Año tras año se repite el ritual. La sala grande del Palau a rebosar, para asistir a un nuevo recital extraordinario de Grigori Sokolov.

Pocos son los escogidos que pueden permitirse no anunciar con la acostumbrada antelación el programa. Pocos los intérpretes que captan la plena atención de la mayoría de oyentes hasta el enésimo bis (una cifra finita, en realidad, pero nunca inferior a cinco). Se da la circunstancia, una vez se sabe el programa, que el programa sigue siendo una sorpresa, al menos en la verdadera “tercera parte” -sin especificar a priori- que representan los siempre solicitados y siempre concedidos encores. Llama la atención, pues Sokolov no es precisamente un tipo complaciente. En escena se le ve encorvado sobre el piano, cerrado sobre sí, tocando como para él mismo. Sus saludos son escuetos, casi maquinales, apenas expresivos. Pero la elocuencia de la música lo es todo. Con un sonrisa y cara de admiración, año tras año, se despiden los espectadores a su salida del Palau.

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Hablar de Maria Joao Pires es hablar de un mito del piano, referente inequívoco en la interpretación de Wolfgang A. Mozart.

En la presente temporada ofreció una interesante versión del Concierto nº23, Kv 488, con la Berliner Philarmoniker, bajo la dirección del no menos mítico Herbert Blomstedt. La prestancia y ligereza de la pulsación de la portuguesa no está exenta de profundidad, hecho que se revela asimismo en sus excelentes versiones de Schubert. Es una suerte poder escuchar en la sala grande del Auditori el mozartiano Concierto para dos pianos, Kv 365, con la solvente batuta de Kazushi Ono al frente de la OBC. Una obra poco programada, pero de una gran creatividad melódica, en que Pires compartirá el protagonismo con el joven Ignasi Cambra. Poco a poco, el pianista catalán está logrando afianzarse en el panorama musical, demostrando carisma, técnica y una genuina pasión por la música. Además de la pieza concertante de Mozart, el público podrá disfrutar de una sinfonía que ha sido considerada como la Décima de Beethoven, a quien Brahms -su verdadero compositor- siempre tuvo en mente.

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El vínculo de Joan Brossa con Barcelona es visible en muchos de los espacios públicos de la ciudad. Que en el MACBA (Museu d’Art Contemporani de Barcelona), convertido él mismo en monumento

icónico, se ofrezca esta visión retrospectiva sobre la presencia de Brossa en las artes plásticas, el cine e incluso la música, se antoja especialmente apropiado. La confluencia de lenguajes artísticos sobreabunda en la dimensión polisémica del acto creador, cuya significación es una y múltiple, cerrada sobre sí y abriéndose a su comprensión mediante vías no estrictamente lingüísticas. La poesía de Brossa es concreta, pero alude siempre a otras realidades; su movimiento es centrípeto y centrífugo, conjugando objetos familiares en un contexto que los torna extraños, extrañamente elocuentes en su deslocalización.

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Uno de las espacio-tiempos más fecundos para la creación artística, la arquitectura y el diseño de interiores sin duda se corresponde con la Viena de finales de siglo XIX y comienzos de XX.

Las hornadas de creadores capitales en sus respectivos artes -los Klimt, Schiele, Mahler, Schoenberg, Berg, Kraus, Musil…- parecen retroalimentarse. En el caso de Adolf Loos, la particular mirada del arquitecto acerca del espacio habitable busca derrocar la hegemonía de la Sezession, minimizando el aspecto decorativo. En una publicación combativa desde su mismo título, Ornamento y delito, señala que el ornamento no puede expresar la cultura de su época, pues -considera- no se encuentra unido a ella de forma orgánica. Todo lo accesorio desaparece de su obra, tanto en el exterior, con fachadas de claridad clásica, como en el interior, en que los espacios son limpios y amplios, ocupados por muebles que ante todo buscan cumplir con su función. Muchos de ellos (lámparas, sillas, cómodas) pueden observarse en el Museu del disseny hasta el 25 de febrero.

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