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Cien años de cesta punta en Barcelona

El 1924, en esta ciudad se fundaron el primer club y la primera federación de pelota de España. En la capital catalana había trece frontones activos donde, sobre el juego de unos, otros apostaban dinero

En la Barcelona de 1920, plazas de toros muy concurridas y campos de fútbol entretenían muchas horas de domingo de los barceloneses. Pero tal como se explica en el libro Los frontones industriales de Barcelona. Los clubes amateurs, de Damià Mor, la ciudad también contaba con trece frontones, amplias canchas donde se practicaba el juego conocido como pelota vasca. Mientras unos jugaban, otros hacían apuestas de dinero vaticinando resultados. Esta disciplina deportiva de origen vasco comprende una decena de modalidades, entre las cuales, la cesta punta, —jai alai en lengua euskera— es una de las más modernas, cuya práctica llevó a crear en Barcelona el primer club de pelota de España, el Club Vasconia. Fue en 1924, gracias al impulso del empresario del textil y jugador Manuel Balet y Crous, que fue su primer presidente y que aquel mismo año fundó, también, la Federació Catalana de Pilota.

El club nació de una escisión de la Real Sociedad del Deporte Vasco. Con el Vasconia empezaba una larga historia en Barcelona de éxitos deportivos y de asociacionismo entre las familias que han acompañado a jugadores de élite a campeonatos estatales e internacionales. Los cien años del Club Vasconia han merecido este año una distinción del Ayuntamiento de Barcelona en reconocimiento a su trayectoria como entidad centenaria vinculada a la ciudad.

En un Saló de Cent lleno de público, el ahora expresidente del Club Vasconia, Carles Pedragosa, recogió el galardón de manos del alcalde, Jaume Collboni. “Nuestra ciudad puede presumir de continuar teniendo viva su historia, justamente, gracias a entidades como vosotros”, dijo el alcalde en su parlamento ante los representantes de las once entidades e instituciones centenarias distinguidas este año.

El latido de este asociacionismo barcelonés, en el caso del Club Vasconia, tiene un sonido muy especial. Es el de su pelota, que puede llegar a sobrepasar los doscientos kilómetros por hora desde que el jugador la lanza, recogida e impulsada desde una cesta alargada y cóncava hecha de mimbre, hasta que toca el frontis (la pared del frontón) o va al rebote. Quienes practican la cesta punta dicen haber descubierto un deporte “sorprendente y muy gratificante”, como apunta la jugadora y socia del Club Vasconia Mariona Canyís.

Para la Federació Catalana de Pilota, el Club Vasconia es el vivero de la cesta. Es un juego indirecto entre dos jugadores o jugadoras, o entre dos parejas, en el cual se lanza una pelota de cuero contra una pared (frontis) y el contrario (jugador o jugadora, o una pareja) la tiene que volver a lanzar contra la pared antes de que la pelota bote dos veces en el suelo. Las modalidades dentro de este deporte se diferencian según si la pelota se devuelve con la mano (mano desnuda o con protecciones) o con una pala, paleta, share, remonte o, en el caso de la modalidad que se practica en el club Vasconia, con la cesta.

La cesta, en realidad, es un guante de cuero cosido a una estructura de varillas de castaño con mimbre, dejando una forma prieta y cóncava muy similar a la de un cesto. Estas cestas todavía hoy se elaboran artesanalmente, igual que las pelotas, que tienen un núcleo de goma o resina dura envuelto con cordel muy fuerte y recubierto por dos capas de piel de cabrito cosidas a mano, debidamente tratadas para adquirir una forma esférica.

Carles Pedregosa mostrando las cestas de pelota vasca. © Carme Escales

El aprendizaje de la cesta punta, según explican aquellos que dominan este deporte, requiere paciencia, constancia y voluntad. Para su práctica, no es imprescindible una forma física especial. Es un deporte muy técnico, de un nivel similar al golf o al baloncesto, donde una buena postura y colocación hacen más eficiente el juego, multiplicando la fuerza o el empujón físico.

Escuela en Vall d’Hebron

Los viernes, a las 14 horas, Carles Pedragosa junto a otros compañeros de su grupo de veteranos de la cesta punta tienen reservada la pista para jugar, en las instalaciones del Centre Municipal de Pilota Olímpics de Vall d’Hebron. Pero después, una vez a la semana, Carles vuelve a la misma pista, esta vez como entrenador, porque él es uno de los profesores de los jugadores que empiezan. Quien mejor que alguien que tenía solo seis años cuando empezó a jugar y que todavía hoy, con 75, continúa haciéndolo semanalmente con colegas de un grupo que —dice— son una treintena, aunque solo la mitad aproximadamente juega. El resto —explica Carles— “se puede decir que son más grupo de Whatsapp para estar en el día, donde compartimos noticias y vídeos de Euskal Telebista o enlaces a competiciones que se cuelgan en Youtube”.

El frontón de pelota vasca en Vall d’Hebron.

Además de la escuela de las nuevas promesas de este deporte, que se van formando para competir en torneos comunitarios, estatales e internacionales, el Club Vasconia consiguió entrar en el programa del Ayuntamiento de Barcelona Escola Esport Ciutat. A través de este, el club organiza dos jornadas de puertas abiertas para chicos y chicas de escuelas próximas a las instalaciones donde tienen la cancha para jugar. Llegan a pasar casi 400 niños y niñas, que pueden, así, ver y probar las diferentes modalidades de pelota vasca. “Son alumnos de entre nueve y 15 años, entre los cuales nos interesamos especialmente por aquellos que practican varios deportes, porque es en esos casos en los que puede ser que no hayan encontrado aún el deporte que de verdad los cautive, y esta sería una oportunidad para la cesta punta”, explica Pedragosa.

Él tenía seis años cuando jugó por primera vez. Vivía en la Rambla de Catalunya, muy cerca del frontón Novedades, una magnífica instalación que, a finales de los años cuarenta, combinaba profesionales de nivel con pelotarios aficionados. El edificio estaba en el espacio entre la Gran Via, el Paseo de Gràcia y la calle de Casp, hoy propiedad de Zara. Una tarde de domingo, el padre de Carles, que tenía en mente encontrar un deporte para que pudieran practicar sus cuatro hijos, descubrió aquel frontón. Los domingos por la tarde se hacían allí partidos profesionales, y las mañanas eran para los jugadores del Club Vasconia. Aquel juego de pelota los dejó “impresionados, por el ruido de la pelota y la velocidad del juego”, explica Carles Pedragosa. Él era el menor de los cuatro hermanos —el mayor, Salvador, con 88 años hoy, todavía juega—, y cuando el padre y sus tres hermanos empezaron a practicar la cesta punta, él básicamente los acompañaba.

Pero los Reyes le trajeron una cesta pequeña para poder jugar que todavía conserva y que recupera a veces para practicar con niños pequeños. Con aquella primera cesta de medida infantil, se entretenía a lanzar la pelota. “No podía fallar, porque, si no, perdía cinco minutos para recorrer la pista que medía 64 metros”, recuerda Pedragosa.

Público en las gradas del Novedades en una matinal del Vasconia.

Pero todos aquellos entretenimientos con la pelota en solitario, y ver jugar a su padre y a sus hermanos cada semana, hicieron que, con diez años, él ya compitiera con gente mayor de tercera categoría. Y aprovechaba cualquier lugar y momento para enviar la pelota a una pared con su cesta. Había roto algún cristal de la galería de su casa así. Y recuerda de manera muy especial la emoción de una monja de la escuela de las Concepcionistas donde hacía preescolar —madre Eufèmia— cuando un día lo vio en el patio jugando a pelota vasca. “Ella era del País Vasco y se emocionó tanto viéndome jugar a cesta, que los sábados, que era el día que se daba unas simbólicas medallas a los pequeños alumnos que más habíamos destacado durante la semana, a mí siempre me daba dos”, rememora el alumno.

De hecho, en lengua euskera, Jalai Alai, una de las denominaciones de la pelota vasca, significa fiesta alegre. A la vista está que la cesta punta es un juego muy dinámico, enérgico, minoritario, y muy familiar. Y son las jóvenes promesas que van entrenando en la escuela de aprendizaje por las tardes en el pabellón de Ègora Olímpics, las que van cogiendo el relevo en esta ya más que centenaria institución, decana de los clubes de pelota, y toda la tradición que con ella se perpetúa.

Carles Pedregosa con el equipo para jugar a pelota y la medalla del Ayuntamiento. © Carme Escales

En Barcelona, el primer frontón largo industrial fue el frontón Barcelonès, que se inauguró el 1893, en el chaflán de las calles Diputació y Sicília. Fue proyectado por el arquitecto Enric Sagnier. Tres años más tarde, se haría el Condal, entre Balmes y Rosselló, y ya en el siglo XX, abrirían el Principal, situado sobre el Teatro Principal, en las Ramblas; el Novedades, en la calle Gran Via; el Txiqui-Alai, en la plaza Bonsuccés, donde empezaron a jugar chicas, con raqueta; el Sol y Sombra, en la esquina de la Gran Vía con la calle Marina; el Colón, en las Ramblas, y unos cuántos más.

El Frontón Palace de Barcelona a principios de la década de 1920.

En 1952, los hermanos Joaquim y Manuel Balet —hijos del fundador del Club Vasconia— se proclamaron en San Sebastián campeones del mundo de cesta punta. Y en 1968, esta disciplina fue deporte de exhibición en los Juegos Olímpicos de México, un país donde hay equipos muy potentes. De hecho, Francia, México y España —con un peso muy destacable de los jugadores barceloneses—, y también los Estados Unidos, son los países que han liderado las competiciones internacionales.

En el hito olímpico en México, los hermanos Eduard y Josep Maria Mirapeix consiguieron una medalla de oro. A pesar de ser solo como deporte de exhibición, la prensa de la época recogió en grandes titulares la proeza de los jugadores catalanes, y el Ayuntamiento del alcalde Josep Maria Porcioles les entregó la medalla de la ciudad. Ahora, 57 años más tarde, la cesta punta ha vuelto a recibir el reconocimiento del consistorio barcelonés. A golpe de cesta, desde su pista del Vall d’Hebrón, los jugadores del Club Vasconia suman medallas y continúan dando cuerda a una afición de raíces profundas.

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Carme Escales

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