Dibujo del combate entre Louis y Schmeling en la buhardilla de un antiguo edificio que hizo de hospital en El Soleràs. Foto de Miquel Andreu

El combate entre Max Schmeling y Joe Louis: un caso transoceánico de lucha propagandística

El 22 de junio del 38, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, se reeditaba un combate entre Max Schmeling y Joe Louis, y en aquella ocasión los servicios de propaganda se centraron en él a conciencia: por un lado el presidente Roosevelt y, por otro, Adolf Hitler quisieron hacer público un encuentro con los respectivos boxeadores, convirtiendo el duelo en un choque de potencias a nivel mundial: Louis sería el representante de la democracia y Schmeling, el representante del fascismo. El combate se resolvió en tan solo 2 minutos a favor del afroamericano.

En octubre de 1936, la Generalitat de la anterior República aprobaba el decreto que daba vida al Comisariado de Propaganda Política, un organismo pionero en la Europa democrática liderado por Jaume Miravitlles, quien semanas más tarde también ocuparía el secretariado general del Comité de Milicias Antifascistas. El núcleo de la República era cosa de románticos a toda vela. Hombres –a pesar de los avances inauditos en el merecimiento de la mujer– que se lo jugaron todo, hasta la vida. Uno de los ejemplos que mejor ilustran esta condición es el proyecto de la Olimpiada Popular, una alternativa a los Juegos Olímpicos de 1936.

La sede de los Juegos del 36 se la disputaron en el año 31 Barcelona y Berlín, y finalmente fue la capital alemana quien se impuso. Pero el escenario político de la Alemania del 31 no tenía nada que ver con el del 36. Después de la Gran Guerra, la República de Weimar, en plena crisis económica y moral, fue derrocada por el nacionalsocialismo. Un discurso persistente y reaccionario que simplificaba la realidad y la deformaba, la popularización de eslóganes, las fuerzas de choque en la calle y una estética y un comportamiento bélicos fueron las alas de un Adolf Hitler que, en marzo de 1933, se consolidaba en el trono de la barbarie. La manifestación imparable del nazismo no fue espontánea. Joseph Goebbels, orfebre de la propaganda y poco amante de la improvisación, adaptó la arquitectura a la cultura de masas. Y aunque el nuevo contexto alemán amenazaba con convertir los Juegos en un acto de claro enaltecimiento del fascismo, el COI ratificó Berlín como sede olímpica.

El gobierno catalán, consciente de la repercusión que los Juegos hitlerianos tendrían por todo el mundo, se propuso montar una alternativa con solo 3 meses de margen. El objetivo era un acto multitudinario de propaganda a favor de la solidaridad entre los pueblos, la dignidad humana y la paz en el mundo. La Olimpiada invitó a los atletas que habían quedado excluidos de los Juegos de Berlín por motivos raciales. Recibió el apoyo de las principales federaciones deportivas europeas, de Estados Unidos y Canadá. Se inscribieron 6.000 participantes y, cuando los medios de comunicación internacionales ya estaban en Barcelona, el 19 de julio del 36, durante las horas previas a la inauguración, los rumores del alzamiento militar forzaron tener que cancelar el acontecimiento.

La maquinaria de propaganda nazi no era partidaria del encuentro. Recelaban de una más que probable derrota y del contragolpe para los postulados fascistas. Pero aunque Louis era el favorito, fue Schmeling quien se llevó el mérito en un cara a cara de los que hacen historia. Era el primer KO de la carrera de Louis y los altavoces nazis no tardaron en hacerse eco. Schmeling recibió los honores de héroe del régimen de Hitler.

Mientras Cataluña gestaba la Olimpiada Popular en la primavera del 36, Nueva York se preparaba para acoger un combate de boxeo en el estadio de los Yankees el 19 de junio. No era un combate cualquiera. Se enfrentaban Max Schmeling, alemán, y Joe Louis, el talento afroamericano más popular del momento. La maquinaria de propaganda nazi no era partidaria del encuentro. Recelaban de una más que probable derrota y del contragolpe para los postulados fascistas. Pero aunque Louis era el favorito, fue Schmeling quien se llevó el mérito en un cara a cara de los que hacen historia. Era el primer KO de la carrera de Louis y los altavoces nazis no tardaron en hacerse eco. Schmeling recibió los honores de héroe del régimen de Hitler.

Dos años más tarde, el 22 de junio del 38, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, se reeditaba el combate, y en aquella ocasión los servicios de propaganda se centraron en él a conciencia: por un lado el presidente Roosevelt y, por otro, Adolf Hitler quisieron hacer público un encuentro con los respectivos boxeadores, convirtiendo el duelo en un choque de potencias a nivel mundial: Louis sería el representante de la democracia y Schmeling, el representante del fascismo. El combate se resolvió en tan solo 2 minutos a favor del afroamericano y esta vez fue el engranaje de propaganda antifascista quien no dejó escapar la oportunidad de transformar, en contundente demostración de fuerza, lo que en realidad había sido una simple victoria en el ring.

La realidad era otra. Schmeling nunca quiso sucumbir al régimen nazi e, incluso, plantó cara. Además, con los años, el alemán y el afroamericano construyeron una amistad profunda. Schmeling rescató a Louis de deudas económicas y de la adicción a la cocaína en varias ocasiones.

El efecto de la propaganda se extendió con rapidez como un bálsamo, sobre todo en el frente republicano de la Guerra Civil. Tal como apunta el periodista Miquel Andreu (Som Garrigues), en la buhardilla de un antiguo edificio que hizo de hospital en El Soleràs se ha localizado un dibujo que hace referencia al combate entre Louis y Schmeling y que fecha del mismo verano del 38. Pero el combate había sido adulterado por la propaganda. La realidad era otra. Schmeling nunca quiso sucumbir al régimen nazi e, incluso, plantó cara. Además, con los años, el alemán y el afroamericano construyeron una amistad profunda. Schmeling rescató a Louis de deudas económicas y de la adicción a la cocaína en varias ocasiones. Ambos lamentaron abiertamente la manipulación a la que se les sometió y son innumerables las imágenes y los vídeos donde se los puede ver juntos compartiendo afecto.

Miravitlles, desde el Comisariado de Propaganda de la Generalitat, aseguraba que la causa que defendía era demasiado justa para poder decir la verdad. Y es probable que tuviera motivos. La propaganda no atiende a razones, es emocional. Y desgraciadamente clasificarla de causa más o menos justa no lo dictamina el mensaje que es propagado sino el lado de la balanza que acumula más adeptos. Por eso la propaganda es perniciosa, porque se aprovecha de los débiles y les otorga poder. Poder que es inmediatamente devuelto a las esferas que apoyan directa o indirectamente el mensaje de la propaganda. Es por eso que en pleno siglo XXI todavía hay gobiernos y partidos políticos que permiten la evangelización de los axiomas de la ultraderecha.