Foto de Sharon McCutcheon

Respira. Respira. Respira. Biografía de tres amigos

En Rishikesh, apoyado en el alféizar de una azotea desde donde podía observar la vida tendida sobre la luz labrada, escuchaba al orador hablar de los tres amigos que nos acompañan a lo largo de una vida: las personas, el dinero y la respiración. Sólo el tercero de los amigos que nos custodia también se desvanece con nosotros: el aliento, la respiración.

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l final de la época seca, el Ganges, a su paso por Rishikesh, conserva un color azul vitral que despierta las ganas de apedrearlo. Las primeras lluvias no tardarán en hacerse notar. Tampoco el transmutar de las tardes, que saltarán de un cielo a otro hasta la hora de los escarabajos y acabarán capitulando en la puesta de sol. Apoyado en el alféizar de una azotea desde donde podía observar la vida tendida sobre la luz labrada, escuchaba al orador hablar de los tres amigos que nos acompañan a lo largo de una vida: las personas, el dinero y la respiración. Las personas, dice, nos ven nacer y crecer. Nos hacemos compañía unos a otros. Pero al morir partimos y la comitiva se queda. Para referirse al segundo de los amigos, el dinero, utiliza el mismo símil: lo necesitamos hasta que nos llega la hora, entonces el muerto se va y el dinero se queda. Sólo el tercero de los amigos que nos custodia también se desvanece con nosotros: el aliento, la respiración.

La tensión ejerce tal dominancia sobre nuestro comportamiento que limitamos, de forma perpetua, el bienestar

Hace dos millones de años los primeros expedicionarios de largo recorrido de la historia de la humanidad hacían las maletas y abandonaban la cuna de África Oriental para desplazarse al norte del mismo continente y a las actuales Europa y Asia. Los Sapiens empezábamos a soñar con nosotros mismos. Nos preparábamos para un futuro incierto. Una expansión que buscaba incrementar el bienestar, que iniciamos en solitario y que, insaciables, seguimos empeñados en completar de la misma manera. Durante este proceso no hemos evitado la destrucción del planeta ni el exterminio de decenas de especies animales, entre ellas, la de los humanos que no eran como nosotros. Ha sido y sigue siendo la consecuencia de querer ejercer control sobre lo que nos rodea, sobre todo, control sobre dos de los tres amigos: las personas y el dinero. Esta conducta nos ha llevado a temer por la propia existencia. En todo momento sentimos peligro. La tensión ejerce tal dominancia sobre nuestro comportamiento que limitamos, de forma perpetua, el bienestar.

Con la voluntad de aportar esperanza a través de ese método tan propio, que consiste en abandonarte en medio de un túnel y, poco a poco, acompañarte hasta la luz, Zygmunt Bauman defendía que se está produciendo un retorno a lo éramos hace dos millones de años, justo momentos antes de que se iniciara la larga travesía (Retrotopía, ed. Paidós). Hasta la fecha ha quedado justificado el bienestar como un derecho. Seguramente veníamos de épocas demasiado convulsas para probar otras maneras. Pero empezamos a percibir que el concepto ha sido un parche, y los parches tarde o temprano hacen aguas.

De nuevo estamos ante un futuro incierto, en que las generaciones más jóvenes abordan un más que posible escenario que empeorará las condiciones del bienestar. Evitarlo pasa por renunciar al progreso tal como lo venimos entendiendo hasta ahora

Berta Roig, en el artículo La clase media pierde poder (The New Barcelona post, 13 de marzo de 2018), apuntaba las secuelas de la última crisis económica: excesivas en número y, en muchos casos, insalvables. De nuevo estamos ante un futuro incierto, en que las generaciones más jóvenes abordan un más que posible escenario que empeorará las condiciones del bienestar. Evitarlo pasa por renunciar al progreso tal como lo venimos entendiendo hasta ahora. Las fórmulas del avance científico y tecnológico deberán ser reemplazadas por otras que no estén pensadas para la evolución, sino considerando estadios cercanos al de los orígenes: reducir la competitividad, reducir las expectativas y dejar caer el consumismo. Un reto mayúsculo que tiene como objetivo superar una época. Una época marcada por la educación de hasta cinco sentidos, con los que hemos aprendido a percibir el mundo exterior, el mundo de los otros; porque de la misma manera que observamos y juzgamos a los demás, sabemos que ellos también nos observan y nos juzgan a nosotros. Esto nos ha llevado a ser tal como pensamos que nos perciben desde fuera. Poseemos y tenemos miedo a perder.

Una persona podría soportar unas tres semanas sin comida y unos tres días sin agua. Pero difícilmente llegaría a los tres minutos sin respirar. Comemos unas tres veces al día y respiramos veintitrés mil

Pablo d’Ors afirma que el hombre y la mujer comienzan a vivir en la medida en que dejan de soñar con ellos mismos y desarrollan la conciencia. La conciencia es comprender la interdependencia entre los humanos y el planeta (o el universo). Y para alcanzar la conciencia es imprescindible sintonizar con nuestro interior a través de la respiración.

Una persona podría soportar unas tres semanas sin comida y unos tres días sin agua. Pero difícilmente llegaría a los tres minutos sin respirar. Comemos unas tres veces al día y respiramos veintitrés mil. Y, sin embargo, cuando no nos encontramos bien, el sistema de bienestar nos receta atención a la dieta en vez de atender a la respiración. Este ha sido el modelo hasta ahora: no temas enfermar, el bienestar -las personas y el dinero- te curarán. Por el contrario, la nueva manera de procurar bienestar no pasa por la seguridad de saber que tienes un hospital a cada rincón. La nueva manera de bienestar pasa por atender a la respiración, de la que se deriva la cantidad y la calidad de la energía vital, y a descubrirse y aceptarse a uno mismo.

La principal dificultad que encontraremos para encarar este camino será aceptar que mejor es rendirse. Abandonar la creencia de que el bienestar son las respuestas a las preguntas de la ciencia y del progreso. No es cierto, porque no son ni serán nunca mejor que las respuestas del corazón.