Interior de Nuara, en el Balcó Gastronòmic.
El Balcó Gastronòmic y sus inquilinos se preparan para vivir su primer verano. Poco pisado aún por la mayoría de barceloneses, con la antigua y conflictiva imagen del Port Olímpic aún en la memoria, los restaurantes de este nuevo espacio gastronómico en la ciudad llevan meses de prueba y error, corrigiendo lo que no funciona y perfeccionando lo que sí, a la espera de que las vacaciones y el sol les conviertan en la gran sorpresa de la temporada. Si puede ser, no solo para los turistas, con los locales también atreviéndose a hacérselo suyo. Es el caso de Nuara, el séptimo local de la familia de restauradores detrás de Ca la Nuri.
La última incorporación a Familia Nuri se planteó el año pasado con el final de la concesión de su primer establecimiento, ubicado a pie de playa, en el Somorrostro, justo delante del Hospital del Mar, tal y como explica Ricard Noguera, de la segunda generación. Sin saber si la podrían renovar por diez años más o no, les llegó la posibilidad de formar parte del Balcó Gastronòmic, no demasiado lejos de Ca la Nuri y, además, con la ventaja de que aquí los contratos se alargan durante más tiempo (16 años). Nuara se ha acabado sumando así a una lista formada por Ca la Nuri, la primera apuesta playera de la empresa; Xiroi, en el paseo marítimo de la Nova Icària; Arrozal, en la ZAL del Puerto de Barcelona; Bar Nuri, en la Rambla del Poblenou, y el local que tienen en el Time Out Market. “Todo lo tenemos cerca. Puedo ir caminando a todos”, resume Ricard.
No era la primera vez, pero Noguera se volvió a liar la manta a la cabeza y se puso manos a la obra con el que es hasta ahora su proyecto más ambicioso. Con una superficie de 800 metros cuadrados (repartidos entre más de 500 metros cuadrados en el interior y casi 300 metros cuadrados de terraza), se ha convertido en el restaurante más grande que jamás han tenido en la familia, que ha supuesto una inversión dos millones de euros. “Confiamos en el boca a boca”, sostiene el restaurador, consciente de que la ubicación es aún una gran desconocida, más después de que la Copa del América no sirviese demasiado para popularizarla. No ayuda tampoco que hayan quedado locales vacíos. “Nos retrasará. Es como cuando vas a un centro comercial y hay tiendas cerradas”, asegura, preocupado por las dimensiones de los espacios que quedan pendientes de llenar en el Balcó Gastronòmic, gestionado por la empresa municipal B:SM, puesto que señala que no hay tantas compañías que puedan ponerse al frente.
Abierto desde finales de diciembre, los primeros meses de actividad en Nuara han ido midiendo la demanda, pero también han tenido que tener paciencia para acabar de encontrar el equipo, uno de los principales retos del sector. “Si pagas bien, la gente viene”, remarca el restaurador. Una decoración calmada da la bienvenida a un local sin demasiadas mesas, con la cocina a la vista y el producto fresco paseándose en una gran bandeja para que lo escojan los comensales. “Buscamos dar un toque de más calidad y tranquilidad”, explica el gerente, a quien no le gusta que se le etiquete como grupo de restauración. Hay hasta un reservado en el interior de Nuara.
El ticket medio sube en comparación con el resto de locales y se sitúa entre los 60 y los 80 euros, frente a los 50 euros de Ca la Nuri, los 30 euros de Xiroi y los 20 euros de Bar Núria. El pescado salvaje y la carne madurada, pasados por la brasa, son los grandes protagonistas de Nuara, en una carta donde no pueden faltar los clásicos de la familia, los arroces, desde uno caldoso de bogavante para el que hay que armarse con pinzas hasta otros de gamba roja o de lomo bajo de vaca a la brasa. “A veces hemos intentado cambiar la carta, pero la gente siempre nos pide la paella”, señala Ricard. Pero también hay espacio para la innovación, con puerros escabechados con meunière de setas, avellanas y brotes. Todo esto, acompañado por una inmensa carta de vinos, consultada vía tablet para conocer hasta el último detalle de cada botella. Sin olvidar los postres, con sorpresas como la pavlova de fresas.
Una historia de más de 60 años
Toda esta tradición empezó con Nuri y Jordi, los padres de Ricard. Vinieron de Manresa y se instalaron en el Poblenou, donde abrieron en 1962 el Bar Núria, en la calle Espronceda. Sin ningún tipo de formación y con tan solo 24 años, Nuri se puso a cocinar y su marido a atender a los clientes. Su hijo no se cansa de repetir que se pasaron 14 años sin hacer fiesta, solo con el día de Navidad cerrando a las tres del mediodía.
Pero la cocina de carbón no le sentaba bien a la madre, que acabó con asma, y se mudaron al Eixample, donde abrieron una cafetería, el Salamero, en la calle Aragó. Cerca de la Basílica de la Purísima Concepción y una clínica, los clientes vinieron fácilmente y la primera generación de la saga empezó a saborear una vida más tranquila, sin fogones y solo teniéndose que preocupar por los bocatas.
Acabó llegando la moda de las cafeterías y la cosa se complicó, viendo que los competidores se multiplicaban por el barrio. Con todos los hermanos acostumbrados desde bien pequeños a ayudar en el negocio familiar, Ricard se buscó la vida y se puso a vender muebles. A pesar de estar por otras cosas, les propuso a sus padres que ofrecieran pescado frito y tapas marineras en el bar. Corría la década de los 90 y así nació Ca la Nuri, donde pronto llegaron las colas y empezaron a servirse paellas y fideuás. El bar que antes había sido cafetería se les quedó pequeño y buscaron otro, no muy lejos, en Consell de Cent. La mudanza se hizo en un puente de la Purísima y abrió Ca la Nuri Eixample, que actualmente se llama Terra Ca la Nuri y está fuera del perímetro de Familia Nuri, en manos del hermano de Ricard, Jordi.
Ricard seguía viviendo en el Poblenou donde había nacido y, paseando por el paseo marítimo, vio un local de copas en traspaso. Aquí se inaugura Ca la Nuri en 2003. La madre se fue para la playa y el padre se quedó en el Eixample. Hasta que ambos se jubilaron y dejaron el negocio a la segunda generación, con Ricard y Jordi siguiendo diferentes caminos: el primero apostando por hacer crecer la empresa, con una plantilla actual de 180 trabajadores, mientras que el segundo se ha concentrado en un único local. “Espero que de aquí a 10 años continúen mis hijos, Laura y David”, dice Ricard, de 63 años. A la espera de la prueba de fuego de Nuara este verano, el gerente de Familia Nuri no cree que vayan a crecer con más locales próximamente, pensando ahora más en asentar una oferta que se está acelerando.
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