuve. Es el verdadero embrión de En busca. Comienza con una primera parte de recuerdos y reminiscencias y sobre escribir cómo se debe escribir, según como él entiende la literatura. Después pasa, en forma de conversación, a rebatir las ideas del crítico Sainte-Beuve. Al fin y al cabo, ¿qué le permite realmente escribir una novela? Es el invento de este personaje equívoco que no se sabe quién es, no tiene nombre y tiene dos voces. Es decir, hay dos personajes: el yo que explica una serie de aventuras y junto a otro que es él mismo y que interviene de vez en cuando. Entonces las dos voces se disocian. Hay una voz que comenta, que saca conclusiones, que intenta elaborar leyes, que se equivoca, que vuelve hasta que al final llega a una conclusión sobre qué es realmente la obra de arte. Es decir, la clave de su vocación. Es decir, la clave de su vocación. Todo vuelve a empezar. En resumen: “La verdad no comienza hasta que el escritor tome dos objetos diferentes, establezca su relación y los ate con el vínculo indestructible de una alianza de palabras”. Sin ello no hay literatura. Y, a la vez, el mundo visible no es el mundo de verdad. Vivimos entre las olas de la memoria. Al fin y al cabo, solo la metáfora puede dar eternidad al estilo, decía Proust en uno de los últimos artículos.

¿Cómo interviene la teoría de la memoria?

Mi buen amigo el novelista Claude Simon, premio Nobel de literatura, decía que cuando lees la descripción de un cuerpo herido, no te cae la sangre encima. Si lees sobre un incendio, no te quemas. La palabra fuego no es el fuego. La astucia sutil y la gran virtud de Proust es que él sabe que las palabras son engañosas y que para descubrir la realidad que hay detrás de un objeto o de un sentimiento hay que proceder por la vía de la metáfora. Es algo bastante general de la época. Tocqueville escribe sobre la democracia americana y, de hecho, está escribiendo sobre la democracia europea o francesa. Así es como Proust entiende que las motivaciones de los seres humanos pueden producir efectos contrarios a los propósitos. Para reconstruir otra realidad, sabe — como insiste— que el mundo visible es inexistente. Para entenderlo tenemos que crear otro y es posible gracias al poder evocativo de la palabra. El narrador confronta el tiempo perdido, y regresan las reminiscencias fortuitas, involuntarias. La memoria involuntaria. Los recuerdos inconscientes, dice.

Proust no se interesó demasiado por la política… pero ¿en qué creía?

Recordemos que era judío, francés y, por tanto, estaba muy integrado como judío asimilado. Conoce la religión, pero no la ha vivido. Y ello le permite asimilarlo todo desde un punto de vista más alejado y crítico. Políticamente creo que era un hombre liberal. Toma partido a favor de Dreyfus, en el célebre caso que dividió a Francia. Tiene una idea de Francia pero nada chovinista. Incluso con la Gran Guerra, intenta no caer en el rechazo total de la civilización alemana, como hicieron otros. Por ello, algunos consideraron que Proust no era muy francés, probablemente por un cierto antisemitismo entre comillas.

¿Cómo es la mirada de Proust, cómo ve a sus personajes?

Es despiadado. Es directo. Realista. Algunos personajes son crueles, pero la crueldad que puede resultar de algunas descripciones sobre la sociedad francesa siempre queda equilibrada por la parte positiva. Despiadado, sí. La decadencia del último volumen es el paso inexorable del tiempo que lo destruye todo. En el baile final de los Guermantes, abre la puerta y se encuentra con el resultado devastador del paso del tiempo.

Desde el punto de vista de la religión, su religión es el arte.

Se ha dicho que era un místico. Creo que no era religioso, ni católico ni judío pero conocía bien las religiones. Es lector de Pascal, de la Biblia. Pero su vida es el arte y la salvación es escribir y crear una obra de arte, que es lo único que puede luchar contra el tiempo porque al final perdurará.

¿Cuándo decide Proust ser escritor?

Cuando es joven ya tiene la vocación de escribir. Él va buscando su camino y en el fondo toda su vida busca este camino, lo busca a través de los autores que lee y los críticos. Intenta hacer crítica literaria, escribe los pastiches y la novela Jean Santeuil, que es una versión primigenia y muy incompleta de En busca. ¿Era un snob? Vive en una época en la que hay un giro de la sociedad, desaparece la aristocracia y entran en escena los burgueses, otra gran simetría proustiana que culmina cuando el narrador vuelve a París, después de una estancia en un centro de salud. La princesa de Guermantes le invita a su salón. Allí encuentra de nuevo a los personajes de En busca. Arribismos y decadencias, el paso del tiempo lo deshace todo.

Es un ‘voyeur.

Proust es un voyeur. Volvemos a las dos voces, disociadas: Marcel y el yo narrador, un voyeur que en la obra no se presenta y no se sabe quién es. Es un personaje equívoco que tiene una extraordinaria capacidad de análisis de las personas y las situaciones sociales, y lo analiza con una gran agudeza. Es un voyeur no tan solo de escenas pecaminosas, sino también de la sociedad. Lo mira todo con lupa y su resultado es la gran literatura.

Hay un momento entre ‘Jean Santeuil’ y ‘En busca’ en el que Proust alcanza un conocimiento especial de la naturaleza humana…

El joven Marcel Proust se guía en las tinieblas y va buscando el camino. Creo que Proust es Proust cuando hace el invento del personaje del narrador. El narrador —dice— que relata y dice yo. El narrador que dice yo y no siempre soy yo. Cuando encuentra el narrador encuentra la clave para escribir una novela. Es la solución que le permite entrar y construir la novela. Y, según creo, se produce cuando termina Jean Santeuil y se da cuenta de que no le funciona. Necesitaba descubrir el tono y la estructura. Proust encuentra el tono cuando es consciente de que puede existir el segundo narrador. Y, entonces, estas dos voces dirigen toda la novela.

¿Si leemos ‘En busca del tiempo perdido’, encontramos claves para entender el mundo actual?

Proust es actual porque cuando hace una crítica de la sociedad y de sus cambios resulta que estos cambios están pensados en una dirección pero a menudo producen otros, en un sentido que incluso puede ser contrario. Es una lección inalterable de la obra de Proust, para el siglo pasado y para el siglo actual. El tiempo perdido, el tiempo reencontrado. Cuando lees Proust y ves cómo una clase social desaparece y aparece otra, ¿no es el retrato indirecto de una sociedad como la nuestra?