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Genética y microbios, el estallido de lo pequeño

Empezamos a interiorizar que es posible ser reparados, curados o mejorar nuestra genética. La bomba de la genética establece con precisión que el cosmos que anhela descubrir está dentro de nosotros y no en los confines del espacio. Esto representa un salto hacia el interior, hacia lo pequeño, que permite advertir que, si nosotros estamos preocupados por el futuro, nuestros hijos estarán preocupados por el futuro del futuro.

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odas las civilizaciones, desde los egipcios hasta nuestros días, han sido siempre más interesadas en realizar grandes actuaciones que puedan ser apreciadas por todos sus súbditos que para aquellas que no pueden ser fácilmente observables y admiradas. Las pirámides, los templos cristianos, el Coliseo, los panteones romanos o el panteón francés, las grandes obras arquitectónicas de la Europa industrial o las exposiciones universales revelan la secreta inclinación de los hombres ante las grandes realizaciones humanas. Muchas de estas construcciones han tenido como propósito doblegar la voluntad humana a fuerzas misteriosas para proteger sus vidas, como en el antiguo Egipto o la Europa de la Edad Media. Otras han sido erigidas para mostrar el poder de un país, como el parque creado en 1939, icono de la explosión de los éxitos de la economía de la URSS, hoy llamado Centro Panruso de Exposiciones, donde el visitante podrá contemplar una gigantesca lanzadera de cohetes y asustarse, como si fuera Charlton Heston en El planeta de los simios, ante la perspectiva de que puedan volver las condiciones políticas de una nueva guerra fría.

La fascinación ante lo grande, ante lo que reduce al hombre a la escala de un punto sobre un mapa, tiene en la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki las representaciones culminantes de estas monumentales escenografías humanas. La bomba atómica se ha convertido en un icono estético del horror de los límites que no deben sobrepasar las realizaciones de los hombres. La conquista del espacio en sus naves espaciales y la inmensa oscuridad que las rodea son otra imagen que vincula el espíritu humano a estar más interesado en mirar por un telescopio que por un microscopio. Las fuerzas que dominaron el final del siglo XIX y el siglo XX han sido más concentradas en indagar en lo grande que en lo pequeño; energías puestas al servicio de grandes guerras, genocidios o desastres nucleares como el de Chernobyl. Tiene más efecto en nuestra psique el tsunami de Indonesia o el terremoto de México que los miles de muertos por el VIH / sida. Las magnitudes inmensas dejan un rastro profundo en la memoria, mientras que las pequeñas o individuales son olvidadas o simplemente ignoradas. Esta tendencia por la fascinación por lo grande en la que ha estado sumida la cultura occidental en el siglo XX ha comenzado a cambiar en el siglo XXI, donde los esfuerzos humanos se están concentrando en pequeñas grandes cosas, como la genética o los microbios.

En su fascinante libro El Gen, una historia personal, el divulgador Siddhartha Mukherjee nos pone sobre la pista de una aventura humana que se remonta desde finales del siglo XIX, y que ahora empieza a adquirir todo el significado y potencialidad en relación al estudio sobre la manipulación y comercialización de la genética. El autor explica como el 1962, en descifrar el código triple del ADN, The New York Times publicó un artículo sobre “el explosivo futuro de la genética humana”. Una vez revelado el código, The New York Times estableció la posibilidad de someter los genes humanos a cualquier intervención. “Es seguro que algunas bombas biológicas que no tardarán en estallar [tras el descifrado del código genético] rivalizarán en consecuencias para el ser humano hasta con la bomba atómica. Algunas de ellas serán la posibilidad de determinar la base del pensamiento … y el desarrollo de remedios para afecciones hoy incurables, como el cáncer y muchos trastornos hereditarios trágicos”. En cierto modo, la predicción de The New York Times empieza a cumplirse al empezar a interiorizarse que es posible ser reparados, curados o mejorar nuestra genética. La bomba de la genética establece con precisión que el cosmos que anhela descubrir está dentro de nosotros y no en los confines del espacio. Esto representa un salto hacia el interior, hacia lo pequeño, que permite advertir que, si nosotros estamos preocupados por el futuro, nuestros hijos estarán preocupados por el futuro del futuro. Es imperativo saber quiénes somos para afrontar los futuros a los que nos dirigimos como especie, pero sobre todo, no queremos dejar al azar nada de todo lo que concierne a nuestra salud y nuestra calidad de vida. El viaje de la genética abre las puertas al posthumanismo establecido, como explica Rosi Braidotti en su ensayo Lo posthumano, que “las tecnologías contribuyen activamente a la forma en que los humanos desarrollan una ética”. En el mismo sentido de apreciar que el estallido de lo pequeño está cambiando nuestra forma de estar en el mundo, encontramos el sorprendente estudio de Ed Young, Yo contengo multitudes, en el cual observa los microbios que nos habitan como una forma más amplia de ver la vida. Ed Young afirma que “los microbios siempre han gobernado el planeta, pero hoy, por primera vez en la historia, están de moda”. La bióloga Margaret McFall-Ngai aprecia que “ha sido divertido ver cómo la gente empieza a darse cuenta de que los microbios son el Centro del universo y como este campo comienza a florecer. Ahora sabemos que constituyen la gran diversidad de la biosfera que vive en íntima asociación con los animales, y que la biología animal fue conformada por la interacción con los microbios. En mi opinión, esta es la revolución más importante que ha conocido la biología desde Darwin”. Una vez demostrado que los microbios controlan el almacenamiento de grasas y la formación de nuevos vasos sanguíneos, estamos encaminados para descubrir cómo afectará nuestra forma de vida la manipulación de microbioma. En Amsterdam se encuentra Micropia, el primer museo del mundo dedicado a los microbios. Su visita permite constatar que lo aparentemente pequeño es tan importante y determinante en nuestra vida que se eleva ante nosotros como unas nuevas catedrales que modificarán incluso lo que creemos.

Imagen destacada:
Microfotografía electrónica de bacterias Staphylococcus epidermidis en matriz extracelular.