Los habitantes del Gòtic nos enfrentamos a un inesperado y pérfido nuevo enemigo: los 'Barcelona silent disco tours'
Turistas en Ciutat Vella. © Paola de Grenet
La semana pasada hablaba de los flagrantes incumplimientos del Ayuntamiento en la limitación de grupos con finalidad turística en Ciutat Vella (y de la utilización obligatoria de auriculares por parte de sus guías, mayoritariamente pasada por alto) y también, a pesar de alguna mejora en el ámbito de la seguridad policial, de la permanente sensación de desamparo que los vecinos y peatones sufrimos en nuestro centro histórico. Pues bien, como si el hado de la decadencia se hubiera aferrado a mis palabras, la historia siempre acaba de poner de manifiesto que puedes acabar experimentando todavía un alehop más hacia el delirio. Hace pocos días, mi costella compartió conmigo un vídeo que acontecía en nuestra hermosa calle de Sant Sever, donde un grupo de señoras paseaba de forma asilvestrada (¡con auriculares, eso sí!) mientras bailaba y cantaba la conocidísima coreografía Explota explótame expló de Raffaella Carrà. Sí, aquella que se cierra con la melena en volandas hacia atrás.
Parece que la performance en cuestión no fue causada por un exceso contingente de vermuts de tamaño XL, pues la mandanga formaba parte de una experiencia que algún malhechor llama musicales callejeros o, en el inevitable y pérfido anglicismo, silent disco tours. La dinámica de esta sórdida iniciativa consiste en una ruta turística por los lugares más emblemáticos (ecs) del Gòtic, complementada con diferentes coreografías de grandes éxitos pop. La experiencia resulta netamente posmoderna, porque en los tours en cuestión la música (¡thank God!) sólo la pueden escuchar los participantes, con lo que se querría de esta guisa fintar la ley que antes mencionaba; pero, como podría entender incluso un sordo, el ruido que provoca la experiencia, entre palmadas y el natural cantarinear de los protagonistas del baile, resulta profundamente notorio. Por tanto, si me permitís una grosería impropia del The New Barcelona Post; eso de silent, tu puta madre.
Cuenta la prensa (lo que antes llamábamos la prensa seria, vamos) que el vídeo en cuestión se ha viralizado en TikTok, con lo que, visto que el mundo ha enloquecido inexorablemente, es bien posible que la empresa responsable de este asesinato a la estética y a la convivencia —se llama Bailaloco, y en este caso el nombre tiene una relación íntima con la cosa— experimente un auge insólito. Fijaros si la cosa es delirante, que en los mencionados recorridos por Barcelona, la guía que comanda cada grupo de ballerine suele anticipar la irrupción a un monumento o a una plaza paradigmática del barrio con la frase “estamos llegando a la próxima pista de baile”. Como sabréis, en casa somos de vocación liberal, y no nos gusta husmear en a la vida de la gente mientras respeten nuestro libre albedrío. Pero hay situaciones desesperadas que requieren medidas drásticas y la parquetematización de nuestra ciudad debería tener freno.
Debemos poner fin a esta horterada que privatiza y mercadea con las calles donde hay gente que tenemos la ingenua pretensión de vivir
Ruego al alcalde Collboni y a nuestro experimentado concejal supremo, mi consocio del Ateneu Albert Batlle, que prohíban tal atentado contra nuestra ciudad, para con la existencia tan ponderada de mi querido universo mediterráneo, y también el buen gusto estético en general. Siempre me he mostrado favorable a que en Barcelona haya música callejera, lo que significa —¡y así lo ha hecho a menudo el Ayuntamiento!— que se facilite a compañeros tocar en lugares públicos en un horario regulado y con un permiso de la administración. Pero esto, no, perfavort; debemos poner fin a esta horterada que privatiza y mercadea con las calles donde hay gente que tenemos la ingenua pretensión de vivir. Dicen los responsables de esta horripilante empresa que la mayoría de sus clientes son barceloneses de pura cepa; pues aún más razón para decapitarla en breve, pues si los propios indígenas se mean así en la ciudad… ¡qué no harán los turistas!
Autoridades, les habla un barcelonés más del común; no les exijo imposibles, como reeditar los Juegos Olímpicos, que —en mi ciudad— un “cafè amb gel” sea un sintagma mínimamente comprensible para todos o que el nomenclátor de las calles sea conformado por las glorias de la nación y no por aquellos generales que disfrutaban bombardeándonos. Solo pido pasear por mi calle sin que una coreografía espantosa me quite las ganas de vivir. De rodillas lo pido, si es necesario.
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