Rafel, callado y prudente, sabe fidelizar a la clientela más que ninguna tarjeta promocional. Dice que es herencia familiar, un don aprendido de los padres, unos pilares del Pallars: “Ellos me enseñaron a ser empáticos con la gente. Por la casa solariega de Astell ha pasado todo el mundo, y la madre ha cocinado para Josep Pla, para muchos políticos, y también para los hermanos Roca”. Este sentido de la hospitalidad, cada vez más extraño en esta época de balances y cuentas de resultados, podría ser otra explicación del intangible rafeliano
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os bares memorables suelen pasar desapercibidos. La Bodega d’en Rafel, uno de los monumentos de Sant Antoni, a priori no cumple ninguno de los atributos que lo consagrarían como templo gastronómico. No hay muebles de diseño, ni una parroquia selecta, ni unos fogones multiestrellados. Por no tener, no tiene ni terraza: “Compré las mesas y las sillas, pero como el Ayuntamiento me ponía pegas las guardo en el almacén”, me explicaba Rafel Jordana, pope del barrio y amo del lugar.
Desde la calle Manso solo ves una puerta de cristal repleta de propagandas de todo tipo, y una vez dentro, los ojos se van hacia la barra, larga como un día sin pan y con muchos parroquianos aparcados, abrevándose. Solo si nos abrimos paso entre el gentío empezaremos a ver las mesas de mármol y los mosaicos horrorosos, como de patio andaluz, que enladrillan el local. Ya lo decíamos de entrada: aquí, de glamur, muy poco.
“Tú ya puedes tener el mejor mercado del mundo al lado, o servir la mejor comida, que si no eres empático y no amas a la clientela la gente no volverá”. Y tiene toda la razón: por las colas que se forman, Rafel debe de tener el corazón muy grande.
Sea como sea, Rafel, callado y prudente, sabe fidelizar a la clientela más que ninguna tarjeta promocional. Dice que es herencia familiar, un don aprendido de los padres, unos pilares del Pallars: “Ellos me enseñaron a ser empáticos con la gente. Por la casa solariega de Astell ha pasado todo el mundo, y la madre ha cocinado para Josep Pla, para muchos políticos, y también para los hermanos Roca”. Este sentido de la hospitalidad, cada vez más extraño en esta época de balances y cuentas de resultados, podría ser otra explicación del intangible rafeliano. Al fin y al cabo, que la tienda la hace el tendero es una de las máximas de la casa. “Tú ya puedes tener el mejor mercado del mundo al lado, o servir la mejor comida, que si no eres empático y no amas a la clientela la gente no volverá”. Y tiene toda la razón: por las colas que se forman, Rafel debe de tener el corazón muy grande.
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