Ciudades en el ecuador del mandato

El rol de las ciudades en el mundo se convertirá en cada vez más relevante por varios motivos. En primer lugar, por el interés ciudadano de incidir en su entorno de proximidad. En segundo lugar, porque las ciudades son el escenario en los que se localizan los efectos de la globalización, tanto positivos como negativos. Y, en tercer lugar, porque, en un mundo cambiante, la poca certeza sobre nuestra realidad nos la dará el entorno inmediato y cotidiano.

Desde mi punto de vista, esta predictibilidad de las ciudades, que da contexto a la ciudadanía sobre qué hará el gobierno municipal, es bueno que se manifieste a través de un plan de acción y que, además, este plan cuente con kpis —por las siglas en inglés de key performance indicator, es decir, indicadores claves de rendimiento— para saber cómo evoluciona la aplicación de este plan.

En este ecuador de las ciudades y a dos años vista de las elecciones municipales del año 2027 todavía me reafirmo más en la necesidad de este plan que hace que la ciudad según lo previsto, así como en la exigencia de rendir cuentas (accountability) de su cumplimiento. Las ciudades previsibles y que huyen de la ocurrencia generan confianza ante el Dragon Khan global de este segundo cuarto del siglo XXI.

Es precisamente esta predictibilidad de las ciudades lo que permite a la ciudadanía emprender, crear, innovar, disfrutar, descansar y desconectar a pesar del contexto geopolítico y económico que se mueve a golpes de capricho de liderazgos populistas. Ante el descontrol mundial, la inteligencia artificial y las fake news, necesitamos espacios seguros en los que tengamos la oportunidad de saber discernir lo que es real del artificio. Opino que las ciudades nos permiten disfrutar del entorno de proximidad necesario para dejar de vivir a la nube. Por este motivo, el barrio, el horno de pan, o el barbero de confianza son nuestro arraigo a una realidad cierta y segura.

En este ecuador del mandato, Barcelona se enfrenta todavía a retos como no solo asegurar los servicios más básicos como agua y luz después de los episodios de sequía y del sonado “apagón” eléctrico, sino también, y sobre todo, afrontar la crisis de la vivienda, que es la base de la cohesión social. La ciudad ya ha demostrado su capacidad de adaptación. Pero en este momento la ciudadanía necesita certezas, necesita la ciudad como aquel lugar seguro donde lo qué pasará es previsible y donde todo irá bien.

Y esto no será sencillo, dos años son muy pocos para demostrar resultados en una política de largo recorrido como la de la vivienda. En este nuevo mundo marcado por la incertidumbre y la volatilidad geopolítica, las ciudades tienen la oportunidad de comportarse como espacios seguros y robustos. Las ciudades se erigen como el espacio más previsible para los ciudadanos y esta, en mi opinión, es una gran noticia.