En Barcelona hay 4 o 5 personas que se reparten las playas para rastrearlas con detectores de metales. Alex es uno de ellos y dice que las mejores zonas son la playa de San Sebastián y la de las discotecas de la Vila Olímpica, porque de noche la arena se llena de parejas magreándose y lo pierden literalmente todo
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laya de la Barceloneta, las ocho y media de la tarde. Es verano, el sol no quiere irse y la arena todavía está llena de bañistas, la mayoría turistas mediterráneos, los más rezagados. La caravana de vendedores ambulantes de vanos, cerveza-agua-coca-cola, mojitos y masajes, hace las últimas pasadas, mientras dentro del agua, tres salvajes hacen el burro con las motos acuáticas.
Como cada día a esta hora, Andrés comienza a trabajar: saca el detector de metales y empieza a rastrear la arena, esquivando los grupos de jóvenes que hacen la última. Lleva unos cascos conectados al aparato, por lo que nosotros no sentimos el bip-bip-bip-bip! que indica un hallazgo. Lo tiene todo pensado: con una mano sostiene el detector, y con el otro esgrime un palo unido a una especie de bote agujereado –un escurridor de cubiertos del IKEA– que le permite escarbar la arena sin agacharse y cernerla hasta que aparezca el tesoro. En el rato que charlaramos encontrará una moneda de euro, tres trozos de metal inutilizable –posiblemente restos de latas– y un clavo grueso y puntiagudo, que se apresurará a guardar en una bolsa para tirarlo cuando termine.
Lo encuentro rastreando la arena entre la pequeña colonia de resistentes nudistas. Va bien equipado, con un chaleco Coronel Tapioca llena de compartimentos: un bolsillo para las monedas, otra para las joyas, etcétera. Me cuenta que se llama Alex y que nació en la Rusia profunda, cuando le pregunto el lugar exacto me hace “bah, tampoco te acordarás”. Dice que vive de esto, que viene desde L’Hospitalet cada día y se tira unas 12 horas pasando la máquina –jugando a la serpiente, dice– para conseguir unos 30-40 euros diarios. Que son 4 o 5 haciéndolo en toda Barcelona, y ya se tienen repartidas las playas. Asegura que la mejor zona es ésta y la de las discotecas de la Vila Olímpica, porque de noche la arena se llena de parejas magreándose y lo pierden literalmente todo. Me intereso por su detector, que parece mejor que el del cocinero. Dice que le ha costado 1.500 euros y que podría encontrar metales bajo el agua y todo. Eso sí, cuando le pregunto qué es lo más valioso que ha encontrado nunca calla misteriosamente y da por terminada la conversación.
Más tarde, haciendo investigación, descubriré porqué: la ley no es del todo clara con los hallazgos en la playa, y en algunos casos la policía ha perseguido por “apropiación indebida” los detectores que revenden el botín.
Imagen destacada: Hombre busca objetos de plata y oro con un detector de metales en la playa de la Barceloneta. Foto de fototext / Alamy Stock Photo
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