China en la era del dragón africano

El salto en la relación comercial entre China y África de los últimos diez años anuncia un nuevo orden mundial

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ouis Fenaux siente pasión por el mar. Belga de raíz flamenca, hace una década abandonó la Vieja Europa para instalarse en Hentiesbaai, un pueblo en el corazón de la Costa de los Esqueletos, la meca de la pesca en Namibia. Allí regenta un pequeño hostal y sale cada mañana temprano con su caña a pescar tiburones o steenbras desde la playa. Cuando aún está oscuro, y si el día se levanta despejado, puede adivinar en el horizonte las luces de los pesqueros españoles, estadounidenses o chinos que faenan en las frías aguas internacionales frente al litoral. A Fenaux le preocupan los pesqueros chinos y, mientras su mujer Anneke nos cocina un delicioso pescado rojo y salsa de zanahoria, se le suelta la lengua. “Los chinos, ¿eh? Ya están por todas partes en el país”, dice. En la frontera con Angola en el norte, es habitual ver comercios chinos en cualquier pequeña localidad, y en el aeropuerto de Windhoek, la presencia de ejecutivos de ojos rasgados ya es una rutina. A Fenaux no le hace demasiada gracia. “Unos amigos del norte están preocupados porque una compañía china quiere construir una mina de uranio en las afueras de su ciudad. Si lo hacen, traerán a sus empleados chinos, sus supermercados, productos y restaurantes chinos y toda la ciudad, tal y como es ahora, desaparecerá y los namibios perderán su trabajo”, dice.

Pero el temor de Fenaux y sus colegas es infundado. Aunque la mayoría de las 2.500 compañías chinas que actualmente operan en África traen a sus propios trabajadores chinos y sólo emplean a locales en las tareas más duras, no absorben ni cambian la fisonomía de localidades enteras. El impacto no es local, es continental. Con 3.000 kilómetros de carreteras y 2.000 de línea de ferrocarril construidas, además de puentes, presas, oleoductos y puertos, China está cambiando la cara de todo el continente africano. Las relaciones comerciales sinoafricanas acaban de cerrar la década de mayor esplendor de la historia. Si en el año 2000 los intercambios económicos entre ambos no alcanzaban los 10.000 millones de dólares, el año pasado superaron los 215.000 millones. La escalada es imparable y está dejando atrás a los competidores: desde 2009, China es el primer socio comercial del continente, por delante de Estados Unidos.

La mayoría de las 2.500 compañías que actualmente operan en África traen a sus propios trabajadores chinos y sólo emplean a locales en las tareas más duras (…) El impacto no es local, es continental

Cuando llegan los cafés, Fenaux apunta uno de los factores que han propiciado ese despegue. “Al principio los productos o carreteras de los chinos eran de mala calidad; pero ya no es así; esos tipos saben hacer las cosas bien cuando quieren, vaya si saben…”. Para entender la presencia de China en el continente negro es imprescindible una lectura bidireccional. No es China en África. Es China y África. Aunque es indiscutible que los recursos naturales africanos son el carburante que el gigante asiático necesita para funcionar —aproximadamente el 80% de sus importaciones desde África son petróleo y minerales—, China supo ver antes que nadie que el continente no es sólo una gran extensión de tierras fértiles y un rico subsuelo, sino también una oportunidad de mercado. Según el economista y experto en desarrollo Vijay Mahajan, la ausencia de prejuicios respecto a una sociedad africana no tan empobrecida e inmóvil como pudiera parecer ha dado ventaja al gigante asiático. “China ha advertido —dice  Mahajan— que hay en África una clase consumidora de unos 400 millones de personas ávida de productos y servicios. Baratos, sí, pero es que el mercado es enorme”. El Banco de Desarrollo Africano (BDA) sitúa en 350 millones el número de africanos con capacidad para disponer de entre 2 y 20 dólares diarios. Aunque el 60% de esa incipiente clase media africana sólo gasta entre 2 y 4 dólares diarios, China ha abrazado ese humilde margen de compra que va más allá del gasto en alimentos para la supervivencia: sus principales importaciones son vehículos, ropa, maquinaria, calzado y materiales plásticos. De Angola a Senegal, pasando por Mozambique o Sudán del Sur, el “Made in China” de camisetas de fútbol falsificadas y zapatos o las letras chinas en furgonetas, motocicletas o todoterrenos son una constante.

La mejor noticia para China es que se trata del mercado que más va a crecer del mundo. La revolución demográfica en África apenas ha empezado: si el continente acaba de superar los mil millones de habitantes, Naciones Unidas estima que esa cifra se habrá duplicado en el año 2050. Y la bomba demográfica no se detendrá: a final de siglo habrá 3.000 millones de africanos, más que la población actual de China e India juntas.

Entre esos números puede estar la siguiente jugada maestra de Pekín. Si a la explosión demográfica añadimos el factor de la juventud —casi la mitad por Xavier Aldekoa 20 NUEVO CICLO DE ÁFRICA de los africanos tiene hoy menos de 15 años—, se avecina un futuro con cientos de millones de jóvenes en edad de trabajar. Para el economista británico y profesor en Oxford Paul Collier, China, podría dirigir hacia ellos sus miras de expansión económica. “Si a las grandes oportunidades de negocio en África añadimos unos costes de producción en China cada vez más elevados, creo que, antes de diez años, China recolocará algunas de sus empresas en el continente para reducir costes. Si esto ocurre, el cambio será espectacular”, sostiene.

Espectacular”, sostiene. Pero no hace falta viajar al futuro. El skyline de Luanda, capital de Angola, aguijonado por varias decenas de grúas señala que los negocios sinoafricanos van viento en popa. Angola es el paradigma del tono de las relaciones comerciales: China importa más petróleo de Angola, su primer socio africano, que de ningún otro país del mundo y, a cambio, se mantiene al margen de cuestiones políticas internas, navega cómodo en un mar de contratos opacos y peones chinos que cambian la cara del país a golpe de rascacielos y lenguas de alquitrán. Otro de los grandes socios chinos, Sudán del Sur, un país del tamaño de Francia con sólo 90 kilómetros de carreteras asfaltadas y llena de petróleo, es quizás el mayor ejemplo de la necesidad de infraestructuras del continente.

“Si a las grandes oportunidades de negocio en África añadimos unos costes de producción en China cada vez más elevados, (…) China recolocará algunas de sus empresas en el continente para reducir costes. Si esto ocurre, el cambio será espectacular”

El presidente sudafricano Jacob Zuma puso cifras el año pasado a las oportunidades de negocio de África y se ofreció a ejercer de puerta de entrada al continente, como hiciera Singapur en las décadas de los setenta y ochenta en Asia. Lo dijo en una cumbre de los BRIC, grupo formado por las principales economías emergentes, Brasil, Rusia, India, China, además de Sudáfrica. “En los diez próximos años, África necesitará 480 mil millones de dólares para desarrollo de infraestructuras, lo que debería interesar al BRIC”. Desde Brasilia, Moscú, Nueva Delhi y Pekín tomaron buena nota. China, que representa el 65% del total de importaciones africanas entre los BRIC, seguirá liderando el grupo. No hay nada improvisado en la presencia china en África. La creación de veintiún zonas económicas especiales (ZEE) en países africanos son una apuesta firme por estrechar lazos comerciales y contribuir a la industrialización del continente. En las zonas ZEE, con infraestructuras de clase mundial, se ofrecen facilidades administrativas e incentivos fiscales para que empresas chinas den salida a sus productos y sean competitivas en suelo africano.

Y está por ver cuál será el resultado del último efecto colateral de la era del dragón africano: el humano. La década de mayor expansión comercial entre China y África ha hecho que más de un millón de chinos se instale en suelo africano. La mayoría regresa a casa cuando terminan sus contratos, pero miles han decidido quedarse e invertir sus ahorros en una nueva vida en África. Y como algunos tendrán éxito, es probable que se produzca un efecto llamada. Si ocurre, estaremos a las puertas de la primera gran generación de chinos nacidos en África. Hace unas semanas, la muerte del presidente de Zambia, Michael Sata, llevó al poder provisional al vicepresidente, nacido en Livingstone pero de padre escocés, y que se convirtió en el primer presidente blanco en un país africano desde la independencia, con permiso de Madagascar. Quizás ya queda menos para ver a un presidente africano de tez pálida y ojos rasgados.

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Xavier Aldekoa

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