¡Dios! Cinco pasiones cinematográficas (perspectivas sobre la espiritualidad cristiana)

El cine, desde sus inicios capacitado para representar lo irrepresentable y hacer realidad lo que solo la magia y el mundo del sueño permitían concebir (pensamos en la obra de Georges Méliès, por ejemplo), no solo no evitó el tema de Dios, sino que empleó el relato bíblico para ofrecer un gran número de variaciones, ya en los primeros años de siglo XX y hasta la actualidad.

1. EL NÚCLEO DURO DE LA FE: La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer

La primera obra maestra del cineasta danés más influyente, que permaneció extraviada durante décadas, dejó una huella evidente en directores tan actuales y transgresores como Lars von Trier. Narra el juicio y sacrificio de Juana de Arco, interpretada por una extraordinaria Maria Falconetti. En la versión de Dreyer, este personaje histórico muestra un compromiso absoluto con la palabra de Cristo, que lleva hasta las últimas consecuencias. La imitación de su vida le llevará al martirio, sin posibilidad de ser comprendida racionalmente. Pues, en efecto, los intertítulos (que proporcionan explicaciones mínimas en esta obra de cine mudo) evidencian cómo la razón humana queda atrás ante lo irracional de la fe, en la línea de lo señalado parabólicamente en Temor y temblor, del pensador luterano Søren Kierkegaard (a quien Dreyer mencionará explícitamente en su otra gran obra teológica, La palabra).

No hay discurso humano que permita entender la vocación de Juana de Arco, su apasionada carrera hacia la muerte. Ella está sola con su Dios, y la realidad mundana, finita y corruptible, no merece ser evidenciada. La certeza de la fe, la verdad en un dios que es amor, la ha de salvar de los tiempos de corrupción. Incluso ese de tentación (de humana debilidad) en el que sopesa la posibilidad de conservar la vida, forma parte del plan de salvación, pues también lo experimentó el mismo Cristo al exclamar en la cruz, preso de la angustia, una sentencia absolutamente paradójica: «Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?». Esta cita de los evangelios puede resultar inquietante para el creyente positivo, confiado en el amor de Dios y sus designios, pero lo cierto es que la teología de la cruz luterana no deja de contemplarla como clave para la comprensión del misterio de la fe. La debilidad, el sufrimiento e incluso la posible separación de Dios, una vez reconocidos, propician el movimiento de religación. El salto por encima de las convenciones humanas sella a fuego el vínculo con Dios.

Cartel de la película La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer

El dramatismo de esta paráfrasis de la pasión (tal y como aparece en las escrituras desde la perspectiva luterana, que pretende rescatar el núcleo duro de la propuesta cristiana) es representado gráficamente por Dreyer a través de una serie de recursos fílmicos que en el año 1928 no conocen precedente. La sobreabundancia de primeros planos, algunos de ellos enlazados en travelling, enfrenta a los acusadores, desfigurados por la ira, y a una Juana de Arco impertérrita, a veces inspirada y en pocas ocasiones emocionada, dejando caer una lágrima fugitiva. Su incomprensión surte un efecto de imborrable empatía, posibilitada por la interpretación de Falconetti, que no volvió a actuar en ninguna otra película. Momentos de expresividad exaltada se dan al final de la cinta, cuando se precipita la condena y se genera un tumulto, representado a través del emplazamiento de la cámara en una grúa que la hace bascular como un badajo de campana. Una película que hasta entonces es de ritmo lento, pero de gran intensidad.

La película de Dreyer reproduce sufrimiento psicológico o anímico, más que propiamente físico, en la representación de los últimos momentos de Juana de Arco. Incomprendida por las autoridades en materia religiosa (a excepción del personaje que interpreta Antonin Artaud, quien la acompaña en diferentes momentos y piadosamente le muestra la cruz de Cristo a modo de recordatorio y consuelo, en el trance último), será reivindicada por el pueblo como santa. El papel de la inocente que se entrega en cuerpo y alma en defensa de la verdad, ejecutada por causa de su desconcertante y potencialmente incendiaria inocencia, reaparecerá con variaciones (sin referencias explícitas a la fe) en la producción de Lars von Trier, en películas como Rompiendo las olas, Dogville o, sobre todo, Bailar en la oscuridad.