El escritor Aro Sáinz de la Maza. © David Zardoya
“¿Desayunar, dices? Para mí ya es hora de comer”. El escritor Aro Sáinz de la Maza ríe. Se despierta cada madrugada sobre las cuatro, “a veces, según en qué fase se encuentre lo que estoy escribiendo, a las tres”. Ahora son las diez y media de la mañana y la hora del almuerzo le pilla lejos. “Un agua con gas”, pide, sentándose en la terraza del Bar para poder acompañar la bebida con un purito La Paz. Luego —anuncia, a propósito de si comerá algo, y el qué—, ya se verá.
— Pues por pronto que te vayas a la cama, no debes dormir tú mucho.
— Sí, duermo poco, pero duermo bien —replica, satisfecho.
“Yo era un bicho raro, pero es que a mí los extraños me parecían los demás”, explica a propósito de una infancia y una adolescencia solitarias marcadas por una monumental timidez. Una etapa en la que fue enfrascándose en el mundo de los libros hasta que, con quince años, y para pasmo de su familia, ya tenía claro que iba a ser “simplemente un escritor, porque la literatura es mi refugio, el territorio desde el que yo, que no encajo con casi nada de mi entorno, puedo lidiar con la realidad”.
Confiesa que hasta tres veces trató de dejarlo, “de tener una vida más o menos normal, pero el destino conspiró para que no lo dejara, porque tras no más de dos días desde cada una de aquellas veces, me llegaba una oferta irrecusable que me volvía a abocar a escribir”. Ofertas providenciales que han permitido al autor, que atesora un corpus de unas cuarenta obras, mejorar la vida de miles de lectores con potentes personajes como el inspector Milo Malart, del que está escribiendo la quinta entrega, y cuya versión catódica verá en breve la luz en Netflix con Ciudad de sombras.
A la vez, Destino acaba de reeditar su segunda novela, La mujer de Judas, publicada originariamente en 1998. “Es uno de los libros de los que me siento más orgulloso. Todavía me sorprenden su fuerza y su buen aguante del paso del tiempo. En él están todos los ingredientes que han definido el resto de mi obra”. Tal vez por eso, se ha complicado un poco más la vida –“los escritores somos como moscas, que nos damos una y otra vez contra el cristal”– y arranca una serie basada en el protagonista de aquella novela, Jabo Ciendones, “que es como el reverso de Malart”.
La siguiente entrega también se está cocinando y llegará después de la quinta aventura del inspector porque esto es, esencialmente, un no parar. Una necesidad atávica de meterse en nuevos fregaos, eludiendo fórmulas acomodaticias y es que ¿dónde está la gracia de tirarse a una piscina sabiendo de antemano que está llena? En este punto, el escritor cita una máxima del Eclesiastés que ha hecho suya: “Si vamos a vivir la suerte del insensato, ¿para qué entonces ser sensatos?”. Y ríe de nuevo.
La luz que se llama Beatriz
En Bárbara, Aro Sáinz de la Maza encontró a su cómplice, a la mejor amiga de su vida, “a la mujer que, por primera vez, me hizo sentir que yo encajaba en algo, más allá de mi mundo personal, y que ha sido fuente inagotable de apoyo, fe y confianza”. El momento de escribir La mujer de Judas coincidió con uno de los más felices de su vida, cuando nació la hija de ambos, Beatriz. “Ella me cambió por completo, porque además es muy social, y eso me llevó a mí a aprender a ser más sociable, más abierto, a superar mi timidez”. Y la mirada, los gestos, no engañan. “Mi hija es mi luz y me ha dado la vida”, dice, no sólo con palabras. “Ahora me la ha vuelto a dar haciéndome abuelo”.
— A todo esto, ¿cómo vivieron tus padres el hecho de que fueras tan claramente escritor?
El parroquiano sorbe un trago de agua con gas. “Cuando era joven no lo entendían y trataron de hacerme estudiar otras cosas, pero aquello no tenía ningún sentido”. Se toma unos segundos, y prosigue. “Luego, en 2001 escribí la novela juvenil El jugador de frontón y mi padre, que ya estaba mayor y muy deteriorado a nivel cognitivo, se enamoró de aquel relato que lo retrotraía a su juventud, cuando él jugaba a frontón”. Y recuerda, ahí también con palabras, mirada y gestos llenos de cariño, a aquel hombre que se había aprendido enteros pasajes de una historia que vivía como propia. “Y me di cuenta en aquel momento del gran poder de la escritura para mejorar las cosas”.
Como una más de la familia
Para el escritor, Barcelona es “como una más de la familia, a la que si critico es guiado por el afecto, pero nunca por el odio”. También es un personaje con una fuerte presencia en su obra, como es el caso de las novelas de Malart, aunque no siempre fue así. De joven, la detestaba, porque se sentía presionado y ahogado por sus calles y sus gentes. “Pero cuando Beatriz era pequeña y empezamos a surcarla juntos, me enamoré de esta ciudad que es, a la vez, amable, canalla, ingrata, generosa y llena de todos los colores. Que está viva. Que, además, tiene luz y mar. Que es al mismo tiempo infinita, pero con un tamaño ideal. Y que tiene el mejor desarrollo urbanístico posible, lo que parece sencillo, pero, como en todas las cosas sencillas, detrás de estas siempre hay un proceso muy complicado”.
— Lo que también tiene un gran trabajo detrás es nuestra oferta gastronómica. Por si al final te decides. A pesar de la hora, te podemos hacer en menú, un plato combinado, unas raciones…
Aro Sáinz de la Maza no puede contener una carcajada. “Si te soy sincero, yo con la alimentación tengo una relación puramente funcional. ¡Para mí sería ideal si pudiéramos alimentarnos en pocos segundos con la comida de los astronautas! Además, no me gustan las salsas ni el picante ni las florituras en general. No me gustan las estridencias y soy muy, muy convencional”.
— Hombre, pero un arrocito sí te lo comerás, ¿no?
Y ahí la cara le cambia.
— El arroz me encanta en todas sus formas, así que por supuesto que sí.
Y sonríe bajo el sol primaveral que, acompañado de una leve brisa, baña la terraza del Bar.
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