El Bar del Post

Ignacio Martínez de Pisón: La suma de los pasos hacia adelante

“Ya sé que no descubro nada si digo que la perseverancia es una de las virtudes necesarias para ser escritor. Si te hundes en la melancolía, si te das por vencido al primer fracaso, es imposible que desarrolles una carrera literaria”. Ignacio Martínez de Pisón sabe con exactitud de qué está hablando. Hace más de cuatro décadas, en 1984, debutaba con la premiada La ternura del dragón, el primer título de una fértil trayectoria que lo encumbra como una de las voces más interesantes y seguidas del actual panorama nacional.

“Uno de los consejos que me dio Javier Marías, allá por los años 80, fue que cada nuevo libro tenía que demostrar algo del autor que no estuviera en ninguno de sus obras anteriores. Cada nuevo libro tiene que ser un paso adelante y, en la medida de lo posible, mejor que el anterior”, prosigue, plácidamente sentado en la terraza del Bar mientras degusta, bajo el atardecer, una cerveza rubia en homenaje al checo Bohumil Hrabal: “uno de los escritores que más me gustan, y que mejor me habrían caído si hubiera llegado a conocerlo. Además, un gran bebedor de cerveza, lo que aún me lo hace más simpático”.

Enciende un purito, reminiscencia del fumador de tabaco negro y rubio que en su día fue —“ahora procuro no tragarme el humo”— y se toma un momento, un paréntesis tras la frenética promoción de su última obra, Ropa de casa (Seix Barral), “una especie de memorias de juventud que me ha tenido ocupado durante meses”. Ahora trabaja ya en su siguiente novela que, avisa, “tiene alguna vinculación con la anterior, Castillos de fuego”.

Sonríe. “Yo era un chico que quería ser escritor y que consiguió cumplir su sueño muy pronto, con veintitrés años, cuando no podía ni imaginar que iba a acabar dedicándome profesionalmente a la literatura”. Sorbe un trago de cerveza. Parece que, acompañada por esta reflexión, sepa aún más a gloria. “¿Qué más se le puede pedir a la vida que vivir de lo que te gusta? La verdad es que no me puedo quejar. La vida ha sido generosa conmigo”. La vida, sí, ha premiado la perseverancia. El vencer los miedos, el vértigo y la desazón para no dejar de dar esos pasos hacia adelante. Un camino que se traduce en un corpus de veinticuatro obras entre novelas, cuentos y ensayos.

El bienio en que todo cambió

Al terminar la carrera de Filología en su Zaragoza natal, Ignacio Martínez de Pisón decidió darse “una prórroga de dos años para demostrarme a mí mismo que podía llegar a ser escritor”. Así, en vez de ponerse a dar clases o a preparar oposiciones, “como hacían mis compañeros”, convenció a su madre para que le financiara dos años más de estudios universitarios en Barcelona. De esta manera recaló en la ciudad, hace ahora cuarenta y tres años, como estudiante de Filología Italiana en la Universidad de Barcelona.

Transcurrido aquel periodo —“y justo cuando se estaba acabando el plazo”—- ganó el premio literario Casino de Mieres con su primera novela, y se decidió a buscar editor para unos cuentos que tenía escritos, y que Anagrama publicó poco después en el volumen Alguien te observa en secreto. Fue el pistoletazo de salida: ya no volvió a mirar por el retrovisor, hacia una vida cuyas coordenadas no estuvieran guiadas por ese afán de contar historias cada vez mejores, distintas, singulares. Suyas y, a la vez, universales.

El escritor debutó con tan solo 23 años, con la publicación de su primera novela La ternura del dragón, ganadora del premio Casino de Mieres. © Iván Giménez

El tiempo no ha dejado de ir dándole la razón. Autor de obras de la trascendencia de Carreteras secundarias, Fin de temporada, La buena reputación o la magistral El día de mañana, el escritor suma traducciones a varios idiomas y distinciones como el Premio Nacional de Narrativa, el Ciutat de Barcelona, el Torrente Ballester, el Dulce Chacón o su condición de Hijo Predilecto de Zaragoza.

Los ecos del boom

Aunque confiesa que jamás ha entrado en la Sagrada Familia, “ni lo voy a hacer a estas alturas”, el parroquiano ha transcurrido en Barcelona dos terceras partes de su vida. “A diferencia de los barceloneses de nacimiento, yo lo soy por elección, lo que tal vez quiera decir algo. Al mismo tiempo, no por eso dejo de ser zaragozano. Confirmo lo que dijo Max Aub, de que uno es del sitio en el que estudió el bachiller”.

La Barcelona de 1982 a la que llegó era una ciudad distinta, “en la que no proliferaban negocios absurdos como todas esas tiendas de carcasas para móviles”. Aquella ciudad “todavía conservaba el aroma del boom sudamericano, del que había sido la capital mundial durante unos años y que yo no conocí”, aunque sí estuvo a tiempo de verse varias veces con Vargas Llosa, “con el que tuve cierta amistad, hasta que Isabel Preysler entró en su vida”. Con García Márquez no tuvo relación, “pero puedo decir que coincidí con él en su último viaje a Barcelona, en una noche extraña en la que yo estaba en el Giardinetto con unos traductores extranjeros y, de repente, le vimos bajar por la escalera del brazo de Carlos Fuentes. Para todos aquello fue como una aparición sobrenatural, aunque mi contacto con García Márquez se limitó a un intercambio de saludos y comentarios amables”, rememora liquidando su cerveza.

Ignacio Martínez de Pisón se encuentra inmerso en la promoción de su última novela Ropa de casa (Seix Barral). © Iván Giménez

— Lo que también es sobrenatural es la oferta gastronómica de este Bar, que ya es hora de cenar y quizás te podamos tentar con unas tapas, un menú, un plato combinado.

Ignacio Martínez de Pisón se encoge de hombros. “Si te digo la verdad no soy muy refinado con la comida —replica—. Los restaurantes me gustan porque facilitan las conversaciones interesantes y, más que la comida, me importa que el sitio sea agradable”.

— ¿Pero entonces, no vas a cenar nada?

Y el escritor guarda silencio, sonriendo enigmáticamente, mientras desde dentro del Bar las notas de la versión de Harlem Nocturne por Duke Ellington escapan hacia la calle.

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Alberto Valle

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