Antigua Bagan, Myanmar. Foto de Guilherme Romano

Los Rohingya y el silencio de Kyuat Su: los pilares de la antigua Birmania

Myanmar descansa sobre tres silencios: el silencio de las piedras a lo largo del majestuoso valle de Bagan; el silencio del miedo que vuelve ciega a su gente y la viste de una rara debilidad; y el silencio de la contemplación, la meditación y el reposo

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yanmar, la antigua Birmania, es uno de los seis estados atravesados por el Mekong, un río ancho, turbio y callado que le hace de frontera natural al sureste. El país descansa sobre tres silencios. El silencio de las piedras a lo largo del majestuoso valle de Bagan, el silencio del miedo que vuelve ciega a su gente y la viste de una rara debilidad y el silencio de la contemplación, la meditación y el reposo.

El silencio de las piedras merece una visita tranquila y, como mínimo, una puesta de sol desde lo alto de una de las pagodas que alguien consideró prescindibles por extrañas circunstancias de la historia.

El segundo silencio, el del miedo, les acompaña de hace 200 años. Antes de que el 17 de julio de 1947 un grupo de paramilitares asaltara la reunión del Consejo Ejecutivo de Birmania (para el traspaso de competencias una vez acordada la independencia) todo hacía pensar que el viejo taciturno estaba a punto de ser vencido. Pero durante la embestida, el presidente Aung San y seis de los ministros fueron asesinados, y el silencio, profundo y oscuro, volvió a imponerse. Cuarenta años más tarde la hija del presidente muerto, Ang San Suu Kyi, volvía al país para atender a la madre convaleciente. Entonces tenía 42 años y de forma imprevista se vio impelida al frente de una nueva revuelta que tenía como fin la apertura del país, estancado en un ideario complejo que la revista News Week ya había tildado de amalgama entre el budismo, el marxismo y la superstición –febrero de 1974.

Antigua Bagan, Myanmar. Foto de Guilherme Romano

La revuelta fue promovida en Rangún (ahora Yangón) por los estudiantes y pronto se extendió. Era el 8 de agosto de 1988 –la revolución del 8888–. Pocas horas más tarde la razzia quedaba placada y el antiguo silencio volvía a imponerse en forma de Junta Militar. Incluso, a pesar de la victoria del partido de la propia San Suu Kyi en las elecciones de 1990, el miedo ha permanecido hasta hoy. Ante la disyuntiva de quedarse en Myanmar (antes Birmania) o volver con su familia, la activista optó por quedarse en el país. La hazaña le ha valido un puñado de reconocimientos, entre ellos el Nobel de la Paz. Aun así, que el carácter de las manifestaciones tomara vuelo internacional llevó el régimen militar a someter a la activista a 15 años de arresto domiciliario. Entregada a la pobreza y la miseria de una casa con importantes desperfectos, San Suu Kyi se entregó al tercero de los silencios profundizando en los idearios de la no violencia de Gandhi y en la práctica del budismo. De todos modos, en los últimos tiempos el silencio virtuoso de San Suu Kyi y, en general, el de la comunidad budista se ha visto alterado por unos hechos que han saltado a la luz pública y que han puesto en entredicho la coherencia del proceso birmano. Se les reprocha oclusión y complicidad con la represión contra grupos tribales del país. Sobre todo la referida al pueblo Rohingya, de etnia musulmana. Cuando los medios y la comunidad internacionales han pedido explicaciones a San Suu Kyi, la Premio Nobel de la Paz ha argumentado que se trata de una corriente de opinión –para ser exactos ha hablado de un iceberg de desinformación– que favorece los intereses del terrorismo islámico. Yo mismo también inquirí sobre el tema a la población durante la estancia pero todas las preguntas acabaron en un callejón sin salida detrás del cual se esconde la aprensión.

Myanmar State Counsellor and Foreign Minister Aung San Suu Kyi. Photo by LYNN BO BO/EFE/Newscom/lafototeca.com

El propio mapa de la antigua Birmania es un cúmulo de callejones sin salida. Un tramado de senderos cerrado al viajero por motivos reservados que cose un territorio a veces salvaje y bellísimo. Aun así, todavía es posible hacer ruta hasta poblados remotos. Uno de estos poblados es Kyuat Su, de la tribu Pa-Oh, que significa “huevos rotos”. La leyenda explica que los Pa-Oh son descendientes del cruce de un hombre y una dragona que, sin reconocerse el uno al otro debido a la oscuridad, convivieron un tiempo dentro de una cueva y concibieron dos huevos. Los huevos fueron abandonados cuando la pareja se dio cuenta de su incompatibilidad y más tarde fueron trasladados a un monasterio budista por dos monjes que los encontraron.

Llegué a Kyuat Su cuando ya oscurecía. Hacía frío y llovía. Me acogieron Tu y May, él 64 y ella 88 años. Fui obsequiado con una cena excepcional y un rato en torno a la chimenea que presidía la sala central de la casa. Me explicaron que se sentían complacidos porque el gobierno les había prometido que durante los próximos meses al poblado llegaría la electricidad por primera vez en la historia. Me hablaban como si la luz los tuviera que trasladar a una órbita de felicidad desconocida. Acabada la velada, una vez dentro de las mantas que cubrían el futón desplegado sobre el suelo de bambú, los oí conversar en la habitación contigua. Hablaban de forma calmada. El tono era el de explicarse cosas. Ahora uno, ahora la otra. Quizás comentaban cómo había ido el día. A veces sonreían. No sé si nos dormimos a la vez. Aquella paz me acomodó en el tercer pilar de la antigua Birmania, cerca del silencio en el que había conseguido situarse San Suu Kyi durante su arresto domiciliario. Pero me temo que la irrupción de la luz en Kyuat Su no hará sino estorbarlo y alejarlo un poco más de lo que un día puede llegar a ser la nueva Birmania.

Antigua Bagan, Myanmar. Foto de Guilherme Romano