Tras meses de espera, el Teatre Grec encendió su encanto divino el pasado 26 de junio con 'Le Petit Cirque', un estreno mundial concebido por Pomme junto a Marie y Yoann Bourgeois. La nueva era del festival, capitaneada por Leticia Martín, se dirigía claramente a provocar un relámpago escénico. Una obra poética y amable, de revoluciones bajas, que dejaba el listón alto tanto para el festival como para la propia compañía.
Estrena del Festival Grec con el espectáculo 'Le Petit Cirque'.
Aunque (según parece) el espectáculo no sacudió el mundo teatral, a mí sí me sacudió. Me podría haber sacudido un poco más si la música (que es el centro, y no el circo) hubiera sido algo más que Bonita: si hubiera sido un poco más épica, con algún capítulo de ritmo más acelerado, de acción musical y escenográfica más trepidante y menos de cristal frágil. Pero el resultado me pareció emotivo, perfeccionista, sensible y estético. En el escenario se desplegó un delicado y lúcido tributo a la naturaleza y al paso del tiempo.
Con un lenguaje sin palabras (circo, danza y canción en directo), el montaje se desarrolla en una pista giratoria central, rodeada de poesía visual. La cantautora Pomme, con gorro de marinero y un aire retro que evoca a Jane Birkin (y esa voz característicamente sensual, susurrante, de las cantantes francesas), cantó y narró el ciclo vital a través de su álbum Saisons. Acompañada de un cuarteto de cuerda vestido como hadas, tejió estaciones que se convertían en escenas delicadas: desde el nacimiento (representado por un huevo luminoso y confeti) hasta paisajes acuáticos y planetarios de luces redondas.
El circo contemporáneo de Yoann y Marie tiene una huella poética que ya conocemos de Minuit (2018) o Celui qui tombe (2023), pero aquí la energía transgresora dio paso a un ritmo pausado y contemplativo. Discrepo de las críticas que limitan el espectáculo a un “montaje precioso y sencillo”. Entiendo la saturación, pero, siendo justos, los detalles están cuidados al extremo, y ya me gustaría que todas las obras del Grec estuvieran tan minuciosamente estudiadas. Algunas imágenes (la superposición de proyecciones, el cuerpo flotante de las acróbatas y las esferas luminosas que evocaban planetas) alcanzaron momentos de gran belleza. Ya lo he dicho: solo eché en falta épica, entre tanta lírica.
Si la intención era ofrecer una velada agradable y familiar, la propuesta dio en el clavo. Los más pequeños (y también aquellos adultos que hayan renunciado al capitán Garfio y aún recuerden la inocencia infantil) conectaron con ella, seducidos por el ritmo suave y la poética clara. El espíritu veraniego se hizo presente en cada verso de Pomme (“Todo recomienza, todo sobrevivirá”), una idea central del montaje y de la propia inauguración.
Leticia Martín, en su primera cita más allá del Liceu, celebró un ambiente distendido, con cava y coca en los jardines superiores, una noche que abrió las puertas a siete semanas de descubrimiento escénico. Y es cierto: fue exactamente eso, una fiesta amable, un preludio que no fue un gran vuelco al corazón, pero sí una caricia a las constantes vitales. En mi opinión, el espectáculo confirmó que el Grec puede encontrar su lugar ideal entre la experiencia y la sublimación artística. Sin ser una revolución, tampoco tiene complejos: parte del sentido común y del equilibrio, y no quiere más de lo que puede ofrecer. Es fresca y veraniega, como pedía el momento inaugural. ¿Una culminación de la performance escénica? No. ¿Una cena al aire libre? Sí. Y en ocasiones, la oportunidad de saborear la belleza sin prisas es mejor que el trueno inesperado.
Los grandes momentos: la aparición del cuerpo de luz, el ritmo pausado de la pista giratoria, el final con luces planetarias. Lo que le falta: un vértigo dramático y una tensión escénica más intensa. Pero quizá esa no era la intención: quizá se trataba de celebrar el inicio, no de temblar.
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